Reflexiones sobre las Florestan Fernandes** EL TEMA DE LAS REVOLUCIONES que son “paralizadas” o “frustradas” volvió a estar a la orden del día. Historiadores y sociólogos retoman el hilo de una reflexión cuyas raíces se encuentran en el siglo XIX, aunque las explicaciones sean otras y, a veces, combinen la inquietud política, la insatisfacción social y el refinamiento teórico –como sucede con los aportes de Orlando Fals Borda1, que a lo largo de su carrera viene enfocando el tema de varias maneras, en términos de la evolución histórica de Colombia o de la situación global de América Latina […] En esta breve incursión, no pretendo realizar un balance bibliográfico ni tampoco marcar lo que se logró descubrir en varios países de América Latina, por medio de la “investigación científica comprometida”. Es sorprendente cuánto se avanzó, desde finales de la década de los 40 del siglo pasado en adelante, en una obra consistente de revisión de la explicación en la historia, que no se “unificó” a la luz de una teoría, pero que llevó a resultados francamente convergentes y reforzó considerablemente una línea de trabajo intelectual, cuyos grandes pioneros fueron José Carlos Mariátegui, Caio Prado Júnior y Sergio Bagú. Mi objetivo es más limitado. El mismo consiste en indagar hasta dónde podría llegar la transformación capitalista en países que no han roto por completo con las formas coloniales de explotación del trabajo y en los que las clases dominantes se han vuelto burguesas mediante y detrás del desarrollo del capitalismo. En la lucha interna por la sumisión de las clases subalternas –que no eran propiamente clases, sino estamentos y castas– éstas luchaban por convertir formas coloniales de propiedad en formas capitalistas de propiedad y de apropiación social. Su éxito engendró una transformación capitalista peculiar, que no puede ser esclarecida en función de la disgregación del mundo feudal en Europa. La historia no se “repitió” porque no había razón para que se repitiera. Se trataba de otra historia, la historia del capitalismo en los países de origen colonial […] EL PROBLEMA DE LA DESCOLONIZACIÓN La orientación predominante en las clases privilegiadas de América Latina consiste en confundir la disgregación del antiguo régimen colonial con la descolonización como proceso histórico-social. De esta manera, se procede a una mitificación que se desenvuelve, en mayor o menor grado, en todos los países, pero que, principalmente, se manifiesta de manera acentuada en los diversos países que aún se encuentran en el periodo de transición neocolonial. El desengaño se ha llevado a cabo, en términos científicos, mediante de la teoría del colonialismo interno; en el plano de la lucha de clases y de la oposición política articulada, la misma aparece bajo las banderas del combate al “feudalismo”, a las estructuras arcaicas de producción y, sobre todo, del antimperialismo. ¡Algo es mejor que nada! Sin embargo, la teoría del colonialismo interno les concede a las clases dominantes una ventaja estratégica: ella descuida por demás la necesidad de una investigación rigurosa de las formas de estratificación enlazada al capitalismo neocolonial y al capitalismo dependiente, y coloca a la lucha de clases propiamente dicha en un segundo plano, concentrando el impacto sobre los efectos constructivos del cambio social espontáneo, del desarrollismo y, en particular, de la secularización y de la racionalización inherentes a la expansión del urbanismo y del industrialismo. Por tanto, en aquello en lo que se presenta como una teoría crítica, la misma se polariza como una manifestación intelectual del radicalismo burgués y del nacionalismo reformista. El combate político a los remanentes feudales o al feudalismo persistente y al imperialismo tiene un carácter de ruptura más pronunciado. De hecho, el mismo se vincula con un intento de las vanguardias de izquierda por informarse acerca de la dinamización de las transformaciones dentro del orden relacionadas con la revolución burguesa (esas transformaciones fueron descritas en Europa como “revoluciones” y son las que marcan el avance de la revolución burguesa: la revolución agraria, la revolución urbana, la revolución industrial, la revolución nacional y la revolución democrática). En términos tácticos, el intento se detiene en el nivel de los conflictos en el seno de las clases dominantes: poner a las facciones de la burguesía estructuradas en la producción latifundista y en el sector de la exportación o insertas en la dominación externa, en contra de las facciones estructuradas en la expansión del mercado interno y de la industria. En consecuencia, ésta no contribuye a adecuar la teoría de las clases sociales y de la lucha de clases a las condiciones concretas de los países en situación neocolonial o de capitalismo dependiente, y contribuye muy mal con el planteamiento de las reivindicaciones de los trabajadores del campo y de la ciudad en un lenguaje específicamente socialista y revolucionario. Por tanto, también desembocó en la órbita del reformismo burgués, aunque no se pueda subestimar su importancia en cuanto a la movilización política de sectores de la población pobre y trabajadora sistemáticamente excluidos de la cultura cívica y de la sociedad civil, así como en cuanto a la impregnación nacionalista y radical-democrática de algunos sectores de las clases medias o incluso de las clases altas. Lo grave es que el problema de la descolonización no fue y continúa no siendo planteado como y en tanto tal. El mismo es diluido y desintegrado como si no existiera y, sustantivamente, como si lo que importara fueran sólo las debilidades congénitas del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente. Sombart demostró que el capitalismo puede transformarse, agotando épocas bien marcadas, manteniendo no obstante espacio histórico y económico para la supervivencia y la revitalización de formas superadas de producción y de intercambio. Se podría pensar, desde los países centrales, que éstos serían “nichos” de formas arcaicas u obsoletas de capitalismo, funcionales a los arreglos modernos y más avanzados del desarrollo capitalista. Este razonamiento no se aplica del mismo modo a la periferia, principalmente a los países que se encuentran en situaciones neocoloniales específicas o a los que, estando en situaciones de capitalismo dependiente, no reciben de las economías centrales fuertes dinamismos de crecimiento económico o no pueden compatibilizar tales dinamismos con el crecimiento del mercado interno. Aquí, la descolonización constituye una categoría histórica enmascarada por la dominación burguesa (tanto la nacional, como la imperialista: ambas poseen intereses convergentes en crear ilusiones o mitos sociales). En lugar de un ataque abstracto al colonialismo interno, a los elementos feudales parciales o globales y al imperialismo, convenía darle énfasis a la descolonización que no se realiza (ni puede realizarse) dentro del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente. He aquí el quid de la cuestión. Llevar la descolonización hasta sus últimas consecuencias es una bandera de lucha análoga a la revolución nacional y a la revolución democrática –y esa reivindicación debería hacerse en términos socialistas, aunque con vistas a la “aceleración de la revolución burguesa”. Parece evidente que la descolonización no puede ser contenida en esos límites y que, en la acción práctica, en lugar de acelerar la revolución burguesa, ésta fomenta la “desestabilización” y la evolución de situaciones revolucionarias hasta puntos críticos. A pesar de todo, en la periferia el socialismo posee esa función de calibrar los dinamismos revolucionarios del orden existente por los problemas y dilemas sociales que las burguesías no intentaron enfrentar y resolver, por no ser de su interés de clase, en las formas de desarrollo capitalista inherentes al semicolonialismo y a la dependencia. El punto crucial de la cuestión, en lo que se refiere a los países en los cuales la vanguardia interna de la lucha contra el colonialismo era reclutada en los estratos más privilegiados de los estamentos dominantes, viene a ser que estos estamentos y sus elites no tenían ningún interés en revolucionar las estructuras sociales y económicas vigentes y, en cuanto a las estructuras legales y políticas, sólo querían modificarlas revolucionariamente de forma localizada: la independencia frente a la metrópolis, por un lado, y la plenitud política de su hegemonía social en el plano interno, por el otro […] LOS LÍMITES DE LA “TRANSFORMACIÓN CAPITALISTA” Durante mucho tiempo prevaleció la idea de que el desarrollo capitalista podía producir resultados similares en cualquier parte, dependiendo del “periodo” en el que se encontrara y de su “potencialidad de maduración” o de alcanzar una “forma pura”. Esta ilusión podría ser mantenida incuestionablemente en algunos países de Europa y fue ampliamente compartida en Estados Unidos; su difusión formó parte del proceso de colonización, de transferencia de la ideología dominante en las naciones capitalistas hegemónicas, y se fortaleció con el crecimiento controlado desde afuera de la modernización […]
El dilema económico de América Latina consiste en que esa óptica burguesa no cuestiona históricamente la forma del desarrollo capitalista, sino que se mira hacia el modelo vigente en determinado momento del desarrollo capitalista (o hacia un modelo idealizado, mediante el cual ciertas burguesías lograron su arranque industrial y la constitución de una sociedad de clases capaz de contener y regular el antagonismo central entre el capital y el trabajo). Ahora bien, la forma del desarrollo permitiría cuestionar lo que ya List había descubierto: el país o los países más fuertes tendrían un control del mercado mundial y ventajas crecientes en la acumulación capitalista. Los países que no pretendieran someterse a controles externos coloniales y semicoloniales o que quisieran escapar a una dependencia económica ruinosa, tendrían que luchar por su autonomía de desarrollo capitalista. Por su parte, los modelos de desarrollo podían ser compartidos con las economías periféricas. En realidad, para que la colonización se realizara o para que la situación neocolonial y de dependencia produjeran frutos, resultaba imperioso compartir el modelo, por lo menos en la medida y en los límites en que las economías coloniales, neocoloniales y dependientes tendrían que encajarse en las estructuras y en los dinamismos económicos del centro o de los centros dominantes. Ello no significaba que, en determinado momento, alcanzarían el desarrollo de dichos centros, lo igualarían y lo superarían. Porque, en las situaciones coloniales, neocoloniales y de dependencia, esto era imposible (y hasta el día de hoy, según Baran, sólo sucedió en Estados Unidos y en Japón, y por motivos que no son intrínsecos a estas situaciones y tienen que ver con la ruptura política contra ellas y su disgregación deliberada, como parte del “cálculo económico racional” y de la “razón política nacional independiente”). Lo que ocurrió en América Latina, a escala universal, fue que los estamentos dominantes y privilegiados prefirieron optar por la línea más fácil de sus intereses y ventajas, dándoles prioridad total a las soluciones económicas montadas en el periodo colonial, con todas sus aberraciones. […] Esto significa que el dilema económico expresado mediante el capitalismo neocolonial y el capitalismo dependiente no fue un simple producto de las corrientes de la historia moderna. Los países europeos (y, más tarde, Estados Unidos) no impusieron nada que fuera inevitable. Las fuerzas movilizadas para luchar contra las dos metrópolis fueron desmovilizadas por los sectores civiles y militares. Esto comenzó a preocupar a aquellas elites, de manera sustancial, fue como impedir que la herencia colonial se disgregara, se escabullera entre sus dedos. No se podrá decir que tal opción tendría valor y vigencia para siempre. Sin embargo, hoy día, bajo el capitalismo monopolista e imperialista, está claro que el desarrollo capitalista no ofrecerá, por sí mismo, nuevas alternativas a las naciones latinoamericanas que se encuentran en situación neocolonial o en situación de dependencia. Ellas podrán pasar por los periodos de las economías centrales –y esto está ocurriendo en las principales economías y sociedades de la región– pero esos periodos no podrán reproducir los mismos efectos, porque el contexto histórico, la estructura de la economía, de la sociedad y del Estado, son diversos bajo la forma neocolonial o dependiente de desarrollo capitalista. México, Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, sin hablar de los países que no rompieron las barreras neocoloniales hasta hoy, por ejemplo, indican claramente todo eso. Cuando la presión de abajo hacia arriba se intensificó de modo revolucionario prematuramente, la misma fue aniquilada, aplastada y sirvió de pretexto para modalidades políticas de autodefensa de la burguesía que recuerdan la autocracia y el despotismo. Por otro lado, en la medida en que el periodo de la formación del proletariado alcanzó mayor madurez y trató de organizarse para desarrollarse como clase independiente, el proceso fue contenido, interrumpido o interceptado por la violencia organizada. En consecuencia, las fuerzas sociales, que podrían funcionar como contrapeso y poner en la escena histórica el problema de la forma del desarrollo capitalista, ni siquiera han podido hacerlo. Las tenazas de la historia son cerradas por las manos de los hombres: los hombres que están en el poder, dentro de las empresas, de las instituciones sociales y del Estado, y que no ven otra cosa a no ser lo que pueden extraer del botín, aliados con socios de varias categorías sociales de adentro y de afuera. Por tal motivo, elegí el concepto de “transformación capitalista” con el cual trabaja Lukács, y puse el énfasis en los límites que aquélla sufre inevitablemente. No quiero decir con esto que la revolución burguesa haya fracasado, como piensan, incluso, algunos científicos sociales de reconocidos méritos, liberales o de izquierda. El punto más grave, que se configuró en las naciones latinoamericanas de mayor envergadura económica, demográfica y política, es que la revolución burguesa acabó definiéndose y desatándose por la cooperación con el polo externo y mediante iniciativas modernizadoras valiosas, desencadenadas por el polo externo. El Estado autocrático burgués (o, como otros lo prefieren, el Estado neocolonial o, inclusive, Estado de seguridad nacional) acabó siendo el eslabón mediador por el cual una revolución que dejó de ser hecha por decisión histórica, está caminando por la senda de la modernización dirigida y autocrática y por la transformación de estructuras previamente encauzadas o esterilizadas. En realidad, en la medida en que la forma del desarrollo capitalista no fue tocada por los intereses mayores, el nuevo modelo de desarrollo capitalista tenía que conducir en esa dirección. El mismo es internacionalizante por contingencia histórica (la lucha de vida o muerte con las naciones socialistas) y por su dinamismo interno (el capitalismo de la era del imperialismo, que tiende a unificar la autodefensa y la seguridad de la empresa mundial, en la esfera de la producción, del mercado y de las finanzas). Por tanto, la burguesía externa sacudió la apatía y las ilusiones de progreso espontáneo que tenía la burguesía neocolonial y dependiente, y la revolución burguesa se profundizó, literalmente, como una catástrofe histórica. La periferia verdadera del capitalismo monopolista avanzado está siendo construida ahora, en nuestros días. La misma será profundamente modernizadora, provocará transformaciones, nunca antes soñadas, de la economía industrial y de la sociedad de clases. Empero, para mantener el desarrollo desigual y combinado en términos de las ventajas estratégicas de las clases burguesas, del centro y de la periferia, tendrá que despojar a la revolución burguesa de los atributos que han definido su grandeza histórica en la evolución de la civilización moderna […] LAS LECCIONES DE CUBA En estas reflexiones, Cuba nos coloca frente a tres temas fundamentales: en ese país, las orientaciones de los estamentos dominantes, en las luchas por la independencia, siguieron las líneas comunes de América Latina: allí se evidencian mejor (o de una forma en la que no fue posible que se evidenciaran en el resto de América Latina) las tendencias centrífugas de la burguesía, su incapacidad total de desplazar la “defensa del capitalismo” en favor de la descolonización completa, de la revolución democrática y de la revolución nacional; por último, el camino recorrido por Cuba demuestra que no son la pobreza, el subdesarrollo y la “apatía del pueblo” los que convierten a la miseria, a la marginación sistemática y a la exclusión política de las masas en precondiciones del “desarrollo económico”, sino la explotación capitalista dual, por la cual las clases dominantes internas y las naciones más poderosas de la tierra se asocian en un brutal latrocinio sin fin. Quienes quieran conocer otros aspectos de la evolución revolucionaria de Cuba y de su desarrollo socialista tendrán que recurrir a un libro anterior, en el cual intenté trazar las etapas de profundización histórica de la Revolución Cubana2. El primer aspecto posee un interés menor, pero debido al hecho de que en Cuba la página de la historia se ha dado vuelta por completo, el mismo tiene un significado didáctico “concluyente”. La posición de los estamentos dominantes en las revoluciones de 1868 y 1895 y su incapacidad de corresponder a la necesidad revolucionaria global se hacen evidentes de forma ostensiva. Ante la imposibilidad de contener la revolución en el plano político, en las dos ocasiones aquellos estamentos se desplazaron hacia posiciones contemporizadoras y, finalmente, antinacionales y reaccionarias […] El segundo aspecto es más importante. Se podría preguntar: dadas las nuevas condiciones del desarrollo capitalista y la transformación de los estamentos señoriales en clases burguesas, ¿la historia no habría, finalmente, cambiado de eje? ¿No les interesaría, más tarde, particularmente a las clases burguesas corresponder al interés global de las otras clases de llevar la revolución nacional hasta el fin y hasta el fondo (y, con ella, soltar a las otras revoluciones concomitantes)? Sólo en Cuba esa posibilidad histórica se delineó concretamente y sólo por esa experiencia se puede inferir también de forma concreta. Mientras les fue posible, las clases burguesas aprovecharon las oportunidades históricas, culturales y políticas del capitalismo neocolonial, quedándose con la parte más sucia en la producción del botín y del manejo de la “República mediada”. En el régimen de Batista las cosas llegaron demasiado lejos y varios sectores de la burguesía se desplazaron de sus posiciones. La oportunidad alternativa de una articulación más profunda con las fuerzas revolucionarias de la nación surgió concretamente. Parecía que, bajo el gobierno revolucionario, salido de la victoria de los guerrilleros, se consumaría ese tipo de avance. Sin embargo, el mismo no se dio. Muchos reflexionan sobre el asunto desde una perspectiva unilateral: los propios guerrilleros y la rapidez de la radicalización popular impidieron esa evolución. Ahora bien, es necesario plantear este argumento en su contexto histórico. Por medio de los estratos de las clases medias y altas, que encontraron la respuesta en el movimiento revolucionario, la burguesía tuvo la oportunidad pero no la aprovechó. ¿Por qué? Evidentemente, porque no es una clase revolucionaria en las condiciones históricas de América Latina, porque defiende sus intereses de clase en términos de su vinculación con el capitalismo neocolonial y con el capitalismo dependiente, no siendo siquiera capaz de situarse en una posición de clase que permitiera conciliar aquellos intereses con la autonomía de la Nación, la existencia de una democracia burguesa real y la extirpación de formas subcapitalistas de explotación humana […] El tercer aspecto, plantea, de hecho, el problema de la revolución en el contexto histórico actual de América Latina. Es un error pensar que la burguesía puede moverse con cierta libertad mediante de una posible “reforma del capitalismo”. La principal lección de Cuba es esa. Este país le muestra al resto de América Latina cuál es el camino que puede y debe ser seguido en el presente, presumiblemente en condiciones diversas y mucho más difíciles. La “revolución burguesa atrasada” posee tres polos distintos: un fuerte polo económico, financiero y tecnológico internacional; un polo burgués nacional dispuesto a correr el riesgo de la “profundización de la dependencia” y lo suficientemente audaz como para explotar esa “última vía” de la transformación capitalista en las condiciones tan deshumanas de la región; una forma absolutista de Estado burgués, tan flexible como para hablar varios lenguajes políticos y tan fuerte como para oscilar rápidamente, al calor de las circunstancias, de la dictadura militar con respaldo civil hacia la “democracia ritual” con respaldo militar. Esos tres polos tienen que relacionarse de modo mucho más complejo que aquél que se evidenció en Cuba durante la República títere. A medida que la industrialización masiva, la modernización acelerada y el desarrollo concentrador se vayan liberando de los controles rígidos de los periodos de instrumentación y de maduración, sus efectos, su significado global y todo el conjunto de políticas a las que aquéllos responden tendrán que ser cuestionados. El “diálogo sordo” del diktat tendrá que ser remplazado, a veces más rápidamente de lo que les gustaría a las clases burguesas y por sobre las posibilidades de “disuasión pacífica” del Estado, por el diálogo verdadero. Por mayor que sea la masificación de la cultura política dirigida, las clases trabajadoras se harán cargo de los canales de diálogo verdadero y el “capitalismo reformado” probará su inconsistencia básica. La perspectiva será la de una existencia dolorosa, con la República títere sujeta, de manera permanente, a varios endurecimientos sucesivos, a una escala ampliada con respecto a lo que sucedió en Cuba desde el ascenso de Machado hasta la caída de Batista. Al recurrir a cambios de carácter revolucionario, sin ser una clase revolucionaria, la burguesía acepta ese peligro extremo, mal evaluado por falta de perspectiva política. El inmediatismo es casi siempre ciego. Éste lleva al cálculo de que “quien puede más llora menos”. Pero quien “puede más” por algunos años o incluso por mucho tiempo acaba por “poder menos”. Quien no crea en ese razonamiento que observe el desastre sufrido por la burguesía cubana y por Estados Unidos desde 1959 hasta 1962, en la veloz evolución de la Revolución Cubana. […] Los requisitos de la acumulación capitalista (y, por tanto, de la aceleración del desarrollo económico y de la explotación dual) son también los requisitos de la sustitución de las clases dominantes por clases verdaderamente revolucionarias o, en otras palabras, por el advenimiento de una Revolución que no se extinguirá a nivel político. Aun aquí el paralelismo cubano es relevante. La Revolución Cubana revela la naturaleza íntima de la revolución en avance, que tiene que disgregar y destruir todo el orden prexistente hasta el fondo y hasta el fin, para echar las bases de la formación y de la evolución histórica de un nuevo patrón de civilización. Los portugueses, los españoles, sus sucesores en el condominio del Estado capitalista “oligárquico” o “autocrático” y sus poderosos aliados imperiales no podrían realizar esa misión. Modernizando, transfiriendo o innovando, ellos estaban reproduciendo el pasado en el presente, creando un futuro que no contenía una auténtica historia propia, un genuino proceso civilizador original. Éstos sólo podrían brotar tardíamente, en función del surgimiento de clases dominantes revolucionarias salidas de la masa de toda la población y representantes de toda la población. ¿QUIÉN “APROVECHA LAS CONTRADICIONES” EN LA LUCHA DE CLASES? El lenguaje de El manifiesto comunista es claro: en este texto no se dice que la “lucha de clases” remplaza a los agentes ni tampoco que las “contradicciones antagónicas” destruyen, por sí mismas, el sistema capitalista de poder. Frente a una clase obrera que apenas si se estaba convirtiendo en clase en sí y comenzando a utilizar la lucha de clases para lograr un desarrollo independiente frente a la burguesía, lo que adquiría importancia era la forma y el sentido de esa lucha, a dónde llevaba, qué le reservaba al capitalismo y a la evolución de la humanidad. Los proletarios tenían que organizarse como clase en sí, pero el desarrollo independiente de ésta, a escala nacional, dependía tanto del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, del capitalismo, como de la vitalidad económica, social y política de la burguesía. Además, la condición proletaria, producida y reproducida por la apropiación capitalista de la riqueza generada por el trabajo, constituía un sustrato, la base material de la relación antagónica de los proletarios con los dueños del capital y con la sociedad capitalista como un todo. El fermento político revolucionario procedía de la conciencia social que los proletarios adquirieran colectivamente, de que tenían que desarrollarse como clase independiente, enfrentar, reducir y abatir la supremacía burguesa; y conquistar el poder de la burguesía. Ésta venía a ser la óptica comunista del socialismo. Ahora bien, es evidente que no se puede transferir hacia la periferia del mundo capitalista, así como así, semejante visión articulada de la lucha de clases. Ésta era el producto de una larga evolución social. Y las primeras manifestaciones de la condición revolucionaria del proletariado como clase social o bien fueron absorbidas por el orden social competitivo, ampliándose así, concomitantemente, el elemento político intrínseco a la lucha de clases, o bien fueron aplastadas sin piedad por las clases dominantes, demostrándose de esa manera hacia dónde caminaría el “terrorismo burgués”. La cuestión no sería, como se podría suponer desde una perspectiva no marxista, que el mundo capitalista de la periferia tendría que “permanecer igual”, antes que nada, al mundo capitalista “conquistador” e imperial. Esto sería, para siempre, imposible, pues la historia camina incesantemente y el capitalismo tendría que rehacerse continuamente, en sus polos centrales y más dinámicos. Por tanto, ¿cómo se les podría otorgar a los proletarios, dotados de baja capacidad de organización de clase y de un débil potencial de lucha de clases a escala nacional, una fuerte conciencia revolucionaria y una disposición imbatible para llevar a la práctica las tareas políticas del proletariado? A pesar de las desventajas históricas relativas, ¿podría el proletariado trascender a la burguesía, ser él mismo un factor de aceleración y profundización de la revolución burguesa, en países en los que las clases dominantes sienten poco entusiasmo por las garantías sociales y políticas inherentes a la forma más avanzada y pura de dominación burguesa, y luchar, al mismo tiempo, por una nueva transformación del orden existente, por la revolución proletaria? La respuesta a estas preguntas permitía poner en ecuación, en nuevos términos, la relación histórica entre democracia burguesa y democracia proletaria, e implantaba dentro del marxismo la convicción de que la periferia, antes de “permanecer igual” al mundo capitalista más avanzado, extraería de su atraso el factor de su avance revolucionario. Ésa es la lógica política del ¿Qué hacer?
Esta condensación es demasiado sumaria. Pero la misma aclara suficientemente el punto fundamental. En primer lugar, las “contradicciones” no son sólo una construcción abstracta, sino que forman parte de relaciones sociales reales y tienen que emerger como tal en la vinculación de los proletarios con su sociedad. En segundo lugar, las “contradicciones” no impiden que el capitalismo se expanda constantemente y que el poder de la burguesía continúe creciendo, pues forma parte de la lógica íntima del capitalismo y del régimen de clases que éstos tengan que desarrollarse en esas condiciones. En tercer lugar, las “contradicciones” pasan a contar como un factor de poder real para los proletarios desde el momento en que se hace posible, para éstos, ensamblar las condiciones de constitución de la clase con las condiciones de lucha con las clases dominantes; de allí en adelante, el desarrollo del capitalismo expresa, de hecho, su naturaleza antagónica y el poder relativo del capital y del trabajo. En definitiva, las contradicciones pueden ser largamente aprovechadas por las clases dominantes y, al contrario, la existencia de una gran masa de proletarios, por sí sola, no impide que esto se mantenga como una especie de rutina. La misma violencia institucional, generada para mantener tal estado de cosas, acaba siendo instrumental, bien sea para multiplicar las ventajas relativas de las clases dominantes, inclusive en la esfera restringida de la acumulación de capital, o para atrofiar la lucha de clases y la capacidad de lucha política de los proletarios, o bien para crear orientaciones conformistas y de acomodación pasiva, por las cuales los proletarios se excluyen del uso consciente y activo de las contradicciones en su provecho colectivo (lo que es engañosamente designado, por las clases dominantes, como “apatía de las masas”). Las burguesías “débiles”, de la periferia, confrontadas simultáneamente por la dominación externa del capital hegemónico y por la presión interna del trabajo, tienden a darle la máxima importancia a la relación interdependiente entre la violencia institucional y una “posición invulnerable” en la lucha de clases, buscando, de esta manera, monopolizar en su provecho el uso deliberado de las contradicciones intrínsecas al crecimiento del capitalismo y del régimen de clases. No pretenden, con ello, “retardar la historia”, sino protegerse dentro de la “historia posible”, pues precisan calibrar el terrorismo burgués, que no inventaron, para lidiar con los accidentes fatales y los riesgos catastróficos del capitalismo salvaje […] En el diagnóstico sociológico del “conflicto de clases en América Latina” no es necesario llegar tan lejos… Sin embargo, un largo periodo de hegemonía casi total de una burguesía neocolonial o dependiente provocó que el “vagón de cola” social y político de las clases dominantes reflejase más la ideología de la burguesía hegemónica, de los países capitalistas centrales, que su propia situación de intereses de clase como proletarios. El socialismo reformista y las tácticas de apoyo a la burguesía nacional de ciertas corrientes del socialismo revolucionario reforzaron esa tendencia. El riesgo dramático que enfrentamos consiste en un nuevo sumergimiento. La incorporación al espacio económico, social y político de las sociedades capitalistas centrales renueva el horizonte cultural de las clases burguesas. Podrá ocurrir, bajo el capitalismo monopolista dependiente, el fenómeno que se dio bajo el capitalismo competitivo dependiente. Tanto internamente, como desde afuera, el escenario está preparado para compatibilizar el crecimiento morfológico de los proletarios como clase en sí, con una conciencia de clase “esterilizada” y con dinamismos de “lucha de clases” desposeídos de elemento político y de un eje verdaderamente revolucionario. El sindicato “moderno” y “democrático”, que toma como estándar al sindicalismo norteamericano, por ejemplo, entra en esa construcción. Lo mismo se puede decir de partidos obreros socialdemocratizados, que ponen en primer plano el combate al marxismo y a la revolución proletaria, y coloca un énfasis secundario en la óptica verdaderamente socialista y comunista de la lucha de clases. Incluso la izquierda católica, que viene desempeñando el papel más positivo, porque le da su apoyo a la formación de la clase obrera y a su desarrollo independiente, vacila en su terminología política y es contemporizadora frente a las estrategias centrales de la lucha revolucionaria. Es preciso tener mucho cuidado en la discusión de tales asuntos. Sería absurdo no reconocer el progreso eventual de pasar de un periodo de “apatía fomentada y dirigida” y de “alianzas” nocivas a un “nivel de negociación” en el que el consenso proletario se manifiesta tanto defensiva como agresivamente. Sin embargo, el objetivo político que merece ser perseguido va mucho más allá. Éste consiste en la conquista de los proletarios de la capacidad de enfrentar la supremacía burguesa y de luchar por la conquista del poder en las condiciones existentes, de instrumentación del capitalismo monopolista dependiente, en las cuales es muy difícil combatir simultáneamente al capital nacional, y a su régimen autocrático-burgués y, al capital extranjero y a su núcleo imperialista de poder. Ahora bien, ese combate no sólo tiene que existir, sino que debe ser simultáneo, si los proletarios quieren alcanzar un desarrollo de clase independiente, encontrar aliados en las clases desposeídas o en las clases medias y ser una alternativa en la lucha por la transformación de la sociedad y por la revolución social […] Reflexiones sobre las revoluciones interrumpidas* La versión completa del texto publicado en este Cuaderno es parte de la antología Dominación y desigualdad: el dilema social latinoamericano, organizada y presentada por Heloísa Fernandes, editada por CLACSO Coediciones con Prometeo editores (Buenos Aires, julio 2008) y; con Siglo del Hombre editores (Colombia, julio 2008). Florestan Fernandes** Sociólogo brasileño (1920-1995) Militante de las causas públicas como la educación gratuita y universal, las políticas afirmativas, la reforma agraria, su obra está siendo redescubierta por las nuevas generaciones de brasileños en las universidades y en las organizaciones populares, como el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y Consulta Popular. Autor, entre otras muchas obras, de: A etnologia e a sociologia no Brasil (1958); Fundamentos empíricos da explicação sociológica (1959); Mudanças sociais no Brasil (1960); A integração do negro na sociedade de classes (1964); Sociedade de classes e subdesenvolvimento (1968); A investigação etnológica no Brasil e outros ensaios (1975); A revolução burguesa no Brasil (1975). 1 Orlando Fals Borda, La subversión en Colombia. Visión del cambio social en la historia. Bogotá, Departamento de Sociología de la UN y Ediciones Tercer Mundo, 1967; Las revoluciones inconclusas en América Latina. 1809-1968, México, 1968. 2 Florestan Fernandes, Da guerrilha ao socialismo: a Revolução Cubana. San Pablo, T. A. Queiroz, 1979. Al final del libro hay una bibliografía seleccionada sobre la Revolución Cubana. |