Usted está aquí: sábado 12 de julio de 2008 Política En San Cristóbal de las Casas, tiempos de desaforada construcción y destrucción

■ El crecimiento urbano ya se convirtió en uno de los más altos del país

En San Cristóbal de las Casas, tiempos de desaforada construcción y destrucción

Hermann Bellinghausen (Enviado)

Ampliar la imagen Bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que instalaron un campamento de observación ecológica en el cerro Huitepec, denunciaron amenazas de desalojo por el alcalde Mariano Díaz Bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que instalaron un campamento de observación ecológica en el cerro Huitepec, denunciaron amenazas de desalojo por el alcalde Mariano Díaz Foto: Moysés Zúñiga

Huitepec, Chis. 11 de julio. El crecimiento urbano de San Cristóbal de las Casas es uno de los más altos del país. Esto se debe a la combinación difusa de obra pública e inversión privada; a la especulación inmobiliaria en el centro histórico, donde el precio de la propiedad no deja de crecer. Y a la extraordinaria migración interna de indígenas de todos los Altos, particularmente Chamula, lo cual convierte a la ciudad en un crisol de la lucha de clases, algo que apenas logró entrever Rosario Castellanos.

Una ciudad turística, de veraneo, con ofertas para el cotorreo. Profusamente estrellada en las guías turísticas. Una clase propietaria reducida, heredera de quienes poseyeron hasta hace pocas décadas no sólo la ciudad, sino buena parte de los territorios indígenas que la rodean y donde hoy los pueblos son libres y dueños de su tierra.

Aun ahora que la clase propietaria (o cashlán) ha perdido ranchos y fincas, sigue en poder de los edificios del centro, donde están los bancos, el comercio, hoteles, restoranes y casas habitación. También han sido, sin interrupción, dueños del poder político. Suyos son los terrenos periféricos, las máquinas que construyen sobre humedales y en bosques los nuevos fraccionamientos y unidades habitacionales.

Sin embargo, la ciudad nunca fue más indígena que ahora. La pesadilla atávica del cashlán. El prócer coleto Flavio A. Paniagua, que da nombre a una céntrica calle, escribió en el semanario La Brújula en 1869: “La raza indígena es un enemigo jurado de la raza blanca. Hay que estar prevenidos y preparados para la guerra contra el indígena, ya que, de lo contrario, la esposa tierna, la querida hermana, perecerán a manos de aquellos bárbaros después de corrompidas; que los hijos serán víctimas sangrientas, mutiladas; que rodará la cabeza del anciano padre bajo el rudo golpe del chamulteco”. (Citado por Lucas Ruiz Ruiz en el libro El jchi’iltik y la dominación jkaxlán en Larráinzar, 2006).

A la vez que chamulas y zinacantecos disputan espacios urbanos, los coletos ensanchan sus negocios a costa de las comunidades originarias. Entre semana, la circulación de camiones de volteo y maquinaria colapsa durante horas los cruceros del anillo periférico. En San Cristóbal se construye y destruye a una misma velocidad desaforada. De unos cerros sale la arena de las calles y carreteras; de otros el agua, que se cotiza bien últimamente. De donde se puede salen fraccionamientos. De todas partes sale basura. Y ahora hay proyectos mineros.

El Huitepec, cerro emblemático de la ciudad, no sólo es de agua y tierra buena. También ha sido, durante siglos, el lugar donde habitan como campesinos diversos pueblos tzotziles, a quienes les han caído varias conquistas desde que llegó el primer auténtico coleto, Diego de Mazariegos. Nómadas o no, vestidos o desnudos, pueblos mayas que aprendieron a coexistir con los conquistadores y predicadores que devendrían colonizadores, y al final patrones. La Iglesia les enseñó a vestirse y el Estado les impuso ropas y colores para identificarlos y diferenciarlos (y sin querer inventó los “trajes regionales” de la hoy más fuerte que nunca identidad indígena).

En el Huitepec existen siete poblados que derivaron en secciones y barrios. Estos tzotziles han vivido relativamente alejados de la muy vecina ciudad. En años recientes experimentan la presión privatizadora de las trasnacionales refresqueras y los fraccionadores. Casi todas las comunidades han aceptado vender extensiones variables de terreno a particulares, con la ayuda del Procede o sin ella. Siendo propiedad comunal y ancestral, los papeles agrarios son confusos y sólo San Felipe Ecatepec los tiene en regla.

Cuando se recorre el área del Huitepec saltan a la vista letreros de “se vende”, sobre todo en Los Alcanfores. Ya hay residencias. En las faldas, la urbanización es un hecho. Proliferan grandes bodegas para los tráileres que contribuyen al cerco automovilístico de la otrora llamada Ciudad Real (valga la ironía retroactiva).

La reserva ecológica establecida por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en marzo de 2007 se localiza en las lomas de Huitepec Ocotal Segunda Sección, donde los indígenas son bases de apoyo zapatistas. El área protegida, de 102 hectáreas, no pertenece a ninguna de las comunidades. En ello, y en su valor biótico, se fundamenta la determinación zapatista de “reservarla” con fines ambientales y comunitarios. Y la del gobierno para decretarla también área natural protegida. Mientras acecha, voraz, la ciudad.

 
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