Ruta Sonora
■ Tijuana Sound Machine
■ Interferencia 710 AM
Desde que el tijuanense Colectivo Nortec deslumbró al mundo con Tijuana Sessions Vol. 1, en 1999, la música electrónica mundial ha pasado por muchas etapas: psy-trance, house, jungle, drum&bass, big beat, funk-tech-disco-rock, electroclash y funk-blog-house, por citar algunas. En medio de todo eso, una idea fija, basada en la mezcla de beats digitales y teclados análogos con sonidos acústicos de música norteña, ha permanecido y evolucionado, sin perder su encanto a pesar de las modas y tendencias: el dichoso sonido Nortec.
Para ciertos críticos internacionales, Nortec está demodé, pero a muchos mexicanos para quienes la tuba, el acordeón y la redoba son sonido natural en el entorno, con todo y pasito duranguense, dicho sonido les sigue jalando a la pista.
Tras editar el magnífico Tijuana Sessions Vol. 3, en 2005 (el 2 nunca salió), y de librar un pleito legal sobre los derechos de “Nortec” (Roberto Mendoza, alias Panóptica, lo registró a su nombre, alegando haber inventado el término), quienes han aportado su trabajo a la definición de este sonido afirman que seguirán haciendo música con las mismas características, sin importar quién posea el nombre. Así, aparece Tijuana Sound Machine: Nortec Collective presents Bostich & Fussible (Nacional Records, 2008), disco en el que dos de sus fundadores, Ramón Amezcua y Pepe Mogt, editan sus creaciones por separado (lo que también harán Jorge Verdín –Clorofila– y Pedro Beas –Hiperboreal–; asimismo, a fin de año, todos, menos Mendoza, participarán en un disco conmemorativo de los diez años de Nortec).
Mogt afirma que su sonido actual emula la “vieja escuela” del electrónico, de fines de los años 70, en combinación con tecladitos Casio, interfases luminosas y antiguos modulares. El resultado, aun con acordeones, tubas, trompetas a lo Herb Alpert y guitarras acústicas fugitivas, este menos enfocado a hacer canciones propiamente dichas, como lo que ofreció el disco anterior, y va más por recrear loops sónicos simples, melódicos, ya no tan frenéticos; quizás un poco más “funk”, si se puede llamar así a ese ritmo incisivo que logra, profundo y ranchero, el bajo sexto. A veces, hasta se oyen contemplativos, a lo Air.
Ahora, el que sólo se hallen dos del colectivo hace que el disco suene menos variado. Sin embargo, hay canciones ricas, como la que da nombre al disco, la soleada Norteña del sur; la megapolka The Clap, la delirante Akai 47, Cetrón (una autoreferencia), o la brincolina Rosarito.
Como en una cápsula gozosamente evasiva, Bostich y Fussible insisten en aislarse de las modas y de la parte hostil que representa Tijuana para seguir absorbiendo sólo lo sabroso, pavorosamente pleno de identidad, único, imparable. Escuchar este disco suena a ir sobre la troca, al lado de la border, mirando el sol ponerse tras un mar plagado de buzos indocumentados.
Bostich y Fussible, presentando Tijuana Sound Machine, actúan hoy en Pasagüero (Motolinia 33, Centro; 22 horas), show al cual es posible asistir gratuitamente si se cuenta con Myspace y se agrega al “top” de amigos principales el sitio www.myspace.com/conexionmusic, se imprime tal evidencia y se lleva al evento, al que hay que llegar temprano porque hay cupo limitado. También actuarán en el Vive Cuervo Salón el 4 de septiembre.
Albricias por el 710 AM
De 1987 a 1990, en la frecuencia del 590 de AM, Luis Gerardo Salas impulsó dentro del Núcleo Radio Mil la creación de la primera estación de radio en la ciudad de México que difundió sólo rock original en español, Espacio 59. Duró poco, pues, a decir del mismo Salas, el catálogo era tan pobre, que no alcanzaba a llenar una programación completa. En el camino, cubrieron el mismo perfil Óxido 1180 y Órbita 105. Veinte años después, la proliferación placenteramente excesiva de rock no sólo en español, sino hecho en México, hace que un solo espacio, como ha sido Reactor 105.7 FM desde 2004, sea insuficiente. Por eso es una alegría, una de cal por las que van de arena, la aparición hace una semana de la emisora Interferencia 710 AM, dentro del Instituto Mexicano de la Radio (IMER), en medio de un panorama radiofónico hostil, en el que durante la pasada década las expresiones jóvenes se han visto despreciadas tanto por instancias públicas como privadas. Hartos parabienes se envían a una estación que, a cargo de Miguel Solís, una de las personas más documentadas y entusiastas alrededor del rock en español de este país, promete estar abierta al rock mexicano de todas las épocas, y a todas las voces, sobre todo a las de carácter popular. ¡Salud!