La crisis no se acaba
Otra vez el inefable Yogi Berra parece tener razón: “esto no se acaba hasta que se acaba” pero, además, “uno debe ser muy cuidadoso si no sabe para dónde va, pues puede no llegar ahí”.
El viernes hubo un gran susto en Wall Street alrededor de la fragilidad de los dos gigantes del mercado hipotecario de Estados Unidos. Las conocidas como Fannie Mae (Federal National Mortgage Corporation) y Freddie Mac (Federal Home Loan Mortgage Corporation) prácticamente se desplomaron en la cotización de sus acciones en una tendencia a la baja que se ha registrado durante todo el año.
Fannie Mae se creó en 1938 para proveer de liquidez al mercado hipotecario luego de la crisis de 1929. Desde 1968 es una corporación privada que goza de una serie de condiciones especiales establecidas por el gobierno para sostener ese gran segmento del mercado financiero. Freddie Mac fue creada por el Congreso en 1970 para competir con Fannie y funciona también como empresa privada.
Se estima que entre las dos garantizan casi la mitad de los 12 billones de dólares (según la nomenclatura usada en México o 12 trillones de acuerdo con el uso estadunidense) del mercado hipotecario de ese país.
Con sus operaciones abastecen de capital a los bancos comerciales para generar nuevos créditos. Entre 1998 y 2007 el monto de los créditos garantizados sólo por Fannie Mae aumentó tres veces, mientras que tan sólo en el último año la morosidad de los deudores creció al doble, lo que presiona para hacer efectivas las garantías. De modo que si ambas empresas llegaran a dejar de comprar los préstamos y de garantizarlos, se pueden paralizar las operaciones y el conjunto del mercado.
Si por su debilidad no pueden tomar prestado dinero de los inversionistas para hacer sus propias operaciones, las tasas de interés tenderán a subir. Esto agravaría aún más la precaria situación de los deudores propietarios de casas en un entorno en el que bajan los precios de las propiedades, y con ello el patrimonio de las familias, y aumenta el costo de la deuda.
Prácticamente todos los bancos de Wall Street y muchos de otros países, así como una amplia serie de inversionistas y bancos centrales hacen negocios con Fannie Mae y Freddie Mac. Ahora su capacidad para absorber las pérdidas que se han generado por esos préstamos se está reduciendo de modo significativo y su misma viabilidad financiera está en riesgo.
La semana pasada el precio de las acciones de Fannie cayó 45 por ciento y el de Freddie 47 por ciento, exhibiendo así la pérdida de capitalización. El Departamento del Tesoro y la Reserva Federal buscan la manera de controlar el castigo y se habla de garantizar la deuda de ambas compañías mediante una legislación ex profeso.
Si el gobierno decidiera intervenir estas empresas, es decir, nacionalizarlas, los valores involucrados significarían en un aumento del doble del déficit federal, lo que arrastraría aún más a la baja al valor del dólar frente a otras divisas. Además, el tesoro mantiene con ambas compañías una línea de crédito del orden de 2.5 mil millones de dólares, y si implementa un rescate se elevaría el costo para proveer de capital a los mercados de deuda.
Como puede advertirse, las condiciones económicas que ahora enfrenta el gobierno son muy delicadas, al igual que las repercusiones políticas. Una vez más se pondrá a prueba la situación de que hay empresas bancarias demasiado grandes para quebrar y el uso de recursos públicos será un asunto muy controvertido. El banco central y el gobierno son los prestamistas de última instancia y el entorno financiero se hace cada vez más frágil. Todo esto en un año electoral.
Hay un par de aspectos que conviene no perder de vista. El primero tiene que ver con la duración de esta crisis financiera, con la manera en que han intervenido las autoridades monetarias y financieras en Estados Unidos, Europa y Asia, y las fuertes pérdidas que han tenido que registrar los bancos comerciales.
Sobre todo deben considerarse las repercusiones que tiene el hecho de que el crecimiento reciente de las economías esté basado en la generación de cada vez más grandes episodios de especulación. Tan sólo recientemente dos de ellos, a principios de la década con las empresas de tecnología y luego con los créditos hipotecarios.
La erosión que esto provoca en el funcionamiento de los mercados financieros y en la capacidad de regulación de los gobiernos es muy onerosa y desquicia el orden institucional. Las respuestas de política pública son tardías e insuficientes. En la sociedad actual, tal como está configurada, el orden se sostiene en la estabilidad de la moneda y en la seguridad de las escrituras de la propiedad en el cajón de un armario. Las dos están cuestionadas.
El segundo aspecto tiene que ver con las formas en que esta fragilidad se transmite entre las economías. Éste es un asunto clave para un país como México con fuerte dependencia de Estados Unidos en términos de producción, exportaciones y tasas de interés. La situación macroeconómica se hace cada vez más precaria. No hay manera de que ésta se convierta en la cuarta economía del mundo como recientemente sugirió Felipe Calderón en China. Al parecer en el gobierno mexicano se decide oír el canto de las sirenas.