Usted está aquí: domingo 29 de junio de 2008 Opinión Pedro y Pablo

Ángeles González Gamio
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Pedro y Pablo

Hoy se celebran los santos Pedro y Pablo, ambos de peso mayor en el santoral católico. El primero fue nada menos que el primer Papa. Fue uno de los apóstoles muy cercanos a Jesús, de quien presenció la transfiguración y agonía en el huerto. Su nombre de pila era Simón, pero Jesús lo distinguió llamándolo “Kephas”, que en arameo significa “roca”. En una ocasión Cristo le confió simbólicamente las “llaves del reino”, por ello se le representa como el portero del cielo.

Pablo era un toldero judío originalmente llamado Saúl; persiguió cristianos hasta que un día escuchó la voz de Jesús que desde el cielo le preguntó que por qué perseguía a su pueblo. A partir de ese momento se convirtió y viajó a Jerusalén para unirse a los apóstoles. De ahí realizó viajes por Europa y Asia Menor, convirtió a miles y escribió 14 cartas del Nuevo Testamento.

Ambos fueron arrestados en Roma; a Pablo lo decapitaron y Pedro fue crucificado de cabeza durante las persecuciones de cristianos ordenadas por el emperador Nerón.

Con esas historias no es de extrañar que sean muy reconocidos y que con su nombre se hayan creado muchas instituciones. Una de ellas fue el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, que estableció la Compañía de Jesús, mejor conocida como los jesuitas, a su llegada a la ciudad de México en 1572.

Erigieron un centro de educación de excelencia, ya que podía conferir los mismos grados teológicos que las universidades pontificias. Fue tan exitoso que después de unos años los jesuitas establecieron los colegios de San Gregorio, San Miguel y San Bernardo.

Para alojar a los estudiantes fundaron una residencia que es ni más ni menos que el antiguo colegio de San Ildefonso. Iniciaron con 300 alumnos y en 1622 alcanzaban el número de 800, que recibían la mejor educación de la época, en magníficas instalaciones, entre las que destacaba una de las mejores bibliotecas de la Nueva España.

La formación de hombres pensantes con las ideas más avanzadas de su tiempo que entre otras incluían pensamientos independentistas, llevaron a que la Corona española decretara la expulsión de los jesuitas de todos los dominios hispanos. El magno edificio del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo y el de su iglesia fueron entregados al gobierno virreinal.

Contaba con cuatro grandes patios iguales y su edificación se fue realizando de una manera continua durante todos los años que lo ocuparon, llegando a ser una construcción enorme y de gran belleza, que a la salida de los jesuitas fue ocupada una parte por el Monte Pío y otra sirvió de cuartel. En 1816 regresaron los jesuitas y volvieron a ocupar el inmueble que se encontraba en un estado desastroso.

Tras la exclaustración de los bienes religiosos, a mediados del siglo XIX, fue siendo paulatinamente destruida, conservándose únicamente dos patios y la portada de la capilla doméstica. Actualmente lo ocupa el Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, del Instituto Nacional de Bellas Artes. Su actual directora, Lucía García Noriega, le está imprimiendo nueva vida, aprovechando que ya no hay vendedores ambulantes en esa bella zona, que se encuentra a un par de cuadras atrás del Palacio Nacional, en la calle de San Ildefonso 60.

En esa misma vía, pero en el número 40, se encuentra la hermosa casona virreinal en donde vivió José Martí, que ahora la ocupa la representación del gobierno de Tlaxcala. En su patio aloja al restaurante San Francisco, que ofrece la sabrosa comida de la entidad.

Imperdonables: la sopa Tlaxcala, con juliana de tortilla en caldillo de frijol y queso; las nagüitas de india, que son flores de calabaza rellenas de requesón al epazote; el pipián Tizatlán y ahora tienen escamoles y gusanos de maguey. Por favor deje lugar para los postres: la espuma de agave que ya mencioné alguna vez, que es una auténtica delicadeza gastronómica, el panqué de nopal, el flan de elote y para los de dieta, la gelatina de jamaica.

 
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