Usted está aquí: jueves 24 de julio de 2008 Opinión Colombia, Venezuela y la sociedad de la información

Ángel Guerra Cabrera
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Colombia, Venezuela y la sociedad de la información

En la “sociedad de la información” las ondas electrónicas y la tinta de rotativa aparentan difundir más noticias, pero nunca habíamos estado peor informados ni bombardeados por enfoques tan monocordes. Cambiar de canal o de periódico es inútil, pues casi todos repiten la misma cháchara en la medida que crece la concentración de la propiedad de los medios y del mensaje en manos de una codiciosa mafia que opera como ministerio de propaganda del capitalismo neoliberal, del despojo de los recursos naturales de los pueblos, las nuevas guerras coloniales y los intereses de la potencia hegemónica.

Desde la violación de la soberanía territorial de Ecuador la maquinaria mediática intenta que aceptemos cualquier acto de guerra yanqui-uribista, así transgreda el derecho internacional, y que asociemos con el “terrorismo” a todos los que al sur del río Bravo discrepan o luchan por remplazar el injusto e intolerable orden mundial existente. El secuestro de rehenes es repudiable e injustificable, no importa quién lo cometa ni la nobleza de los fines que enarbole, pero la Operación Jaque y las marchas pidiendo a las FARC su liberación han sido utilizados para manipular groseramente, respondiendo a aquel secuestro con otro: el del contexto social que lo genera, pues suponiendo que mañana terminara la odisea de los cautivos, todavía quedaría una realidad por transformar que no es precisamente un concierto de Shakira.

La liberación de los rehenes podría ser el primer paso, entre muchos muy largos y difíciles, para comenzar una solución política al conflicto armado en Colombia, siempre que se lograra por vía del diálogo, como intentó Hugo Chávez, y no de acciones militares con intervención imperialista, que tienden a agravarlo deliberadamente.

Imaginemos el escenario muy improbable de que los restantes rehenes fueran regresados sin un rasguño a los suyos por otra espectacular operación militar yanqui-oligárquica. Al día siguiente, en esencia, quedaría la misma Colombia de la víspera: inequidad sin par, masivo terror de Estado, institucionalización por la oligarquía tradicional del narcotráfico y el paramilitarismo, desplazamiento forzado de millones de campesinos en pos del saqueo imperialista, arrasamiento de las libertades básicas, prisión para los inconformes no asesinados o exiliados –que los medios no mencionan– e incremento de la injerencia estadunidense. Seguirían presentes las causas de la guerra y el grado de barbarie a que ha llegado, pero más exacerbado aún el culto a la solución bélica.

Así lo confirma el desvergonzado discurso de George W. Bush en el día de la independencia de Colombia. En él elogió a James Monroe, autor de la infame doctrina, así como el Plan Colombia y machacó con la “amenaza de Venezuela”, “vecino hostil y antiestadunidense, aliado de Cuba”. El objetivo primordial de Washington es caldear el conflicto colombiano para volcarlo contra Chávez, liquidando así al principal animador del proceso de rescate de los recursos naturales, unidad e integración y auténtica democracia en nuestra América. Simultáneamente, arremete contra Evo y Cristina en complicidad con las oligarquías locales y tiene a Correa en el punto de mira.

Lo que pretende la reiterativa ofensiva mediática, montada desde la agresión a Ecuador con el pretexto de los rehenes, que poco le importaban a la fábrica de mentiras imperialista hasta hace unos meses, es justificar el redoblamiento del curso militarista yanqui-oligárquico en Colombia y la preparación sicológica de la agresión a Venezuela, con el propósito de desestabilizar la región para que no quede en ella ni vestigio de independencia. Ahora suben el volumen satanizando la legítima compra que hizo Caracas de armas rusas, pero callan los miles de millones que ha gastado Washington en armar a Bogotá, tercer destinatario mundial de su ayuda militar.

¿Desde cuándo es delito defenderse de la amenaza extranjera?

 
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