■ Marysole Wörner Baz muestra por primera vez su faceta de trabajar con la madera
“El arte es mi piel y mi verdugo; no puedo zafarme de él”
■ Anoche inauguraron su exposición Materia viva, con 27 esculturas y cuatro óleos, en el Antiguo Palacio del Arzobispado
■ Las obras podrán ser tocadas por invidentes y débiles visuales
Ampliar la imagen Marysole Wörner Baz, en su taller, durante la entrevista con La Jornada Foto: María Luisa Severiano
Fraccionamiento Las Cabañas, Méx. La artista Marysole Wörner Baz (DF, 1936) insiste que “no sabe leer”. Sin embargo, le encanta entrar donde hay “bonches de papeles y libros viejos”. Tiene al libro en alta estima, inclusive, lo ve como escultura.
Marysole ha montado exposiciones de escultura con todo tipo de obras creadas con piedras y fierro. Ahora, por primera vez mostrará una faceta muy particular de su obra en madera.
Se trata de Materia viva, muestra que anoche se inauguró en el Antiguo Palacio del Arzobispado (Moneda 4, Centro Histórico), integrada en su mayoría por libros hechos de los trozos de ébano, fresno, jacaranda, palofierro, ahilé, capulín y pino quemado, muchos de los cuales encuentra en los alrededores de su casa, en el municipio de Tepotzotlán. En total son 27 esculturas y cuatro óleos.
La incursión de Wörner Baz en la madera se remonta a 1990, cuando fue invitada a participar en el primer Concurso Internacional de Escultura en Madera, realizado en las afueras del Museo de Arte Contemporáneo de Toluca.
Al respecto, relata la artista: “No sabía nada de escultura. Graciela Kartofel (crítica de arte y curadora) fue la que me animó. Llevaba gubias para grabar, entonces, cuando me dieron los troncos de dos metros, dije, esto no se puede como lo pensé.
“Vi que las personas sacaban máquinas, pues esto es de otra forma. Dije, con permiso, compré mi motosierra y empecé a trabajar la madera. Era tan feliz de descubrir la materia, hasta gritaba cuando había un animalito. Preguntaba, ¿esto qué tiene allí? O sea, el palo humedecido tenía otra textura. Por eso me encanté con la madera.”
Prohibido utilizar lápiz
A partir de esa experiencia Marysole Wörner Baz trabajaba ya trocitos de madera e hizo un libro. “Se me antojó, entonces, hacer otro. He regalado libros a Raquel Tibol, a todo mundo”, explica.
La ocasión que la visitó el curador Rafael Pérez y Pérez, subdirector del Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, pasó por alto los desnudos y se fue directo al conjunto de libros.
En vista de que el recinto tiene un proyecto educativo para invidentes y débiles visuales, a Wörner Baz le emociona saber que habrá un día exclusivo (todavía por definirse) para que ese público pueda tocar las piezas.
Proveniente de una familia de pintores, se puede decir sin temor a exagerar que Marysole nació para ser artista. Siendo niña en una ocasión le pidió a su hermano Juan –ocho años mayor y entoncesestudiante de arquitectura– que le diera “pinceles o algo para pintar”. Lo que le dio fueron hojas en blanco y tinta.
Empezó a trazar y produjo “una serie de personas con una hoguera en medio, es decir, un claroscuro total. Sentí que era lo que traía; entonces, empecé a pintar y pintar. Hasta la fecha aquí en este estudio está prohibido usar el lápiz, porque te hace dudar, ya que puedes borrar. La tinta, no. Entonces, entra la creatividad de cómo corregir”.
Baste decir que nuestra entrevistada es autodidacta. En la secundaria reprobaba todo. Puso en un predicamento a su padre al decirle que no había nacido para estudiar. Entonces, “me dio las llaves de la casa. Ya para cuando mi papá salía a trabajar había sacudido, barrido, hecho el desayuno, la comida, todo. Ahora, qué vas a hacer, me decía. Pintar. Esa disciplina ha sido maravillosa”. Sin embargo, no tuvo juventud: “Fue tal la entrega al arte que cambié de niña a la responsabilidad”.
Cercanía con Remedios Varo
Marysole Wörner Baz montó su primera exposición en 1955. La descubrió la crítica de arte Margarita Nelkin. De tiempo atrás la joven le había pedido que fuera a ver su obra, pero como Nelkin le había dado “toda la importancia a mi tío Emilio (Baz Viaud), decía que no podía haber más de un artista en la familia. Cuando por fin llegó, empecé a enseñarle mis cosas, se quedó callada. Cuando salimos le pregunté, ¿qué le pareció? Dijo, ‘se lo diré por escrito’. Cambió totalmente su actitud conmigo”.
Contemporánea de José Luis Cuevas –“éramos los dos niños genios”– y del movimiento de la Ruptura, Marysole más bien se relacionó con el grupo de Remedios Varo: “Fuimos muy amigas, porque ambas expusimos en la galería Diana. Yo era la más chica del grupo, integrado también por Luisa Durón, Emilio Prado, Rosa García Ascot y Jesús Bal y Gay.
“Remedios preparaba sus telas y me decía que también yo lo hiciera. Está bien, la preparo, pero dime cómo. No sólo esto, veíamos quién dejaba más tersa la superficie.
“Un día terminé un cuadro y le metí la pulidora de pisos. Se lo enseñé a Remedios, quien exclamó, ‘¡qué maravilla tu pintura! Sí, pero nunca lo vas a poder lograr’. Todos mis cuadros tienen los pies puestos en el piso, pero con Remedios veías todas las figuras volando. Decía: ‘no puedo. Mira, así. Ay, déjamelos’. Pero, al otro día ya iban para arriba otra vez.”
También coincidieron en Europa, a dónde Margarita Nelkin había “mandado” a Marysole con la condición de que “fuera a París, viera todos los museos que quisiera, pero que no entrara a ninguna escuela de arte”.
–¿Cómo ha sido su carrera como pintora? ¿Difícil, gozosa?
–El arte necesita de entrega. Eso es importantísimo. El arte es mi piel. El arte es mi amante, mi hijo, mi verdugo, todo lo que quieras ponerle. No me puedo zafar de él, siempre está allí, observando y pidiéndome cosas.
–¿Ha tratado de liberarse del arte?
–Hay momentos en que quiero descansar, pero no puedo. El artista no puede descansar porque mentalmente está observando. Siempre está en la investigación, en el color. Por eso digo que es mi piel.