¿Rapsodas mexicanos?
Por fin me fue revelado el misterio. El problema es cultural: me refiero a la pobreza de nuestros políticos. Antes había pensado que era problema de corrupción, ausencia de principios morales o falta de solidaridad. Pero dos notas separadas en El País pusieron de manifiesto el atraso cultural de nuestra clase política.
La primera fue una entrevista con Luc Ferry, el escritor, filósofo y ex secretario de Educación del presidente Jacques Chirac. La segunda, un reportaje sobre las andanzas de Dominique de Villepin, ex ministro de Relaciones Exteriores y antiguo primer ministro de Francia.
Ferry se encontraba en Madrid promocionando su último best seller, Aprender a vivir (disponible aquí en editorial Taurus), un encantador relato del desarrollo de la filosofía que vendió más de 300 mil ejemplares en unas cuantas semanas. El libro surgió de una conversación entre Ferry y De Villepin, cuando eran ministros en el gabinete de Chirac. Imagino que se encontraron tomando café, o un trago, vaya a saber.
“Y dime –dice Ferry que le preguntó De Villepin a bocajarro– ¿para qué sirve la filosofía en nuestro tiempo?” Un par de horas después, terminada la charla, Ferry se dio cuenta de que sin proponérselo había hilvanado el temario para una obra que explicara en este tiempo de materialismo e indigestión tecnológica, el tema de la filosofía, disciplina prácticamente “en desuso”. El ex secretario de Educación se dio de inmediato a la tarea de escribir una pequeña obra maestra que nos lleva de la mano por la aventura fascinante del conocimiento humano, comenzando con los griegos y terminando con los filósofos contemporáneos.
Ferry explica con claridad meridiana, y con arte de novelista de suspenso, cómo el mundo mágico de lo filósofos griegos, que explicaban la realidad en función de un orden cósmico perfecto, fue sustituido por el cristianismo. De la creencia panteísta de que todo era Dios, preconizada por los griegos, los padres de la filosofía escolástica labraron una magistral teoría filosófico-religiosa que se ha sostenido en la cúspide del pensamiento occidental por más de quince siglos. La divinidad cósmica de los estoicos se convirtió en un solo Dios, que se encarnó en hombre y descendió al mundo para salvarnos de la muerte (el pecado) y prometernos la salvación y la vida eterna a través de la fe. ¿Quién puede rechazar estos dones?, se pregunta este filósofo racional y descreído.
Pero no piense que De Villepin permaneció callado durante la vehemente perorata de Luc Ferry. Aquél es también un intelectual de altos vuelos: abogado internacional, diplomático, autoridad sobre la vida y obra de Napoleón y poeta, en un país donde los poetas aún gozan de prestigio. De él reportó El País que en días pasados, en Montpellier, ante un público de 400 personas, debutó como rapsoda recitando obras de Verlaine y Rimbaud. Después de vivir en las alturas del poder, decidió recorrer el territorio nacional para “restablecer contacto con el país real” (un Sadhu hindú en busca de liberación espiritual a través de la poesía; un intelectual que abandona el poder para ir de pueblo en pueblo, como los rapsodas de la antigua Grecia, pregonando poemas heroicos).
Para montar su despacho vendió su valiosa colección de libros napoleónicos y se mantiene como consultor y conferencista en Japón y América del Sur (De Villepin habla cuatro idiomas). Continúa escribiendo poesía y está por publicar un tercer libro sobre Napoleón. Pensé en nuestros políticos y me pregunté: “¿son capaces de subsistir en un mundo de cultura? ¿Pueden sostener conversaciones altruistas?”
Compare, si desea transitar de lo sublime a lo ridículo, los recitales de poesía clásica De Villepin con las “conferencias magistrales” de los Fox en pueblitos de California, o tres tomos sobre la vida de Napoleón con el libro-basura comisionado por los Fox y escrito por un gringo en busca de clientes. Imagine una surrealista charla de café entre doña Perpetua, Elba Esther Gordillo, y el terminator Gerardo Fernández Noroña (una, experta en ropa de firma, vestida de Chanel, y el otro con la camisa remangada, experto en escandalizar). Tampoco olvidemos el “lenguaje florido” del gobernador de Jalisco, ni el “me vale güilson” del edil de León.
Otras conversaciones históricas, que no pertenecen al mundo elevado de la filosofía, son las elocuentes charlas telefónicas entre el gobernador Mario Marín y el legislador Emilio Gamboa, o el exquisito diálogo del niño verde. ¿Se imagina a Arturo Montiel comentando las obras de Enrique González Martínez o Jaime Sabines? ¿O a Andrés Manuel López Obrador, aprovechando sus asambleas para familiarizar a los seguidores con la poesía de Octavio Paz?
Leyendo el magnífico libro de Ferry, y mirando a De Villepin declamar en el modesto auditorio de un liceo de provincia, reflexioné sobre la pobreza de quienes nos gobiernan: hombres superficiales, obnubilados por la riqueza y el poder. Jamás podrían subsistir como rapsodas o filósofos, porque no tienen cultura ni humildad. Y, además, ¿qué hazañas o hechos heroicos podrían pregonar?