La consulta y el partido de los hartos
La consulta habla de personas de carne y hueso: no es una encuesta a la que se responde desde el anonimato. Un millón y medio de ciudadanos en las urnas sólo les puede parecer una cifra desdeñable a quienes ignoran –o simulan ignorar– la fuerza de la conciencia cívica como elemento renovador de la sociedad en su conjunto. Hablar de fracaso, como hace el jefe panista, habla de su ruidosa incapacidad de ejercer la crítica sin descalificaciones, pero oculta el hecho político que el partido del gobierno debía apreciar con objetividad, al margen de sus naturales y reconocidas fobias: hay una corriente ciudadana activa dispuesta a intervenir en la vida pública sin pedirle permiso a nadie. En éste, como en otros temas de la actualidad, la crisis sigue abierta y no se cerrará con maniobras cupulares en los centros del poder. Claro que hubo fallas en el ejercicio del pasado domingo. El resultado de la votación pudo ser más amplio. Las preguntas no eran precisas. El calendario debió ajustarse a una sola fecha, pero nada justifica la abstención deliberada, el sabotaje contra la participación ciudadana emprendido “desde afuera” como si el ejercicio de la democracia se agotara en el acto electoral periódico mediante el cual el sistema se renueva y se reproduce.
No obstante, y a pesar del desastre perredista, con esta consulta se configura la primera gran acción de resistencia civil de una fuerza cuya razón de ser se consolidará en la medida que descubra nuevos métodos de participación y ensaye formas de comunicación poco socorridas por los partidos, para atraer y convencer a nuevos sectores. La fraternidad (en lugar de la disciplina partidista o burocrática); la imaginación como alternativa al cliché ideológico, la solidaridad sin distinciones entre “los que saben” y los que van a aprender, abre formas de participación que se alejan de la vieja noción de militancia sin regodearse en el conformismo del “empleado-cliente” partidario hoy vigente, por desgracia. Ganar las elecciones es vital, pero si la ciudadanía no se fortalece y su participación se excluye, la democracia mexicana seguirá siendo la expresión de un país polarizado que se nutre de la desigualdad que marca el presente.
A nuestros demócratas de aluvión, justo aquellos que no entienden el vínculo histórico entre la reivindicación del voto limpio y la movilización social, les parece un contrasentido que, teniendo elecciones dentro de un año, los ciudadanos insistan en que hay cuestiones que no pueden ser resueltas con la mera gestión de “su” diputado (figura a la que ubican en el escalón más bajo de sus consideraciones morales, apenas por encima de la policía ). Les horrorizan las expresiones de autonomía ciudadana, ya sea si ésta se configura a través de un complejo acuerdo entre organizaciones civiles y sociales, como ocurrió en Oaxaca, o a través de una consulta impulsada desde “las oposiciones”. Tal parece que se pretendiera “elevar” la cultura política sólo a partir de espots publicitarios, pero la labor pedagógica de los partidos, que debía ser permanente, brilla por su ausencia a no ser que se tome como válida la cotidiana manipulación clientelar de las necesidades sociales o el periódico intento de “lavar las conciencias” en que se han convertido, por el financiamiento público, las campañas políticas. Bastaron unos años en el poder para que la elite llegada con la alternacia mostrara su inmediata incorporación con plenos derechos al partido de los hartos, es decir, al poderoso segmento cupular que sólo aprueba cambios que les favorecen. Alguien dirá que jamás estuvieron en otra parte, y puede ser que tengan razón, pero los panistas del siglo XX se habrían avergonzado por oponerse a una consulta en nombre de ¡la democracia y la legalidad! Éstos no.
La consulta es un éxito en un doble sentido. Primero porque ha hecho madurar la conveniencia de pensar en las modificaciones legislativas que sean necesarias para incluir en la ley las disposiciones reglamentarias que permitan el funcionamiento de los mecanismos de la democracia directa. Existen varias iniciativas al respecto, incluyendo alguna de Acción Nacional que hoy parece más “priísta” (sin ofensa para ellos) que nadie. Defender la legalidad y las instituciones sería una tarea conservadora sin la voluntad de reformarlas en serio, atendiendo a las necesidades manifestadas por una ciudadanía cada vez más exigente y participativa. En segundo lugar, la demostración ciudadana recuerda al legislador que éste no puede actuar como si la realidad no existiera, a menos que reduzca su responsabilidad a la de ser el legitimador de los gobiernos de turno, y en un tema, la reforma petrolera, cuya significación histórica, económica y moral (hay que subrayarlo) escapa a la visión de cuentachiles contenida en la propuesta del Ejecutivo, et al.
Está pendiente, por supuesto, la presentación por parte del Frente Amplio Progresista de iniciativas de reforma donde se precisen los puntos de vista sustentados en estos largos y productivos meses de amplio debate, los cuales nadie debería desconocer. Exorcizado el término privatización, hay que hacer una verdadera reforma y no una simulación, cuyos costos pagarán las generaciones venideras. Así sea.
P.D. Mientras los ciudadanos ensayaban la consulta como método democrático, el presidente del PAN prometía “guanajuatizar” al país, trayendo de vuelta al señor Vicente Fox a la arena pública, pues él, dicen, sí sabe ganar elecciones (véase el 2006). El creador de los Amigos de Fox, triste capítulo de la corrupción moderna, vendrá a darnos a todos lecciones de transparencia y democratismo, cómo no. Bien hecho, Germán.