Sobre la reforma del Estado desde el zapatismo
Porfirio Muñoz Ledo me ha invitado a participar en la discusión de su libro La ruptura que viene, con tal de añadirle, por mi cuenta, una alternativa crítica. Pero esa alternativa conduce a un nuevo proyecto de nación.
El libro de Porfirio presenta propuestas valiosas que requerirían, después de tomarlas en cuenta, discutirlas, pero también presentar otra alternativa. Es lo que yo me propongo en estas líneas.
Para ello tenemos que partir de nuestra situación actual, después de la última elección a la Presidencia de la República. Hoy enfrentamos un país dividido, en lo económico entre pobres y muy ricos; en lo social, entre sociedades aisladas; en lo cultural, entre pueblos diferentes de culturas distintas y, a menudo, con lenguas diferentes... ¿Cuál sería la alternativa ante esta situación?
Porfirio ve una “reforma del Estado” que permita llegar a las condiciones que condujeran a un nuevo proyecto de nación.
En el libro de Muñoz Ledo se señala el balance negativo que han dejado las políticas del neoliberalismo. “Profundización de la desigualdad, así como ruptura del tejido social, el incremento exponencial de las inmigraciones, la inseguridad interna, la fractura de las cadenas productivas, el reinado del narcotráfico y la supeditación de la economía a fluctuaciones externas con un grado enorme de vulnerabilidad (p. 347).”
En nuestro país se añade la conciencia de que la política se ha convertido en el monopolio de los partidos políticos. No vivimos una auténtica democracia, sino lo que podríamos llamar una “partidocracia” (p. 53). Para contrarrestarla, habría que definir los sistemas directos de participación ciudadana: referendo y plebiscito (p. 52).
Existe la necesidad de una reforma del Estado, tantas veces postergada, que presenta asignaturas pendientes y que fuera la fundación de una nueva República (p. 355). Se necesita un cambio radical. Ese cambio –dice Porfirio– no podría darse en el Congreso. “No creo en el Congreso para impulsar el cambio que México necesita (p. 356).” Lo que se requiere es “otro proyecto de nación” (p. 270) que estuviera fundado en una “democracia participativa” (pp. 176, 270).
¿Pero cuál sería ese nuevo proyecto de nación, pregunto ahora yo? Para contestar a esta cuestión no tengo que ir lejos. Lo tenemos a nuestro lado, aunque a menudo nos cueste reconocerlo. Se trata de un proyecto de democracia tal como, de hecho, se tiende a practicar en muchos pueblos indígenas. Los representantes de los pueblos indígenas en México se reunieron en varios congresos. El primero tuvo lugar en la comunidad mixe de Tlahuiltotepec, en Oaxaca, en octubre de 1993. Las ideas de los pueblos indígenas han sido la base de las enunciadas por el actual movimiento zapatista para otro proyecto de nación.
Porque la democracia “representativa” actual no es la única posible ni la más adecuada, hay otra más auténtica, desde abajo y a la izquierda, que permita caminar hacia un orden nuevo y más justo: sería un “democracia participativa” o “comunitaria”. Tanto en México como en toda América Latina, las ideas de los pueblos indígenas originarios presentarían un ejemplo de otro tipo de democracia basada en la idea de comunidad.
Esta sería la alternativa, real y más alta, a la actual democracia representativa.
La democracia participativa o comunitaria sería lo contrario a la actual forma de democracia. Se efectúa de hecho, en pequeño, en las llamadas “juntas de buen gobierno” en las zonas zapatistas en Chiapas. Están basadas en el ejercicio de otra moral política siguiendo ciertos principios: participación de todos los miembros de la comunidad en un bien común, rotación del mandato, rendición de cuentas de su labor so pena de revocación. Estos principios expresan el lema zapatista del “mandar obedeciendo”. Podrían ampliarse a la totalidad de la nación. Basado en estas ideas, el subcomandante Marcos ha estado recorriendo parte del país, a pesar de la oposición y represión auspiciada por todos los partidos, incluyendo el PRD.
Esos principios siguen ideas regulativas. Serían las siguientes. 1) La prioridad de los deberes hacia la comunidad sobre los derechos individuales. 2) La realización de un bien común propiciado por procedimientos que garanticen la participación de todos en la vida pública. Son procedimientos de una democracia participativa que impiden la instauración de un grupo dirigente por encima y sin control de la comunidad. 3) Las decisiones que se tomen se orientan por acercarse, lo más posible, al consenso.
Ésta sería lo contrario a la “partidocracia” que ahora se vive, porque la auténtica democracia no se realiza mediante los partidos políticos nacionales (PRD, PRI, PAN). Los partidos se dedican a elegir representantes inamovibles por un periodo, que no son revocables, aunque no cumplan su mandato. La “otra democracia” exigiría la remoción de su mandato si no cumplen.
Otra democracia es la que, de hecho, se practica en las comunidades zapatistas en Chiapas y aun en otros estados. Si se realizara en toda la nación sería la alternativa real a la actual “democracia representativa” de corte liberal que ahora padecemos. Pero para conducir a una democracia efectiva, habría que acabar con la represión en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, auspiciada por los gobiernos locales. Tal es lo que pretende la otra campaña, la zapatista: una democracia en la que no quepa la violencia ni la represión. Ese sería el camino que podría conducir a un nuevo proyecto de nación. Eso es lo que puede llegar a una verdadera “reforma del Estado”, para emplear las palabras de Muñoz Ledo.