Zimbabue, R.I.P.
A Cecil John Rhodes se le recuerda principalmente por el programa de becas que se instituyó tras su muerte en 1902. Son estupendos estipendios para que unos 90 estudiantes provenientes de las ex colonias británicas se pasen uno o dos años estudiando en la universidad de Oxford. Rhodes fue un egresado de esa universidad, aunque tardó muchos años en recibirse debido a sus constantes viajes al África meridional.
Los fondos de dicho programa provienen de la fortuna que Rhodes amasó en la explotación de las minas de diamantes en África. Fundó la De Beers Mining Company. Luego logró monopolizar la producción de diamantes Kimberely y acabó encabezando una empresa que, se decía, contaba con el mayor capital del mundo. Sus derechos de explotación de los diamantes los obtuvo de la British South Africa Company y acabó controlando un inmenso territorio que llevó su nombre. Durante décadas lo que hoy son Zambia y Zimbabue se conoció como Rhodesia.
A Robert Gabriel Mugabe se le recordará como un dictador que trató de arroparse en un proceso democrático fallido. Poco se dirá del luchador por la independencia de Rhodesia del Sur (Zimbabue), del dirigente de la Unión Nacional Africana de Zimbabue, del prisionero político y del triunfador en 1980 en las primeras elecciones de un Zimbabue independiente. Más bien se recordará a un hombre que se engolosinó con el poder y acabó por hundir a su país política y económicamente.
Zimbabue es un caso distinto a las decenas de colonias británicas en África. Éstas accedieron a la independencia en los años 60 mientras que Rhodesia del Sur quiso seguir el ejemplo de Sudáfrica y consolidar un régimen dominado por una minoría blanca encabezado por Ian Smith. El desafío de Smith duró poco debido, en parte, a las presiones de Londres.
Cuando Zimbabue alcanzó su independencia en 1980 muchos pensamos que lograría evitar los errores de no pocos países africanos que lo precedieron en ese camino.
La guerra fría influyó de manera negativa en el desarrollo político y económico de las nuevas naciones africanas. A final de cuentas mucho dependió de la personalidad de sus primeros dirigentes. Julius Nyerere en Tanzanía supo dejar el poder a tiempo para asegurar un sistema más o menos democrático y evitar los excesos de otros dirigentes con tendencias dictatoriales.
En Zimbabue Robert Mugabe empezó relativamente bien. Respetó a la minoría blanca, pilar económico indispensable. Sin embargo, muy pronto empezó a atacar a sus rivales políticos, imponiendo un sistema autoritario basado en la lealtad del ejército y en medidas demagógicas que acabaron hundiendo el país en la miseria. Fue especialmente feroz en contra de los habitantes blancos. Con ello acabó con la agricultura de su país.
Sus triquiñuelas políticas se convirtieron en fraudes significativos. Así, al perder las elecciones presidenciales del pasado 29 de marzo, manipuló los resultados para evitar que el líder del movimiento para un cambio democrático, Morgan Tsvangirai, obtuviera la mayoría absoluta y así asegurar una segunda vuelta el 27 de junio en la que acabó siendo candidato único.
La situación en Zimbabue ha servido para confirmar la tibieza con que los dirigentes africanos reaccionan ante los excesos antidemocráticos de sus colegas. Poco se puede esperar de la Unión Africana. Menos de la mitad de sus miembros son producto de procesos democráticos.
Los vecinos de Zimbabue tampoco han reaccionado con energía. El caso de Sudáfrica es especialmente preocupante. El presidente Thabo Mbeki ha optado por un bajo perfil, insistiendo en la búsqueda de una solución negociada entre Mugabe y la oposición. Pero ¿cómo se puede negociar con alguien que ha robado una elección?
Se dice que Mbeki no quiere violentar su relación con Mugabe. Se trata de una relación muy personal y bastante complicada. Mbeki considera a Mugabe como su mentor en su lucha contra el régimen de apartheid en Sudáfrica y en la organización de sindicatos.
La crisis en Zimbabue también ha incidido en la relación entre Rusia y los países occidentales, especialmente Estados Unidos y Reino Unido.
La semana pasada las cosas se complicaron dentro del G-8 (el G-7 más Rusia). Todo parecía encaminado a lograr una posición común en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tras la declaración conjunta del G-8 en la cumbre de Japón el 8 de julio. Ahí se habla de la crisis humanitaria causada por la violencia desatada por Mugabe en contra de la oposición y de los que se atrevieran a no votar por él en la elección ilegítima que organizó para permanecer en el poder.
El G-8 apoyó los esfuerzos de mediación las distintas organizaciones africanas y pidió el nombramiento de un enviado especial de la ONU. También dejó entrever la posibilidad de sanciones económicas y financieras en contra de los responsables de la violencia en Zimbabue.
Tres días después, el Consejo de Seguridad tuvo que pronunciarse sobre un proyecto de resolución coauspiciado por Estados Unidos, Francia y Reino Unido, entre otros. Dicho proyecto reiteraba lo acordado por el G-8 en Japón, pero imponía una serie de sanciones comerciales y financieras muy duras a Zimbabue y los individuos responsables de la violencia. Pero fue aún más lejos al declarar que la situación en ese país constituía una amenaza a la paz y seguridad internacionales en la región. En otras palabras, invocarán las disposiciones de la Carta de la ONU que pueden derivar en una acción militar. Esto último y las sanciones resultaron inaceptables para cinco miembros del consejo de seguridad –China, Rusia, Libia, Sudáfrica y Viet Nam– que votaron en contra del proyecto.
China no se hubiera atrevido a vetar el proyecto de no haber sido por el veto ruso. Según Londres y Washington, el culpable del fracaso en el consejo fue Moscú. Declararon que su socio en el G-8 no era confiable.
Por ahora, ahí sigue Mugabe.