TOROS
■ Exceso de castigo a las reses malogró lucidas faenas en el décimo festejo novilleril
Al descastado encierro de Rosas Viejas se aunó la escasa asesoría a los diestros
■ Juan Luis Silis e Hilda Tenorio, voluntariosos; Luis Miguel Pérez, diferente y deficiente
Ampliar la imagen Hilda Tenorio en la décima novillada de la Plaza México Foto: Jesús Villaseca
La mitad de las buenas faenas se construyen desde el callejón. En México, desde Rodolfo Gaona hasta Rodolfo Rodríguez El Pana, pasando por el resto de los matadores, salvo confirmadoras excepciones, todos han carecido de apoderados profesionales y de asesores técnicos con conocimientos suficientes para hacer valer, en el ruedo, tanta vocación y tanto heroísmo infructuoso.
La décima novillada en la Plaza México vino a confirmar esta ancestral carencia, pues si bien el encierro de Rosas Viejas, bien presentado pero falto de transmisión y de casta, permitió estar a los alternantes, éstos carecieron del consejo oportuno que desde el callejón orientara mejores criterios de lidia, concretamente a la hora de picar a algunos de los novillos o de “vender” determinada faena.
Siempre con determinación, inteligente y concentrado, tanto que a veces pareció olvidarse del tendido, el capitalino Juan Luis Silis, quien repetía luego de su torera actuación del domingo anterior, consiguió con el que abrió plaza, mansurrón y andarín, meritorias tandas por ambos lados, muy bien rematadas. Señaló un pinchazo y luego una entera que el público valoró con una salida al tercio, cuando la calidad del trasteo bien merecía la vuelta al ruedo.
Con su segundo, Silis, poseedor de una tauromaquia digna de más oportunidades por parte del resto de las empresas, volvió a estar por encima del bonito pero deslucido ejemplar. Para colmo sopló el viento y tras dos pinchazos y media caída, se retiró en silencio. Ya se sabe, este es un país donde los toreros no se hacen toreando sino soñando.
Hilda Tenorio quitó a su segundo por bellas chicuelinas y precisa revolera. Inició su faena con toreros doblones, suaves y delicados pero eficaces y logró estupendas series con la diestra a otro que, como el resto de sus hermanos, se apagó pronto. Escuchó dos avisos.
Con el quinto, la joven moreliana instrumentó bellas y templadas verónicas, con saber y sabor, lentitud y mando, rematadas con soberbia media. Y cuando debió pasar a su novillo con un puyazo, dadas las condiciones del encierro, aquel recibió el segundo y acabó refugiado en tablas, donde la Tenorio consiguió derechazos imposibles, así como toreras series de trincherillas y de la firma… hasta que le tocaron otros dos avisos.
Treintón de rasgos aniñados y andar desenfadado, el debutante Luis Miguel Pérez logró algo muy difícil: dividir al público entre partidarios y adversarios gracias a su estilo diferente. Buen comienzo, ya que lo peor en todo espectáculo es que sus protagonistas pasen inadvertidos.
Con la capa lo intentó todo pero casi no le salió nada, excepto lucidos remates con jerónimas, ese lance cambiado que hizo suyo el poblano Jerónimo. Si no la técnica, a este Pérez le sobra el valor. Toreando invariablemente con la muleta retrasada, con quietud y carisma, despatarrado en los cites y en ocasiones hasta ligando los muletazos, Luis Miguel conecta de manera increíble con el tendido, incluso en los muletazos por alto y en escalofriantes bernadinas al noble Costurero. Empañó la faena al pinchar y luego al tirarse a matar con un sombrero. También le sonaron dos avisos.
Al que cerró plaza, que de salida acusó muy buen estilo, Pérez lo picó de más por lo que en el último tercio se quedó sin toro. Volvió a pinchar precisamente por no adelantar la muleta antes del embroque y oyó otros dos avisos. Torero diferente y deficiente, pero elocuente en su decir, el público lo volverá a ver con interés.