¿Mextango?, ¿tangomex?
Hace algunas noches, en un atiborrado Lunario, hizo su debut público la recién formada Orquesta Mexicana de Tango, liderada desde el primer bandoneón por su fundador, César Olguín. Desde ya, el asunto se presta a que los puristas (que nunca faltan y que suelen meter sus suspicaces narices en todo) se mortifiquen y pregunten: “¿Una orquesta de tango…mexicana?” Las numerosas respuestas posibles pueden pasar por complicados temas de multiculturalidad, de globalización, de vasos regionales comunicantes y muchos otros. Mejor, sin embargo, responder a los escépticos con un poco de sopa de su propio chocolate: “hay mariachis japoneses y ni quien se queje”. Y, para más señas, hay en Finlandia numerosas orquestas de tango que no por incluir de vez en cuando acordeones a falta de bandoneón, tocan a De Caro y a Pugliese con menos enjundia y pasión.
El hecho es que esa primera presentación de la Orquesta Mexicana de Tango resultó muy auspiciosa, ante todo porque fue evidente a lo largo de la noche que este estreno fue precedido por una preparación larga, rigurosa y concienzuda, que redundó directamente en la calidad de la ejecución colectiva, así como en algunos notables destellos solistas.
De entrada, este conjunto ofrece una primera imagen a contrapelo de esa tradición purista ya aludida. Si hay quienes creen que una orquesta de tango es por fuerza una cofradía de varones decrépitos, he aquí un joven grupo de 10 ejecutantes entre los cuales hay cuatro minas. Este ensamble conjuntado y preparado por César Olguín ofreció en su debut un repertorio instrumental que apunta al hecho de que el líder de la banda ha decidido que sus pupilos afilen las armas a base de tango clásico, tradicional, de abolengo.
Al respecto, la presencia de una única pieza de Ástor Piazzolla no debe dejar una impresión errónea de revisionismo o nostalgia en las filas de la Orquesta Mexicana de Tango. ¡Vaya que si Olguín conoce y practica a fondo la música de Piazzolla y otros nuevos tangos! Supongo que se trata en este caso de colocar cimientos sólidos sobre terrenos de firmeza indiscutible, y a partir de ellos construir en direcciones diversas.
Como prueba de ello, la lista parcial de los autores abordados esa noche por la Orquesta Mexicana de Tango, una lista de credenciales impecables: Osvaldo Pugliese, Agustín Bardi, Emilio Balcarce, Ángel Villoldo, Julián Plaza, Cátulo Castillo, Francisco Canaro, Sebastián Piana, Enrique Cadícamo, Juan Carlos Cobián, Ricardo Brignolo, Eduardo Rovira y Agustín Lara. Sí, dice claramente Agustín Lara, no se espanten.
Además, en algunos de los tangos presentados esa noche en el Lunario se hicieron presentes las habilidades de arreglistas de Rodolfo Mederos y del propio César Olguín. Gracias a que los técnicos de sonido del Lunario han mejorado con el paso del tiempo, fue posible escuchar el trabajo de la Orquesta Mexicana de Tango sin distorsiones y retumbos, y gracias a ello, apreciar por ejemplo que el trabajo conjunto de los tres bandoneones es sólido y sin costuras, y que a la vez los solos individuales emergen con claridad de la textura general.
En lo personal, celebré la presencia del joven y hábil bandoneonista Raúl Vizzi, cuyo instrumento escuché llorar hace unos años desde la altura del coro de la iglesia de San Agustín.
He aquí, pues, un ensamble preparado y presentado con disciplina, rigor y musicalidad, cuyo debut hace desear que el proyecto tenga continuidad, apoyo y difusión, porque bien lo merece. ¿Quizá en el futuro la Orquesta Mexicana de Tango se presente con cantantes o instrumentistas invitados, o con bailarines expertos? ¿Por qué no? Mientras tanto, que quede claro que esta orquesta que toca tangos sí es mexicana: aunque haya nacido en Río Cuarto y todavía suspire por las hazañas (o fracasos) del River Plate y la Albiceleste, César Olguín lleva ya un buen rato de estar plenamente insertado en nuestro medio, así que tiene en sus manos la combinación ideal de elementos, enfoques y medios para llevar a buen puerto la nave de la Orquesta Mexicana de Tango. Así sea.