■ El nuevo álbum incluye una magnífica presentación en Madrid
Reunidos, los mejores conciertos y temas en El alma de Lila Downs
Ampliar la imagen La intérprete en el concierto anual Conde Duque, en Madrid, el pasado 23 de julio Foto: Reuters
Lila Downs acaba de cantar una estremecedora versión de Paloma negra. Se hace un silencio. Al fin, la locutora de radio Jean Feraca, en Wisconsin Public Radio, dice: “No entiendo las palabras, pero me hiciste llorar”.
–Supongo que es algo bueno –responde la artista, y suelta una sonora carcajada, como cascada.
Downs habla sobre las canciones rancheras y la Revolución mexicana... hasta que vuelve a reír:
–Limpia esas lágrimas –se burla con cariño de la locutora.
–Te ríes de mí, ¡pero es tu culpa! Ahora entiendo, mi cuerpo entiende lo que quieres decir con “sentimiento”.
Chavela Vargas, la gran intérprete del alma mexicana, se refiere a Lila Downs como su heredera, pero ella da un paso más: no sólo interpreta la música tradicional mexicana, sino que nos la trae hasta hoy; la muestra, no como una curiosidad (y hasta prostituida) para turistas, ni como algo muerto que hay que admirar como en museo, sino contemporánea, con enorme vitalidad y fuerza.
Habla del México que está vivo, como lo muestra en su más reciente producción, El alma de Lila Downs (EMI), recopilación que incluye cedé y devedé, el cual ofrece un magnífico concierto presentado en Madrid: la artista oaxaqueña, fresca y hermosa, infantil y sensual, se desborda en el escenario, se transforma en iguana, en rapera, en molendera de chile, sal y chocolate... Es un gozo mirarla volar; es decir, bailar.
La española Martirio interpreta con ella La Martiniana (incluida en La línea, 2001), de su paisano Andrés Henestrosa, recientemente fallecido. Entonan una gran verdad que caracteriza a los mexicanos: “No me llores, no, no me llores, no, porque si lloras yo peno; en cambio, si tú me cantas, yo siempre vivo y nunca muero”.
Migrantes, indígenas y fronteras
Pero Lila Downs no sólo es reconocida en México y en muchos otros países por su forma contemporánea de interpretar canciones tradicionales. También compone piezas, muchas, con su compañero Paul Cohen, como La cumbia del mole (La Cantina, 2006), festiva celebración de la elaboración del emblemático platillo y del añorado pueblo. Es una canción con la que bien pueden identificarse los mexicanos que viven en Estados Unidos.
La línea (disco homónimo, 2001), igualmente composición Downs-Cohen, también habla sobre la vida del migrante y la frontera: “Ahí, en esa orilla del mundo, no duerme la maquiladora”.
A La Cucaracha (Una Sangre, 2004) la transforma en un corrido a momentos rapeado: “En la misa y en la feria, todo el mundo ya lo sabe, los que llegan al gobierno, porque se puede comprar. Del Partido Comunista ya no queda casi nada, ahora todos van buscando, cómo hacerse millonada”.
Hija de cantante mixteca y cineasta estadunidense de ascendencia escocesa, que ha vivido en ambos lados de la frontera, Downs ofrece canciones que abrevan en ambas culturas, entendiendo la mexicana como incluyente de la enorme diversidad de pueblos indígenas.
Uno de los intereses esenciales de la artista es interpretar la música de diversos pueblos indígenas, para empezar el de su madre, y hacerlo en los idiomas originales. Tiene un buen repertorio en mixteco, zapoteco y náhuatl. Sorprende que este cedé sólo incluya una pieza cantada en una lengua indígena y en español, Canción mixteca (La Sandunga, 1999).
En inglés, su otro idioma, interpreta Perhaps, perhaps, perhaps (La línea, 2001).
Cuando Lila Downs tenía ocho años cantaba en fiestas de XV años. Cuenta que decidió componer después de que un hombre entró a la tienda de autopartes de su madre y pidió que le tradujeran el acta de defunción de su hijo, quien había intentado cruzar la frontera, y cuyo cuerpo traía en su camioneta: “Yo quería saber cómo había muerto; creo que ahogado. Fue tal el shock que me dí cuenta de que estaba rodeada de gente con historias similares; entonces decidí escribir”.
Downs incorpora la guitarra eléctrica, el saxofón, el bajo y la batería, al arpa, el acordeón, las percusiones y la jarana.
Pero la cantante no siempre asumió con orgullo quien era. Construyó su identidad y ha confesado que de adolescente rechazaba sus raíces indígenas. Quizá de ahí le viene la dignidad con la cual hoy canta, con la que se planta en el escenario.