Miramar responde
Madrid. María Teresa Fernández de la Vega y sus colegas de La Moncloa han aprendido a conciencia los métodos colonialistas: en medio de la fractura nacional que se presenta en México por el estatuto de la industria petrolera, corrió a expresar in situ el respaldo y la presión del gobierno de España para que el de Felipe Calderón persevere en su empeño de enajenar los tramos fundamentales de la industria petrolera al mejor postor. “Vended vuestro petróleo, que queremos comprároslo”, dijo, con pronunciación de virreina, al oído del presidente empresarial de los Estados Unidos Mexicanos. No es a ella, claro, ni a sus jefes superiores, Juan Carlos Borbón y José Luis Rodríguez Zapatero, a quienes les hace cosquillas la chequera cuando huelen el chapopote, sino a quienes sirven y representan: Repsol, Unión Fenosa, Grupo Iberdrola y demás carroñeras trasnacionales con sede en la Península.
Habría que ver la cara de los políticos madrileños si un día, incluso sin debate nacional caliente de por medio, se apersonara un dignatario mexicano a pugnar porque España saque a licitación el Ebro, el Duero y el Tajo, que a unos empresarios exitosos del otro lado del Atlántico se les ha ocurrido una idea genial para fabricar limonada.
Por otra parte, si los bancos, las corporaciones energéticas y la inefable Eulen –suerte de Halliburton chiquita, pero igual de irregular– operaran en territorio español con las corruptelas y el espíritu de depredación con el que amasan dinero en México, al gobierno de Rodríguez Zapatero lo echarían de la Unión Europea por impresentable. Pero Calderón no forma parte de ese club selecto y puede darse el lujo de regalarle 16 mil millones de dólares a Repsol; sabrá Dios cuántos funcionarios habrán estrenado jet particular y yate propio a resultas de ese contrato, y para saber el dato preciso habría que emprender primero una transición democrática como la que no ha tenido lugar en el país americano, y tal vez tampoco en el europeo, habida cuenta que sus gobernantes están muy instalados en los tiempos de Felipe II o algo así.
Pero los zopilotes no entran en casa si no hay uno que les abra las ventanas, y hace unos meses el propio Calderón había venido a la capital española a lloriquear contra los críticos de su iniciativa privatizadora. Cambien La Moncloa por Miramar y tendrán el cuadro completo, a propósito de reproches “históricos”, como dijo entonces, en referencia a quienes sostienen, y con razón, que su propuesta de subastar la industria petrolera es más bien antihistórica.
Miramar o La Moncloa han respondido y le han dado el sí, como cabía esperar de Washington y del PP, aunque algunos abrigaban esperanzas de que los del PSOE no fueran nuestros buitres, sino nuestros hermanos. Tal parece que se equivocaron.