■ Hace dos años militantes de Al Qaeda incendiaban vinaterías y asesinaban a bebedores
Regresan las bebidas alcohólicas a Bagdad
Bagdad, 10 de julio. El alcohol se vende de nuevo abiertamente en Bagdad. En toda la capital iraquí, las vinaterías que cerraron a principios de 2006, cuando las luchas sectarias estaban en su apogeo, han comenzado a reabrir lentamente. Hace dos años, militantes de Al Qaeda incendiaban licorerías y asesinaban a sus dueños. Ahora, en la céntrica calle Saadoun, al menos 50 tiendas anuncian la venta de bebidas alcohólicas.
También ha disminuido el temor de beber en público. Se ve a jóvenes bebiendo cerveza prácticamente en todas las calles. Uno de los lugares favoritos de los bebedores por tradición es el puente Jadriya, que tiene cinco hermosas vistas sobre el río Tigris. Hace dos años, hasta los borrachos más empedernidos decidieron que beber bajo el puente era peligroso. Pero en los últimos tres meses han vuelto, lo que es evidencia de que los militantes armados ya no son los que deciden lo que hace la gente en Bagdad por la noche.
“Me bebo siete u ocho latas de cerveza al día y una botella de whisky los jueves por la noche”, dice Abh Ahmed, un ex oficial de inteligencia policiaca que ahora trabaja como taxista.
La reapertura de las licorerías es un signo de un lento aunque limitado retorno de la vida social para los abrumados habitantes de Bagdad. Las tiendas empiezan a cerrar más tarde, sobre todo las que son propiedad de chiítas en el este de esta capital. Otras libertades sociales también han aumentado en los últimos tres o cuatro meses. Ya no es tan común que las mujeres vistan bajo los estrictos códigos islámicos.
Esta vuelta a la normalidad puede ser sobrestimada. La muy cacareada mejora en la situación de la seguridad, evidente desde la segunda mitad de 2007, contrasta del todo con el baño de sangre que fue 2006, cuando hasta 3 mil civiles morían mensualmente. Es cierto que el hecho de que las explosiones ya no se hacen sentir todos los días en la ciudad ayuda a que resurja en cierta medida la atmósfera laica de otros tiempos.
Irak era, entre los países árabes, uno de los más secularizados hasta principios de los años 90. Todos los restaurantes servían alcohol y había abundantes clubes nocturnos. No existía la prohibición de alcohol que sí imperaba en Arabia Saudita y Kuwait. En Basora, a finales de los años 70, la principal queja era que los kuwaitíes cruzaban la frontera para emborracharse por toda la ciudad.
En Bagdad era posible sentarse en uno de los restaurantes de la avenida Abu Nawas, a orillas del río Tigris, a comer pescado a la parrilla bebiendo cerveza y arak (una bebida espirituosa a base de dátiles y semilla de anís).
Esos fueron los últimos días en que la vida social en Bagdad era fácil y libre. Tras la desastrosa derrota en Kuwait, Saddam Hussein buscó incrementar su apoyo popular dándole a su régimen un rostro más islámico. Los restaurantes de Abu Nawas se secaron. La policía patrullaba los parques en busca de bebedores ilegales. Si un iraquí bebía, debía hacerlo en su casa y se prohibió a los musulmanes vender alcohol, mercado que desde entonces monopolizaron los cristianos.
Cuando el régimen de Saddam cayó en 2003, el whisky, la cerveza y el vino reaparecieron en restaurantes y bares, pero no por mucho tiempo. En el punto álgido de la insurgencia sunita, Al Qaeda en Irak se volvió famosa por sus salvajes castigos a quienes no siguieran los códigos morales islámicos. A los fumadores les cortaban los dos dedos con que sostenían el cigarrillo, como advertencia. Decenas de estilistas fueron ejecutados a tiros acusados de hacer cortes de pelo no islámicos. En zonas de clase trabajadora chiíta como ciudad Sader, controlada por el Ejército de Mehdi, fue obligatoria la vestimenta de la milicia islámica.
Aún hoy hay riesgos. Hace dos meses el comerciante Abu Rami abrió un negocio de bebidas en el distrito de Mansur, al oeste de Bagdad. Semanas después hombres armados, que gente del lugar cree eran miembros de Al Qaeda, lo mataron a él junto con su hijo, y quemaron la tienda.
Pero pocas de las demás tiendas que han abierto han sufrido acoso o ataques. La mayoría se ha instalado cerca de puestos de control del ejército o la policía, y los tenderos les pagan protección, ya sea en alcohol o en efectivo. Rami Aboud, quien trabaja en la tienda de bebidas de su tío en el cruce de Jordán, en el distrito de Yarmouk, al oeste de Bagdad, afirma que cada noche da a policías o soldados 15 latas de cerveza o su equivalente en efectivo.
El tío, como casi todos los expendedores de bebidas alcohólicas de Bagdad, es cristiano. “En ese entonces”, dice al recordar el principio de los años 90, “vendíamos cerveza iraquí, Farida o Sherezada, y whisky Grant. Pero después del derrocamiento de Hussein en 2003 vendimos cualquier otra cosa. Las cervecerías nunca reabrieron y los iraquíes ahora consumen cerveza importada Efes o Bavaria, a un dólar la lata, y Heineken, a 1.70 dólares”.
El tío de Aboud abrió una segunda tienda cerca de la calle Kindi, pero el sectarismo y la militancia islámica acabó con su negocio en 2005.
“Yo estaba en nuestra tienda cuando desde dos automóviles en movimiento nos dispararon”, dice Aboud. “Yo huí con mi tío, nos escondíamos en una tienda y en la siguiente; tuvimos suerte de que no nos mataran. Nos quedamos con el local, pero recibíamos amenazas en que nos decían que si no cerrábamos nos matarían e incendiarían la tienda, por lo que mejor la cerramos”.
A medida que los pogromos sectarios se convirtieron en una guerra civil entre las comunidades sunitas y chiítas en Bagdad, después del atentado dinamitero contra el santuario chiíta de Samarra en febrero de 2006, cerraron casi todas las vinaterías de la capital y las pocas que quedaron estaban en un área fuertemente defendida cerca de la Zona Verde.
Pese a las mejoras en materia de seguridad, el regreso de cualquier forma de vida social es muy limitada. Los expendedores de bebidas alcohólicas están alerta, en caso de que tengan que cerrar nuevamente. “Volvimos a abrir en abril de 2008 cerca de un puesto militar”, dijo Aboud. “No creemos que cualquiera pueda venir a dispararnos, pero nos preocupa que nos puedan matar cuando vamos camino a casa”.
Pero por lo pronto esta tienda está llena de jóvenes que compran cerveza, confiados en que podrán beberla abiertamente sin que nadie trate de matarlos.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca