Del buen gobierno
¿Cuáles son los criterios de definición del buen gobierno? El primero, que garantice la seguridad de sus gobernados. Mal parado queda el gobierno de la ciudad si se aplica este criterio para juzgar su desempeño. En lugar de disminuir, la criminalidad ha ido en aumento, y el crimen se organiza en las filas mismas de la policía, desde donde ataca a la ciudadanía con los mismos instrumentos que debería utilizar para defenderla. Pocas veces como ahora el sentimiento de indefensión se ha apoderado de las familias mexicanas, ricas y pobres; las autoridades parecen cada vez más sordas a sus quejas, como si se taparan los oídos y reservaran su atención a sus intereses políticos. Nadie gobierna bien con los oídos tapados, menos todavía cuando los tapones son las palabras del jefe.
Es cierto que Marcelo Ebrard ha hecho muchas cosas y que ha mostrado mayor capacidad gubernativa que su predecesor. Al igual que López Obrador su objetivo fundamental es la Presidencia de la República; sin embargo, su estrategia es distinta, pues mientras aquél se propuso alcanzar la ambicionada silla presidencial por la vía política de la confrontación con el gobierno federal, Ebrard quiere ganarse el voto ciudadano a golpe de obra pública. Sin embargo, el tema de la seguridad pública está siendo para Ebrard tan intratable como lo fue para López Obrador. Es de celebrar que el actual jefe de Gobierno no haya denunciado el clamor en contra de la inseguridad de la ciudad como un complot en su contra, y que no haya descalificado a quienes han expresado la urgencia de enfrentarlo con el argumento de que la seguridad es una preocupación de los ricos, como lo hizo AMLO. Sin embargo, la tragedia del secuestro y asesinato del joven Fernando Martí trae a la memoria de manera inevitable la catástrofe de Tláhuac en la que una turba linchó a dos policías federales, ante la aparente parálisis –o pasividad– de la policía local, cuando Marcelo Ebrard era secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal. Aun sin quererlo, en estos días los fantasmas de Tláhuac rondan al jefe de Gobierno, como si quisieran recordarnos que el tema de la seguridad pública es el talón de Aquiles de Marcelo Ebrard, más todavía cuando depende de la coordinación con autoridades federales. Pero, entonces, ¿qué es lo suyo? ¿La reforma petrolera?
El crimen en contra de Fernando Martí pone también sobre la mesa el costo que las estrategias de los partidos y de los políticos pueden tener para los ciudadanos. Para contento de López Obrador y de sus seguidores, Marcelo Ebrard, decidió que no habría de reconocer al presidente Felipe Calderón como presidente legítimo. Es posible, como afirma, que a pesar de su terca fidelidad al lopezobradorismo haya más coordinación entre las autoridades locales y las federales de lo que sugiere la posición oficial de su gobierno que desconoce al jefe del Ejecutivo federal. Si es así, entonces estamos ante una simulación: en público no se trata con el presidente Calderón, no asiste a reuniones oficiales en las que estará presente el jefe del Ejecutivo federal, y pretende actuar como si el gobierno local fuera autosuficiente –la República autónoma del Distrito Federal–; pero ahora nos dice que, en realidad, entre los dos niveles de gobierno hay gran coordinación, por lo menos en materia de seguridad. Entonces, ¿para qué sostener la comedia de que su gobierno no trata con el gobierno panista? Al actuar de esta manera Marcelo Ebrard manda señales equívocas, en primer lugar, a los cuerpos policiacos, quienes siguen el liderazgo del jefe de Gobierno, incluso antes que a la ley. Por ejemplo, el titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb, afirmó que cumple con su responsabilidad “… conforme a mi criterio y lo autorizado por Marcelo Ebrard” (La Jornada, 06/08/08). Si al presidente de la República el jefe de Gobierno le dice que, después de López Obrador, aquí sólo mandan él y los suyos, pues por qué no los policías a los pobres ciudadanos nos van a decir lo mismo: que aquí sólo mandan ellos y los suyos. No hay más que reconstruir la vacua polémica en torno a la realización de la todavía más vacua consulta sobre la reforma petrolera, para comprobar que en las decisiones del gobierno local priman los intereses del lopezobradorismo.
En reacción al llamamiento que hizo el presidente Calderón a que hubiera mayor coordinación entre las autoridades locales y federales, Marcelo Ebrard respondió que no quería caer en “una contienda de tipo político” (La Jornada, 06/08/08). Ojalá que así sea. Hasta ahora los problemas de la ciudad son vistos con el lente del conflicto político derivado de la pugna post electoral que el lopezobradorismo ha querido mantener vivo, como si fuera el tanque de oxígeno del que depende su supervivencia. Ese empeño concentra muchas de las energías, de los recursos y de la atención de las autoridades locales cuyas prioridades no son las de la ciudad, porque el gobierno no gobierna para todos. De ahí se deriva la enorme injusticia que se llevó por delante a Fernando Martí.