Dinero y poder
Es más fácil filosofar acerca de la vieja pregunta, que dice: qué es primero: ¿el huevo o la gallina?, que responder al siguiente acertijo: quién llama a quién: ¿el dinero al poder o el poder al dinero? Aunque no puedo contestar al dilema del huevo y de la gallina, creo que para la mayoría de los mortales la cuestión es irrelevante, pues el orden de los factores no altera sus vidas y la mayoría de los seres humanos ingerimos huevos o gallinas sin apenas preguntarnos quién fue primero. En cambio, los vínculos entre dinero y poder –me refiero al político– sí afectan las condiciones de vida de muchos seres humanos. Pobreza, prostitución, falta de educación y exportación de seres humanos, entre otros factores, son producto de la corrupción, sobre todo, de la que carece de límites. ¿Quién corrompe más: el poder político o el dinero ajeno?
La corrupción es una circunstancia innata a la condición humana; seguramente existe “desde siempre”, es “casi” un fenómeno universal, es parte del quehacer humano en la inmensa mayoría de las culturas, se ejerce sin límites en las naciones pobres y suele ser, en muchos sitios, un modus vivendi normal que se ha incorporado a la vida cotidiana.
Aunque existen instituciones que se encargan cada año de evaluar los niveles de corrupción en todo el mundo, por ser un fenómeno soterrado, es imposible saber con exactitud la magnitud del acto –no huelga decir que México suele colocarse en los primeros lugares. Los estudios de las instituciones encargadas de monitorear la corrupción han demostrado, en repetidas ocasiones, que ese fenómeno se da menos en países ricos, donde los políticos y los empresarios están satisfechos con sus ganancias. Presupongo, además, que en esos lugares la ética no sólo figura en el diccionario, sino que ocupa un lugar importante en el quehacer diario de esas personas. De acuerdo con las encuestas las naciones escandinavas son las menos corruptas. ¿Quién corrompe a quién: los ricos a los políticos o los políticos a los ricos?
Como lector aficionado e interesado de los abusos de la ralea política, tanto a escala nacional como mundial, considero que la corrupción se da en ambos sentidos; en países pobres prima la fuerza del dinero sobre la enjuta moral y la magra cultura de los gobernantes; en los ricos, creo que ambos polos suelen atraerse con la misma fuerza. Sea cual sea la verdad, los resultados para las naciones y para sus habitantes son catastróficos. Dos ejemplos dentro de una miríada de situaciones cotidianas.
En Israel, el primer ministro Ehud Olmert se encuentra sitiado por acusaciones repetidas de corrupción. Su actitud –recibir dinero de un millonario estadunidense durante 15 años– es irresponsable no sólo porque viola los mínimos principios éticos de cualquier gobernante, sino porque abre posibilidades para que gobiernos derechistas asuman el poder y congelen el ya de por sí muerto proceso de paz. Corolario: la ética desaparece en aras del dinero.
En Myanmar, la nefanda junta militar ha depauperado sin límites a sus habitantes; por esa razón, la premio Nobel birmana, Aung San Suu Kyi, quien se encuentra encarcelada desde hace muchos años en su domicilio, ha solicitado que los turistas no acudan a visitar su país, ya que dejar divisas equivale a fomentar la tiranía y nutrir la corrupción. Corolario: desde su muy válido punto de vista es mejor no alimentar a los pobres con dinero del turismo que engordar los bolsillos de los militares.
En países como el nuestro no hay quien ignore que la corrupción es un mal necesario: sin ella, ironía aparte, México caería en un impasse que socavaría la economía y otras actividades indispensables. Erradicarla requiere generar nuevas camadas de políticos que se interesen por el bienestar del país y no por los bolsillos de algunos empresarios y comerciantes poco éticos, que, con pasmosa facilidad, logran amistarse y llenar las carteras de nuestros gobernantes.
Los vínculos entre dinero y poder son madre de muchas enfermedades, algunas tratables, otras inmodificables y muchas causantes de muertes injustas y de pobreza extrema. El dinero corrompe al poder y el poder corrompe a quienes tienen dinero. Los corruptos cierran círculos que los protegen y que son difíciles de romper. Aunque quede en letra muerta, debo decir que me da pena que en las cárceles no haya más celdas ocupadas por delincuentes políticos corruptos y por empresarios corruptores de políticos.