Una larga primavera
La primavera de las luchas sociales siempre es embriagadora. Los electricistas democráticos venían luchando desde los años 60, y en 1972 el gobierno del presidente Echeverría, y el charro electricista Francisco Pérez Ríos, fueron obligados a aceptar el sindicato único, impulsado por el indudable liderazgo de Rafael Galván. A partir de entonces la lucha fue por la conducción de la organización unificada y nacional.
Ante la cerrazón y las corrupciones del gobierno, los electricistas le plantaron la cara al intento de imposición de los charros y sacaron las masas a la calle. (Y en esas masas aparezco yo). En abril de 1975 realizaron una gran marcha en Guadalajara. Sorprendidos de su fuerza, los trabajadores democráticos lanzaron la Declaración de Guadalajara, “un programa para llevar adelante la Revolución Méxicana”, piedra de toque para lo que vino después. En resumen, se propusieron unificar la industria eléctrica, orientada a ser nacional como el petróleo, y al servicio del pueblo. Oficialmente, México “se desarrollaba”. De ser así, los trabajadores querían el desarrollo en sus manos.
Eso los llevó a confrontar a las empresas y a su aliado, el gobierno. Los trabajadores desataron una impecable ofensiva contra los contratos de los patrones y los charros, y los negocios sucios del capitalismo. Determinaron generalizar los sindicatos nacionales de industria. Como en el 68, subyacía la búsqueda de la democracia contra la dictadura consensuada y corporativa del PRI.
En los meses de aquella larga primavera de nuestro descontento conocí a Plotino en la casa de Zacatecas. Más adelante compartimos la preparación de la marcha del 15 de noviembre. Los académicos universitarios iban en ascenso. Lograron su propio sindicato. Nunca nos sentimos más cerca de Gramsci. La lucha era nacional, y teníamos intelectuales verdaderos como Carlos Pereyra o Arnaldo Córdova, por entonces el nuevo historiador del cardenismo.
Nuestra primera conversación, a saber por qué la recuerdo, fue sobre la canción Simón Bolívar Simón, de Inti Ilimani, un aguerrido himno libertador impregnado de heroísmo allendista. Aunque parezca albur, el golpe en Chile seguía doliendo.
En Guadalajara marcharon Plotino y su carnal Romeo, pero no yo. La tarde del 15 noviembre en el centro del Distrito Federal no lo podíamos creer. Éramos un chingo.
Nuestro avance por la avenida Juárez fue extático, y aunque el Zócalo estaba vedado, ¿quién se iba a atrever a pegarnos? ¿Quién nos iba a detener? Como la cerrazón del presidente y de Fidel Velázquez era absoluta, marchamos otra vez el 20 de marzo del año siguiente. Aunque la policía no nos dejó ni salir del Monumento a la Revolución, la primavera continuaba. En mayo, los electricistas impulsaron el Frente Nacional de Acción Popular.
La represión fue en aumento, los charros se dejaban venir con todo, se cerró el paso a la Tendencia Democrática y ésta anunció la huelga nacional para julio de 1976. El sindicato electricista reunía centenares de miles de trabajadores. Más de la mitad estaban con Galván. Los nucleares dirigían su propio sindicato, y jalaban con nosotros, igual que todos los sindicalistas democráticos del país. Eramos millones. ¿Quién nos iba a detener?
El Ejército, quién más. En una operación militar sin precedente, la noche del 15 de julio 20 mil soldados ocuparon, en muchos casos violentamente, las instalaciones eléctricas y nucleares. Tras ellos entraron miles de esquiroles comandados por Leonardo (La Güera) Rodríguez Alcaine, sucesor de La momia Pérez Ríos. La “requisa” (como la llamaron) concluyó al día siguiente. No se recordaba mayor represión a un movimiento desde 1959, cuando les dieron a los ferrocarrileros en la primera gran traición del presidente López Mateos, quien lo mismo nacionalizó la energía eléctrica que traicionó y asesinó a Rubén Jaramillo.
Ni la huelga de médicos en 1966, ni la de los estudiantes en 1968 juntaron a tantos, ni el tamaño de sus aplastamientos tuvo el alcance de éste. Aunque nos tomó una década darnos cuenta, y otra década ponerle nombre, esa noche de 1976 comenzó a ganar lo que hoy llamamos neoliberalismo.