Usted está aquí: lunes 30 de junio de 2008 Opinión La función de Plotino

Hermann Bellinghausen

La función de Plotino

Nada que ver con el neoplatónico que abrumara mis clases de filosofía, entre la emanación de la hipóstasis y la relación de lo Uno con el universo. No, este Plotino desconocía el peso de la razón universal y se dedicaba al más terreno oficio de la electricidad. Heredero de una tradición sindical y nacionalista que honró a la clase obrera de la segunda mitad del siglo XX, se la vivía entre cables, torres, grúas y herramientas al cinto, como guerrero del aire.

Dije que su oficio era terreno. No del todo. Encaramado en las alturas por oficio, reparaba transformadores, rebobinaba lo necesario, tendía o reparaba las largas líneas de energía y prestaba, en fin, un servicio a la sociedad en su conjunto.

Las alturas que escalaba con guantes de gamuza (enfundado en un casco de fibra de vidrio, y un grueso overol por armadura) eran su mundo. Gracias a sus oficios, la gente allá abajo no era alcanzada en la noche por las tinieblas.

En las atalayas sucesivas de los postes y las torres, Plotino había desarrollado una visión de conjunto de la ciudad. Le daba un cierto aire de sabiduría, en ocasiones aquejado por un leve mal de montaña, cuando alcanzaba fugaces epifanías de luz y horizonte que lo llenaban de una euforia irracional. No que le faltara uso de la razón (le sobraba), ni que dejara de pensar con facilidad (igual que todo mundo, él nunca dejaba de pensar). Sencillamante, agarraba sus ondas.

Una tarde viajaba con la cuadrilla por Anillo de Circunvalación, recostado en las pilas de mecate en la caja del camión Ford, adormilado por el vaivén, bajo el rudo sol de la tarde. Sintió que todo hacía sentido, que el contacto con las alturas era su forma de entender y de servir. Invisible como suele serlo la clase trabajadora, en especial cuando trabaja, la función de Plotino era estar ahí.

Su nombre fue culpa de su padre (eso pasa siempre), quien siendo maestro rural en su juventud (y luego burócrata por décadas hasta su jubilación) soñó que su hijo sería pensador. Durante sus lecturas de almanaques y la Encilopedia Popular dio con Plotino, y le sonó suficientemente serio y original para implantarlo en su vástago ante el registro civil.

Las vicisitudes de la juventud y las necesidades pecuniarias de la familia permitieron a Plotino llegar poco más allá de la vocacional, arañando las puertas del Politécnico. Mediante un tío materno consiguió una talacha de electricista, que rápido fue plaza, en la Comisión Federal de Electricidad. Ya no estudió. Una década atrás, el presidente López Mateos había nacionalizado esa industria, y en los trabajadores hervía un orgullo nacionalista que ellos mismos hermanaban, con admiración, con la nacionalización petrolera del presidente Cárdenas.

En fin, para abreviar, desde relativamente joven Plotino fue uno de los héroes de la clase obrera, entre las decenas de miles que hubo esos años 70 y que hoy poco se recuerdan. Uno entre los tantísimos que fueron electricistas democráticos y desafiaron al gobierno de los presidentes Echeverría y López Portillo y a su corrupto aparato sindical, allá en la prehistoria del neoliberalismo, y tuvieron los güevos de mantenerse en la raya. Y, aunque acabaron echándoles al Ejército en las centrales eléctricas ocupadas y en las afueras de Los Pinos, siempre supieron que tenían la razón.

Plotino fue uno de ellos.

 
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