1988: la caída del sistema
■ La única vía para ganar es unir fuerzas, decía a sus correligionarios
Carlos Salinas intentó evitar que Heberto Castillo declinara
■ El ingeniero se sumó a Cuauhtemoc Cárdenas a un mes de los comicios
Ampliar la imagen Heberto Castillo al encabezar una toma de tierras en Veracruz con la organización de los 400 Pueblos durante la campaña presidencial de 1988 Foto: Enrique Villaseñor
La última gira de Heberto Castillo Martínez como candidato a la Presidencia fue en Zacatecas. Allí, en ese 1988, jugó con la última letra del alfabeto. Entre líneas, anunciaba el fin de su campaña y la incorporación de la izquierda partidista a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Cuando regresó a la ciudad de México, lo esperaban, en la casa de su hija, dos enviados del candidato del PRI: Marco Antonio Díaz Michel y Manuel Camacho Solís. Los emisarios de Carlos Salinas de Gortari trataron de convencerlo, en vano, de no declinar. “México necesita a la izquierda”, le dijeron.
Pese a la calidad de los argumentos y del peso de los enviados, Castillo, abanderado del Partido Mexicano Socialista (PMS), se sumó a la candidatura de Cárdenas el 5 de junio de 1987, apenas un mes antes de los comicios.
La decisión del cuarto para las 12 tuvo sus costos. Alguna de las amistades “más cercanas y más queridas de Heberto”, recuerda su viuda, María Teresa Juárez, se opusieron rudamente a la declinación. Una de ellas fue su “amigo entrañable” José Álvarez Icaza.
“Nunca entendieron lo que veían como la entrega de una lucha de muchos años a una figura que venía del PRI, no creían que fuera a ser útil. Heberto les recordaba que había estado con el general Lázaro Cárdenas y con Cuauhtémoc desde 1961, en el Movimiento de Liberación Nacional, pero no los convencía.”
Para Heberto Castillo, quien tras su muerte en 1997, se ha convertido en un referente ético y político de algunas franjas de la izquierda nacional, se trataba de una suerte de rencuentro.
En la Facultad de Ingeniería de la UNAM había sido maestro de Cuauhtémoc Cárdenas y esa relación lo llevó a conocer al general Lázaro Cárdenas. “Tras sus largas pláticas con don Lázaro fue cuando realmente él decidió dedicar su vida a transformar este país.”
Castillo salió de su encierro de dos años en mayo de 1971. “Cuando estuvo preso llegó a la conclusión de que debe existir un partido de izquierda con hondas raíces nacionalistas, y al salir de prisión se dedicó a recorrer el país, algunas veces con el general Cárdenas”.
Forma parte del grupo de figuras que creen en las promesas del presidente Luis Echeverría. “Heberturo”, le llaman entonces, recuerda su viuda, ahora entre risas.
Castillo funda el Partido Mexicano de los Trabajadores y en los años siguientes participa en intentos de unidad de la izquierda partidaria, casi siempre fracasados. Es hasta 1987 que se crea el PMS y, casi de inmediato, Castillo participa en una elección interna frente a Eraclio Zepeda, José Hernández Delgadillo y Antonio Becerra Gaytán. “Él quedó como candidato: fue la primera vez en México que un partido hizo una contienda interna para elegir a un candidato presidencial.”
Con la candidatura en la bolsa, Castillo se acerca a Cárdenas, entonces cabeza de la Corriente Democrática. La ruptura con el PRI y el potente movimiento político social que comenzaba a aglutinarse en torno a Cárdenas, son poderosos anzuelos.
Castillo ofrece a Cárdenas ser el candidato del PMS. El michoacano lo rechaza. “Cuauhtémoc no quería ser tan identificado con las fuerzas socialistas; por eso decidió ir con el PARM, que se consideraba un partido inocuo.”
Heberto se lanzó a la campaña, mientras Cárdenas hacía lo propio y daba vida al multicolor abanico del Frente Democrático Nacional.
Teresa Juárez recuerda que durante las campañas “hubo declaraciones muy fuertes” de su esposo contra los otros candidatos. “Pero fueron cosas de la campaña.”
Pese a la dureza verbal, la dirección del PMS poco pudo hacer enfrentada a la ola cardenista que incluso atraía fuerzas de la izquierda social y cultural.
Juárez recuerda las discusiones de Castillo con sus amigos en esos días. “Le decían que cómo era posible que no se acordara de esto o de lo otro. Él les replicaba: ‘Entiendan que es una realidad, estoy viendo que viene un tren, y la única manera de lograr el triunfo es unir fuerzas’”.
Teresa Juárez atesora el desplegado de prensa, con la firma de su marido, en el cual se propone la candidatura común.
“No se trataba simplemente de entregarle la estafeta y decir ‘ahí nos vamos’; no, había compromisos, un programa.”
Los 12 puntos del programa, en efecto, resumen los anhelos de la izquierda. Pero las partes sustanciales del texto son una declaración de principios de Castillo y de demandas al neocardenismo: “No es hora de personalismos. Como revolucionarios de toda la vida, tenemos la sensibilidad para percibir la demanda generalizada de los trabajadores que nos piden unir fuerzas para abrir paso a la nueva vida de la nación… Alianza política y programática de largo plazo para actuar unidos en la lucha electoral hoy y en los posteriores episodios del pueblo mexicano por elevar sus condiciones de vida y conquistar la liberación definitiva”.
La parte final del documento es muy significativa porque contiene las líneas generales del pacto que habría de dar nacimiento al PRD, cuando habla de futuras candidaturas comunes y de la necesidad de incorporar a otras fuerzas políticas para derribar el régimen.
Igualmente, Castillo demanda el compromiso, en caso de triunfar, de que el futuro gabinete, se integraría en consulta con el PMS y que ningún dirigente del que se llamaría FDN aceptaría cargos en el gobierno si no se diese la victoria.
Castillo comentó su decisión en un artículo publicado en esas fechas en la revista Proceso: “Creo que nunca en mi vida había tomado mejor decisión”.
Diez días después, Rosa Albina Garavito escribió en estas páginas: “La decisión de Heberto [...] expresa, de parte de la izquierda, una vocación de poder que hasta ahora sólo el PRI había tenido. La izquierda deja de ser solamente ideológica para plantearse, en el aquí y ahora, la lucha por la democracia, la construcción de un país justo, igualitario y más soberano”.
La izquierda tuvo desde entonces, creen algunos, una deuda con Castillo, aunque el sino del ingeniero haya sido ser reconocido por todos pero votado por pocos.
“No esperemos que la gente de los partidos sean ángeles y arcángeles, y con ellos tenemos que trabajar, porque no hay otros, y tenemos que entender que hay envidias”, dice Teresa Juárez.
Aunque se disculpa de antemano (“va a decir que lo digo porque fue mi marido”), Juárez explica que su esposo sacaba chispas en los partidos por sus múltiples talentos: además de sus logros como ingeniero, Castillo era un avezado dirigente político, “pintaba, componía canciones y versos; le gustaba escribir cuentos; dibujaba, le gustaba tanto que le daba por imitar a Naranjo. Esas habilidades que tenía para muchas cosas molestaban a mucha gente”.
“Un ser libre”
Era, agrega, no sólo brillante, sino metódico, aunque también un hombre en batalla permanente con su vanidad. Ese “defecto”, sin embargo, se diluye por la “generosidad” y el desprendimiento que demostró al declinar en 1988.
Presente en la entrevista, Laura Itzel Castillo, hija de Heberto y María Teresa, añade un pasaje que ilustra el carácter “atípico” de su padre como político: “En 1994, cuando iba a ser coordinador en el Senado, sacó el sable y criticó todos los errores de la campaña de Cárdenas. Allí perdió porque, como siempre, le importaba más decir la verdad que ganar un cargo”.
Madre e hija recuerdan que, estando en la cárcel, Heberto escribía: “Sufren más cárcel los que están fuera, porque sufren cárceles mentales que yo no tengo”.
Coinciden en el remate: “Heberto siempre fue un político que actuó según sus convicciones, siempre fue un ser libre”.