El oscurantismo estadunidense
La editorial mexicana independiente Sexto Piso, preocupada por la publicación de textos que pasan inadvertidos, pero que considera “pilares de la cultura universal”, puso a la venta un libro de Morris Berman, Edad oscura americana: la fase final del imperio, que llena plenamente las expectativas de esta clasificación. En efecto, la obra constituye una mirada penetrante y crítica de la situación actual de Estados Unidos, que, a juicio de Berman, se encuentra en la etapa terminal de su derrotero imperialista. El autor equipara las características post Imperio Romano con las que definen el estado de la Unión Americana: “el triunfo de la religión sobre la razón; la atrofia de la educación y el pensamiento crítico; la integración de la religión, el Estado y el aparato de tortura, una troika que para Voltaire constituía el principal horror del mundo preilustrado, y finalmente, la marginación política y económica de nuestra cultura”.
Alejado de la retórica o el argumento maniqueo, Berman proporciona informaciones y razones contundentes para sustentar sus tesis. Señala hasta qué punto las creencias religiosas en Estados Unidos son el soporte principal de buena parte de la población para explicar los eventos mundiales, en lugar de comprenderlos en términos de procesos políticos: así, 59 por ciento de los estadunidenses cree en las profecías apocalípticas y en una lucha final entre el Bien y el Mal (la batalla de Armagedón). Cita una información del New York Times acerca de los profesores de secundaria que están dejando fuera del programa de estudios el tema de la evolución por los problemas con los directores y funcionarios escolares y sobre todo con los padres fundamentalistas de los estudiantes. La Ilustración en su país está siendo minada de manera constante con la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad, y al impedirse el debate se erosionan los cimientos mismos de la democracia. “Una nación (que) es incapaz de percibir la realidad de manera correcta e insiste en funcionar partiendo de engaños basados en la fe, su capacidad para afirmarse en el mundo está casi descartada.”
Berman sostiene que cada vez hay más pruebas de que en términos intelectuales, Estados Unidos “permanece en la oscuridad” y ofrece datos: millones de estadunidenses ignoran la identidad de los enemigos de su país en la Segunda Guerra Mundial o que Alemania fue dividida en un sector oriental y otro occidental; preguntan a las agencias de viajes si no saldría más barato ir en tren a Hawai, en vez de en avión; 11 por ciento de los adultos jóvenes no pueden localizar Estados Unidos en un mapamundi y sólo 13 por ciento puede señalar Irak. Pero lo más serio es que ese nivel de ignorancia, y aun orgullo por dicha ignorancia, “finalmente habita en la Casa Blanca” y –como señala el periodista John Powers– “el señor Bush es de hecho un espejo de la nación”.
La legalización de la tortura evoca para Berman la cultura de las edades Oscura y Media. Considera que el pueblo de Estados Unidos después del 11 de septiembre apoya a gobiernos que rutinariamente practican la tortura. “Desde Abu Ghraib, ha habido revelaciones periódicas de prensa sobre cómo la tortura americana es peor, y esta más extendida de lo que se pensaba. Empezaron a aparecer artículos con encabezados como ‘El archipiélago militar de Estados Unidos’ o ‘El mundo secreto de los interrogatorios de Estados Unidos’. Estos valerosos informes incluyen frases como ‘constelación mundial de centros de detención’, ‘compleja infraestructura de la CIA y militar’ y ‘sistema global de detención dirigido por el Pentágono.’”
En cuanto a la marginación de Estados Unidos de la escena mundial, ofrece algunos datos significativos. En este país, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil se encuentra entre las más altas de los países desarrollados y su sistema de salud ocupa el lugar número 37. El sistema legal estadunidense es considerado anticuado y provincial, e incluso primitivo y brutal; se ha perdido hace mucho la ventaja científica ante Europa, mientras el déficit comercial anual deja ver una nación industrialmente débil y una economía que se mantiene a flote mediante enormes prestamos extranjeros.
Aquí también, hace una comparación con Roma recordando que la clave de su decadencia fueron las contradicciones internas que llevaron a su propio derrumbe. “En cuanto a Estados Unidos –afirma el autor– lo que le espera en el frente doméstico es la bancarrota y el desafecto popular; desde el punto de vista internacional, para 2040, si no antes, seremos una potencia de segundo o tercer orden. La historia ya no esta de nuestro lado; el tiempo pasa y la estrella de otras naciones se levantan mientras la nuestra se hunde en una semioscuridad.”
Autor también de El crepúsculo de la cultura americana (México: Sexto Piso, 2007), Berman rastrea con acierto las raíces históricas del imperialismo estadunidense en el surgimiento mismo de su país como nación independiente y en su proceso expansionista sintetizado en el Destino Manifiesto, con todas sus semillas de religiosidad providencialista, racismo (jerarquía racial), individualismo exacerbado, propiedad privada y economía capitalista, así como la visión binaria del mundo en términos de los buenos (estadunidenses) y los malos (los que son distintos).
Aunque pesimista sobre el destino de su país, en el que no vislumbra la posibilidad de una transformación por la misma arrogancia, prepotencia y estupidez estadunidenses, un “diagnóstico entristecedor”–opinaría Gore Vidal sobre la obra reseñada–, la existencia de intelectuales críticos como Berman o el propio Chomsky constituyen una esperanza para el futuro de Estados Unidos, e induce a pensar, parafraseando a Martí, que “cuando muchos no tienen la lucidez, unos pocos tienen la lucidez de muchos”.