Editorial
Inflación y neoliberalismo
Por segunda ocasión en menos de un mes, el Banco de México (BdeM) anunció el pasado viernes un aumento de un cuarto de punto porcentual –de 7.75 a 8 por ciento– en su tasa de interés de referencia, la interbancaria a un día. La medida, a decir de las autoridades del banco central, se da de conformidad con el compromiso antinflacionario de la institución, que advirtió que se vería obligada a ajustar al alza sus expectativas de inflación. Sin embargo, a decir de algunos especialistas, esa decisión del BdeM resultaría insuficiente para frenar las presiones inflacionarias generadas básicamente por las alzas en los precios de petróleo y alimentos, por lo que es probable que en los próximos meses, a pesar de las medidas anunciadas, el organismo se vea obligado a realizar ajustes adicionales a sus previsiones y, en consecuencia, anuncie nuevos incrementos en su tasa de referencia.
Esta circunstancia constituye un indicador claro del fracaso de la política económica que ha seguido nuestro país en las últimas dos décadas. En efecto, la contención de la inflación ha constituido el objetivo central de la política monetaria del BdeM, en consonancia con el marco teórico del modelo neoliberal que han mantenido los sucesivos gobiernos a partir del salinato. Para tal fin, las autoridades se han valido de políticas de corte antipopular que castigan al grueso de la población, como la injusta contención de los salarios, que en las últimas décadas ha generado una pérdida sostenida del poder de compra de los trabajadores, situación que los condena a un empobrecimiento continuo y en muchas ocasiones los obliga a engrosar las filas del trabajo informal. Otra acción recurrente es el incremento en las tasas de interés, medida que disminuye la actividad económica, la generación de empleos y la inversión, que genera cargas adicionales para los usuarios de los servicios financieros, toda vez que los bancos trasladan ese incremento al crédito al consumo, y que resulta, a fin de cuentas, benéfica sólo para los dueños del capital.
Estos rumbos de acción, sin embargo, no parecen ser suficientes para contener la inercia inflacionaria que en el entorno mundial están provocando los incrementos de precios en los alimentos y los hidrocarburos. Por desgracia, el fundamentalismo de libre mercado de los gobiernos neoliberales en nuestro país ha derivado en una incapacidad de las autoridades para intervenir este tipo de fenómenos, propios de un modelo económico que acusa severas fallas estructurales y cuya aplicación, sobra decirlo, no se ha traducido en una reducción significativa de la pobreza en México: por el contrario, ha ahondado la brecha de desigualdad, ha profundizado los niveles de marginación y desintegrado de forma sostenida el tejido social.
Por lo demás, la persistente amenaza de un contexto internacional estanflacionario –en el que converjan procesos de estancamiento económico e inflación– debiera despertar la alarma de quienes conducen el destino económico de la nación. Dada la amplia dependencia de México con respecto a la economía de Estados Unidos, y dada la vulnerabilidad que nuestro país ha acusado ante los fenómenos inflacionarios en diferentes etapas de su historia –que se han traducido en severas crisis económicas–, sería irresponsable descartar los riesgos que presenta el panorama económico internacional. Es urgente, pues, que se haga una revisión profunda de la política económica vigente, y que se replantee el rumbo que se le quiere dar a la economía mexicana, con miras al beneficio de las mayorías y no únicamente de la clase político-empresarial que detenta el poder.