■ Por primera vez, tocaron en España las notas de la célebre Walking on the Moon
The Police abrió las vísceras de la nostalgia en Rock in Rio
■ En el festival se han presentado desde Bob Dylan hasta Lenny Kravitz
■ “No es Woodstock, pero puedo hacer lo que me plazca, como fumar un churro”, dijo un joven de la audiencia
Ampliar la imagen Sting, con la barba de un naúfrago y el sonido intacto de su bajo, acompañado de Andy Summers y la finura de su guitarra Foto: Ap
Madrid, 5 de julio. Con la barba de náufrago de Sting y el sonido intacto de su bajo; la discreta y fina guitarra de Andy Summers, y la potente batería de Stewart Coppeland, The Police irrumpió en Rock in Rio Madrid, como aquella banda que plasmó en sus acordes las interrogantes propias de los años 80. El escenario estaba pletórico para recibir al grupo que cambió la percepción de la música hace dos décadas y todos –tanto los que no sabían prácticamente nada de su trabajo, como los más excelsos conocedores– se entregaron al sonido que sonaba a nostalgia, a la música que siempre recordó aquellos años en que se hablaba de la justicia y la injusticia, de la guerra y de la paz, de la palabra y la muerte.
Y así, entre los recuerdos propios de una gran banda musical, se escucharon por primera vez en España los acordes de The Police, con sus Message in a Bottle, Don’t stand so close to me y Walking on the moon. Música que abría de tajo las vísceras, por su savia nostálgica y su sabor de ritmos insastifechos y hambrientos.
Pero antes de The Police habían ocupado el escenario una serie de grupos de raíz española, de ritmos propios de este país. Primero fue una breve e insuficiente compilación de los más emblemáticos del llamado nuevo flamenco español, es decir: La Negra, Pitingo, Antonio Carmona y Rosario. Todos ellos, en menos de una hora, entregaron a las más de 80 mil personas su particular visión de este entronque entre la tradición y la vanguardia.
Del chill out al gran negocio
Rock in Rio Madrid es una especie de parque temático de los ritmos y las tendencias más actuales de la música en el mundo; pero también una gran industria en la que la música se convierte en el origen y destino de una serie de objetivos, en ocasiones puramente mercadotécnicos, como la publicidad reiterada e insistente que se emite sin cesar en todas las pantallas gigantes que flanquean el recinto.
Y así, entre mensajes publicitarios, tiendas de moda, karaokes con pretensiones de primar la música de calidad y chill outs para que el público repose sus oídos y sus extremidades ante este maratón de la música y el espectáculo, centenares de miles de personas regresan a casa, cada uno de los cinco días de la cita, con el hambre musical saciada.
Hay que decirlo. Rock in Rio Madrid albergó en su seno industrial y mercadotécnico lo más emblemático de los ritmos, las tendencias y las corrientes en boga: lo mismo se ha escuchado a los mestizos hiphoperos de Orishas que a los electrónicos más sofisticados y selectos, como Danny Kravit, Joe Claussel y Francois K. O los cantantes y grupos más conocidos del momento y de épocas pasadas; estos últimos viven un nuevo momento de gloria, como The Police, Bob Dylan, Alanis Morissette, Neil Young, Zucchero y Lenny Kravitz, entre otros.
Todos los ritmos, las tendencias y las herramientas al servicio de la música para un público diverso y multiforme que no tiene un denominador común y que hace que este encuentro musical sea lo que es: un gran festín colectivo de lo más diverso y encontrado; una orgía colectiva de bailes frenéticos, euforia desatada y, en algunos casos, excesos saciados.
Carlos, joven español, con el cuerpo repleto de tatuajes y piercings, explicó a La Jornada su particular visión sobre Rock in Rio Madrid: “No es Woodstock ni los conciertos de verano del Conde Duque (un centro cultural de Madrid), pero aquí puedo hacer lo que me plazca; desde fumarme un porro y bailar sin parar hasta las seis de la mañana sin que la policía me detenga, hasta cantar en plan tranquilo. Así que estoy más que satisfecho”.
Reivindicación de Shakira
La colombiana Shakira no defraudó a sus seguidores, que congeniaron desde el primer momento con sus conocidos movimientos de cadera y su música pop-rock mezclada con ritmos latinos y árabes. A esto se añadió un mensaje reiterado a lo largo del concierto que facilitó que el público se volcara con ella: sus continuas y en algunos momentos cancinas referencias a la condición de España como campeona de Europa de futbol.
Este recurso mercadotécnico logró que incluso los más escépticos de su música –aquéllos que gritaban “queremos música y la Shakira nos da igual”– se entregaran sin condiciones a sus baladas románticas y a sus ballenatos mimetizados en danzas ancestrales de la cultura bereber y musulmana.
Y así, con un espectacular acompañamiento de luces y artificios tecnológicos, Shakira finalizó una jornada –la del viernes– que será recordada sin ninguna duda por el canto desgarrado e inquietante de la tormentosa Amy Winehouse, la artista que con su soul y reggae posmodernos ha abierto una brecha con el resto de sus contemporáneos, convirtiéndose sin quererlo en una referencia en el devenir de la música del siglo XXI.