Se ruega no confundir gordura con hinchazón
Un artículo de Rossana Rossanda sobre el próximo congreso de Refundación Comunista (RC) me preocupó profundamente. No por disentir –una vez más– con una intelectual que es conservadora, pero también inteligente, sino porque su pensamiento no sólo refleja el de buena parte de los colaboradores de Il Manifesto, sino también el de una vasta tribu de supuestos autónomos que creen que la política consiste en formar de tanto en tanto sin continuidad grupos de personas en torno de problemas importantes (como el racismo, la guerra, la desocupación juvenil, la corrupción estatal, la ecología o el feminismo), rechazando al mismo tiempo la organización, así como una acción consecuentemente anticapitalista.
Rossana Rossanda toma partido, en vísperas del Congreso, por la tesis de Nicki Vendola, Fausto Bertinotti y de los viejos dirigentes de RC que se orientan cada vez más hacia la construcción de una Gran Albóndiga (¡otra vez la Cosa!) con los ex “comunistas” conciliadores con el capital, ex miembros del “partido de izquierda democrática”, ex “democráticos de izquierda” y ahora simplemente “democráticos” del mismo tipo que los Clinton, sus modelos. Ella y quienes piensan como ella creen en efecto que un movimiento-amiba, sin estructura y de formas cambiantes, podría sumar voluntades, cuando esa hinchazón sin solidez resultaría en realidad efímera y fatal, como lo demuestra la historia de todas las organizaciones nacidas del intento de salir de la crisis de un partido formando otro con retazos y restos políticos de otros.
Esto no quiere decir que la tendencia constituida por el ex ministro Ferrero, el ex senador Giovanni Russo Spenna y otros ex dirigentes que provenían de Democracia Proletaria cuando se aliaron con Bertinotti en RC dé una garantía de reorganización de la izquierda clasista. En efecto, ellos no sólo apoyaron el ingreso en el gobierno Prodi y, en nombre de la disciplina de la mayoría, todo lo que el mismo hizo, incluso todo lo que antes habían denunciado durante años, sino que también actuaron burocráticamente en la misma RC acallando las voces disidentes e incluso expulsando gente leal a las propuestas prelectorales y a los principios que el partido proclamaba y que lo distinguían. Eso es difícil de olvidar, y para reconquistar credibilidad ante la juventad, esa tendencia, además de una vigorosa y pormenorizada autocrítica, deberá hacer durante años la travesía del desierto político.
La llamada Izquierda Crítica, que se fue de RC pocos meses antes de las elecciones donde ésta naufragó, si hubiese tenido un poco más de paciencia habría podido ayudar hoy a reunir lo que aún se puede salvar en ese partido. Ahora, sola, no tiene porvenir sino en un acuerdo tácito con esta “izquierda realmente existente”, porque el grupo de militantes que se reúne tras la moción congresual de Ferrero-Russo Spenna, a diferencia de la tendencia Vendola, levanta todavía en el desastre y la derrota la bandera hecha jirones del movimiento obrero y del socialismo e intenta reconstruir una izquierda desde los movimientos sociales y no desde los acuerdos de cúpula entre los diferentes huérfanos formados todos en las concepciones de Togliatti y de Stalin.
En Francia, otro país donde un partido comunista que, después de la Liberación, tenía un cuarto de los votos y una fuerte base obrera, y gran peso entre los intelectuales, los restos de ese partido otrora poderoso no llegan hoy a representar sino menos de 2 por ciento de los votantes y están a la rastra de la dirección socialista, que es de centroderecha. Los ecologistas también han perdido buena parte de sus votos, al igual que los pequeños partidos de origen trotskista que se integraron en el Partido Socialista o que trabajan con éste manteniendo en lo político un fuerte sectarismo. Pese a ello la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), hasta ayer sección francesa de la IV Internacional trotskista y su principal partido, tras obtener un poco menos de 5 por ciento de los votos cree poder crecer convirtiéndose en el eje de un más amplio Partido Revolucionario francés, con una estructura y un programa menos definidos y con militantes que espera podrían venir sobre todo de los comunistas, de otros grupos trotskizantes y de los verdes de izquierda. Para eso, por supuesto, debería abandonar sus lazos organizativos con la Internacional trotskista, que se convertiría en una especie de Casilla Postal para informaciones, y abandonaría también a Trotsky como referencia teórica central, remplazándolo por otro (¿Guevara?) que pueda cobijar distintas interpretaciones revolucionarias. Estoy muy lejos de compartir la concepción leninista del partido que Trotsky defendía a capa y espada y que la LCR decía era la suya, pero pienso que un partido se construye en torno de ideas claras y no de maniobras organizativas, y que la confusión programática prepara crisis sucesivas y escisiones. También en este caso conviene no confundir gordura (el crecimiento sólido de un todo orgánico) con hinchazón (la unión circunstancial de los diversos, por necesidad táctica). Es peligroso también pensar que un aumento de los votos exprese por sí misma la salud de una tendencia política y le garantice automáticamente una capacidad de incidir en la sociedad. Los votos no se dan sólo para apoyar una línea sino, generalmente, para expresar el descontento vago o para repudiar a quienes decepcionaron al votante. No son un capital sino un terreno que hay que conquistar y consolidar.