Isocronías
■ Tres entes
El elegante
En la pesera voy, en la pesera
a una velocidad algo sabrosa,
en la pesera voy entre la broza
de la que formo parte pasajera,
que pasajero soy, quiera o no quiera.
Parece hay turbulencia… Así es la cosa.
Y pasa de ligera a, pues, riesgosa.
Aguantar el rigor de nos se espera.
Enfrena y acelera y se encarrera
el chofer que dijérase en su sala
a sus anchas está poniendo discos.
Seguramente estoy haciendo bizcos.
Pensé que era pesera y es tren bala
esta mágica alfombra en que resbala
mi corazón, mi bofe, mis meniscos.
El viajante
Quería como dormirse y no podía,
regresaba sus ojos al paisaje,
y yo, aunque voyerista, me hacía guaje.
Me llamó la atención, se parecía
a Verónica, aquella que solía
proponerme sin más darme masaje...
De Querétaro a México era el viaje.
Una nalga, la izquierda, me dolía.
En el placer de verla me perdía.
Quería saber su nombre, sólo eso.
Mochila gris y botas, cuánto lunes.
Interminable música de itunes
segregaba mi ipod. Yo no sabía:
de aquel amor no había salido ileso.
El escribiente
No sé si soy quien soy o
soy tan sólo
un lejano recuerdo de mí mismo,
y en este no saber sé me ensimismo
y un ápice no avanzo, más me embolo
que aclaro mi conciencia, y me hago solo
el que no se ha enterado del abismo
sobre el que está parado o del mutismo
que habla se le figura, en que me inmolo
inútilmente. ¿Dónde mi cacumen
si es que uno tengo o tuve? ¿Qué presumen
estas palabras dizque de poeta?
Si de veras de oro la saeta
que me atraviesa el pecho, de oro fuera,
otra cosa el soneto este dijera.