■ Cerca de 400 atrilistas demostraron sus avances en un concierto
Emotivo e inusual fin de curso del programa Orquestas Juveniles de la Ciudad de México
Ampliar la imagen Jóvenes músicos lograron con sus notas quitar el tono solemne y hasta fúnebre que suele tener un concierto de música clásica Foto: Yazmín Ortega Cortés
El de la noche del viernes fue un concierto como hace largo tiempo no ocurría en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli.
En nada convencional. Ni en cuanto a los intérpretes y su manera de entender y ejecutar la música, ni por el comportamiento del público y el ambiente que se vivió dentro del inmueble.
Ciertamente, era en mucho previsible que sería una velada distinta a la de un concierto ofrecido por músicos profesionales, por tratarse de una presentación de fin de cursos a cargo de niños y jóvenes integrantes de las Orquestas Juveniles de la Ciudad de México.
Diferente, sí, en las cuestiones técnicas, artísticas y musicales, por obvias razones. Sin embargo, también por generarse una atmósfera en mucho emotiva y vibrante, desinhibida y muy natural, aspecto que es poco o nada frecuente en un concierto profesional, en el que prevalece una solemnidad que llega, inclusive, a ser fúnebre.
Y es que el empeño, la entrega, pero sobre todo la emoción y la alegría que esos cerca de 400 incipientes artistas demostraron sobre el escenario fue algo conmovedor y al mismo tiempo contagioso.
Rostros sonrientes, fascinados, plenos, es lo que podía verse en la mayoría de ellos desde el momento mismo que se plantaban sobre el escenario y se acomodaban en su lugar. Ni la alta concentración que demanda la disciplina artística lograba privarlos de ese estado de azoro y dicha.
Nada importaron las recurrentes notas falsas, los traspiés técnicos o los cambios en el tempo, era su noche, y así se mostraban, entregados, superando la pena o el temor escénico, dando lo más y mejor de sí, ante la mirada orgullosa de familiares y amigos que se levantaban de entre la repleta sala para saludarlos con las manos en alto o tomarles una foto.
Fue una noche de fiesta y gozo. Cerca de hora y media en la cual intervinieron esos 400 atrilistas distribuidos en tres orquestas, conformadas de acuerdo con su nivel de estudio: principiantes, intermedios y avanzados.
Bajo la batuta de sus maestros, nueve en total, cada una de esas agrupaciones dio cuenta de una serie de pequeñas obras y arreglos, lo mismo de partituras de Haydn, Wagner y Sibelius, que de José Pablo Moncayo, Arturo Márquez y Moussorgsky.
Este concierto fue el corolario de casi tres semanas de trabajo intensivo del curso de verano organizado por la Secretaría de Cultura capitalina con el fin de pulir aspectos técnicos e interpretativos de los integrantes de las Orquestas Juveniles de la Ciudad de México, que en esta ocasión representaron a 10 delegaciones políticas, entre ellas Tlalpan, Tláhuac, Iztapalapa y Miguel Hidalgo.
El programa de Orquestas Juveniles de la Ciudad de México, dependiente de esa instancia del gobierno de la ciudad, opera desde 1989, con un objetivo más de tipo social que artístico, siguiendo el modelo de la Orquesta Simón Bolívar, de Venezuela.