El sesgo exportador
Una de las cuestiones menos discutidas en el debate sobre las malhadadas iniciativas de reforma petrolera es la que concierne al futuro de México como exportador de petróleo. En el diagnóstico se propone, para 2021, elevar o por lo menos mantener la extracción programada para 2008: 3.1 millones de barriles diarios (mbd), sin aclarar qué parte se exportaría. La única estimación sobre la demanda interna esperada en esa fecha aparece en su página 56. Se indica que 2.6 mbd serían suficientes para cubrir con justeza “los requerimientos domésticos [sic] de ese hidrocarburo para producir los petrolíferos que se demandarían internamente, particularmente gasolinas”. Además del abuso de adverbios, esta expresión contiene la confesión involuntaria de uno de los objetivos no publicitados de la reforma: mantener a México como exportador sustancial de crudo.
Dada la irracionalidad de esta perspectiva, ningún documento la presenta de manera explícita: ni el diagnóstico ni las exposiciones de motivos de las iniciativas. Ha habido, sin embargo, declaraciones de funcionarios públicos que hablan de exportaciones del orden de 4 mbd o más hacia el final del lapso señalado.
Si se examina la experiencia reciente de extracción y exportación de crudo se halla que, entre 2000 y 2007, México privilegió la exportación sobre la transformación interna. En los primeros cinco años de este periodo la extracción y las exportaciones, pero el ritmo de crecimiento de estas últimas fue superior a la de la primera en todos ellos. En 2006, mientras la producción se redujo en 1.3 por ciento, las ventas al exterior aumentaron en uno por ciento.
En todo el periodo, más de la mitad del crudo extraído (54.5 por ciento) –cuya reposición en las reservas fue del todo insuficiente– no se dedicó a satisfacer demandas nacionales, sino de otros países. En especial la de Estados Unidos, pues entre 2000 y 2007 se agudizó la concentración de las exportaciones mexicanas en este mercado, quizá el más voraz y dispendioso del mundo. En 2007 llegó a 80.2 por ciento: más de ocho de cada diez barriles exportados. Nada se dice en la propuesta de reforma que permita suponer que existe la menor intención de corregir esta concentración extremada de las exportaciones de crudo, con la dependencia que trae consigo, sino que todo indica que se prevé acentuarla más aún, ampliando el sesgo exportador.
La actual perspectiva del mercado petrolero internacional, caracterizada por una creciente insuficiencia de la oferta disponible para hacer frente a volúmenes de consumo y demanda que crecen en forma acelerada, es por completo distinta de la de hace tres décadas, cuando, en la segunda mitad de los años 70, México se convirtió, por segunda vez, en exportador sustancial. La perspectiva de la industria petrolera mexicana es también muy diferente. Debido a la decisión criminal de descuidar la exploración y el desarrollo de campos, desapareció el horizonte amplio de reservas probadas surgido de los descubrimientos de ese decenio y reforzado con los del siguiente.
Ahora, como se sabe, la perspectiva en cuanto a disponibilidad del recurso dista de ser holgada, incluso considerando a las reservas probables y posibles. Desde ambos puntos de vista resulta conveniente corregir el sesgo exportador excesivo de la actividad petrolera mexicana.
Si las importaciones mundiales de petróleo continúan creciendo por encima de la oferta exportable es prudente modular ésta, más que para defender las cotizaciones, para propiciar que sean los poseedores de las mayores reservas los que asuman una cuota de mercado compatible con sus amplias disponibilidades de crudo. Corresponde a países cuyas reservas permiten alimentar su producción por lapsos superiores a los 50 años – como Arabia Saudita, Irán, Kazajstán o Venezuela – asumir la principal responsabilidad como proveedores internacionales.
Con cifras para 2007, reportadas por el Oil & Gas Journal, México es, entre los 20 principales productores, el 17 en cuanto a la relación producción/reservas; con sólo 0.95 por ciento de las reservas probadas mundiales, extrae 4.26 por ciento de la producción del mundo y se da el lujo de exportar más de la mitad del crudo extraído. Canadá, por su parte, con reservas suficientes para sostener por siglo y medio su actual producción, dispone de 13.6 por ciento de las reservas mundiales y sólo extrae 3.9 por ciento de la producción global.
Una desproporción entre producción y reservas similar a la de México acaba de conducir a Indonesia a renunciar a las exportaciones y a retirarse de la OPEP, para extender la vida de sus reservas, 10 años y medio, algo superior a la de México. Es claro que, más que elevar la extracción y mantener o ampliar la plataforma de exportación, como proponen las iniciativas, hay que adoptar una política de energía que corrija de manera gradual, en no mucho más de un quinquenio, el excesivo sesgo exportador del petróleo mexicano.
Aun si se dispusiera de un horizonte más amplio de reservas, como el que podrían proporcionar los yacimientos bajo aguas profundas, conviene –ante el apetito inmoderado del principal importador de crudo mexicano– no precipitar su explotación, sino conservarlos como la reserva que el país utilizará en la segunda mitad del siglo para atender su demanda nacional de combustibles, otros petrolíferos y, sobre todo, de materias primas para la refinación y la petroquímica. No es admisible que una política miope, deslumbrada por el aparente buen negocio de la exportación de crudo, despoje de insumos industriales básicos a las futuras generaciones de mexicanos.