Usted está aquí: lunes 4 de agosto de 2008 Cultura Destacan influencia de James Ensor en obras de artistas mexicanos

■ Concluyó exposición del artista belga en el Munal

Destacan influencia de James Ensor en obras de artistas mexicanos

Merry MacMasters

Para Francisco Toledo, el pintor, dibujante y grabador belga James Ensor (1860-1949) comparte un “espíritu afín con los artistas mexicanos”. Con Posada, por ejemplo, hay afinidades en temas como el fin del mundo, las calaveras, lo escatológico.

“En mi pintura hay coincidencias –admite Toledo–. Yo creo que mi interés por la mierda pudo haber sido suscitado por estas imágenes de cagones de Ensor.”

Estas reflexiones del artista juchiteco, cuya monumental escultura La lagartera debe inaugurarse el miércoles 6 en Monterrey, se incluyen en el catálogo de James Ensor. De lo real a lo imaginario. Colección del Banco KBC, Bélgica, exposición de 131 grabados y 53 litografías, casi el total de su obra gráfica, que llegó a su fin ayer en el Museo Nacional de Arte (Munal).

Al arribar a la ciudad de México en 1957/58, Toledo oyó hablar de Ensor por primera vez. En La Ciudadela fue invitado a hacer un grabado en metal. Allí recuerda haber visto un grabado de Alberto Gironella, El glotón, “de un esqueleto que se está dando un atracón: carnes, frutas, vino. Allí vi los trazos de Ensor en un artista mexicano”.

Continúa: “El artista belga también está presente en el movimiento de los ‘interioristas’ y creo que influye fuertemente en Rafael Coronel y su obsesión por las máscaras, tanto en su obra como en la colección que construye, y que podemos ver en su museo en Zacatecas”.

Agrega que Ensor está presente también en la obra de José Luis Cuevas: “Los paralelismos entre la iconografía autorreferente de sus grabados es intensa. Y en las multitudes de Orozco, sobre ellas vuela el análisis y la crítica del grabador de Ostende”.

La temática fantástica e irónica de Ensor lo convirtieron en el principal precursor del expresionismo y el surrealismo, ya que su obra suscitó el interés de Alfred Kubin, Paul Klee y Georg Grosz, entre otros, señala Miguel Fernández Félix, director del Munal.

Visionario de la luz y el color, Ensor se ocupó constantemente de las relaciones políticas, religiosas, sociales, económicas y étnicas que afligían a Bélgica, apunta Fernández Félix. El artista pasó casi toda su vida en su nativa Ostende, en la costa del mar del Norte. Su estancia en Bruselas, durante sus estudios en la Academia Real de Bellas Artes, de 1877 a 1880, fue el único periodo largo que pasó fuera de su ciudad. Fue un viaje que le permitió conocer y aprender motivos intelectuales y literarios que sirvieron de extraordinaria inspiración en sus creaciones.

Entre 1886 y 1895 la obra de Ensor evolucionó de escenas realistas en un estilo solemne y sombrío a formas fantásticas y grotescas: máscaras, esqueletos y escenas de la vida de Cristo. A la par que realizaba sus dibujos y pinturas, comenzó a producir estampa en litografía, punta seca y, sobre todo, aguafuerte.

De acuerdo con el curador Xavier Tricot, Ensor trata con la misma habilidad el paisaje, el retrato, el autorretrato, la naturaleza muerta, así como los temas fantásticos y religiosos más diversos. Critica la injusticia social en Alimentación doctrinaria, por ejemplo, a la vez que ataca la medicina en Los malos médicos y Los viejos pícaros. La figura de Cristo adquiere un lugar preponderante en su obra entera. Su obsesión por la luz –que lo hace sentirse atraído por Rembrandt y Turner–, al igual que su fascinación por la figura de Cristo, dan como resultado la serie de dibujos Las aureolas de Cristo o las sensibilidades de la luz, de 1885-1888.

En 1888 Ensor comenzó a trabajar en su más reconocida pintura: La entrada de Cristo a Bruselas en 1889, que fue rechazada en el salón anual de Los XX, grupo al que pertenecía.

 
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