■ Junto con su legendaria banda, presentó en Alemania su reciente disco, Pistola
Hay que cautivar al público, dejarlo tan callado que pueda escucharse caer un alfiler: Willy DeVille
■ Inspirado en la música norteña, los corridos y el mariachi, crea una especie de vudú-blues y el estilo tex-mex
■ Figura de culto en Europa, sigue llenando auditorios pese a lo caro de los boletos
Ampliar la imagen El músico neoyorquino durante el concierto que ofreció en Bonn Foto: Eva Usi
Berlín, 25 de agosto. Lo ha inspirado el ritmo norteño, de corridos y mariachis, a lo que añade percusiones para que su música tenga, según dice, la credibilidad de la calle, porque tiene que ser bailable. Le gusta Ana Gabriel, a quien elogia por haber ignorado el dictado de la moda y el dinero; de los vocalistas mexicanos prefiere a las mujeres que a los hombres, pues éstos son “muy operísticos”. Nacido en Nueva York en 1953, William Borsay, alias Willy DeVille, maestro vudú-blues y el estilo tex-mex, hizo una gira de conciertos por Alemania para presentar su nuevo disco, Pistola, que hace alusión a una mujer, lanzado en febrero pasado, cuatro años después de su anterior grabación Crow Jane Alley.
En Bonn se presentó con su legendaria banda, integrada por algunos de los músicos que lo acompañan desde hace décadas cuando el grupo se llamaba Mink DeVille: Ken Margolis en el teclado, Bob Curiano en el bajo, Shawn Murray en la batería, Boris Kinberg en las percusiones, Mark Newman en la guitarra, y la corista Yadonna Wise.
Fusión y diversidad
En Europa Willy DeVille es una figura de culto que sigue llenando auditorios, pese a que las entradas cuestan 48 euros. Entre el público se reconoce por el cabello largo y la media de 50 años a sus verdaderos fans, que lo esperan pacientemente. “Es un milagro que llegue puntual al escenario”, afirma una guapa rubia que dice haberlo visto en varios conciertos y no se perdería la presentación de Pistola, su álbum 16 en 30 años, mezcla de rock, soul, blues, en combinación con ambiciosos textos, ese estilo inimitable y rasposa voz, que se han convertido en su sello. Esa fusión y diversidad musical es lo que aprecia su público.
Willy DeVille recibió a La Jornada ataviado con un traje oscuro de luces, unos largos pendientes color turquesa y un grueso cinturón de plata ajustado a la cadera que le da el aspecto de El Zorro, en versión decadente. Ralos y largos mechones negros enmarcan su pálida tez, que ya no se verá sana en esta vida, después de los abusos de heroína, de que la industria musical le dio la espalda y de acabar con deudas millonarias.
Pero a DeVille, que llegó al éxito con Spanish Stroll (Paseo español) en 1977, no le importa haberse hecho de mala fama y sonríe revelando dos dientes de oro y los destellos de un diamante incrustado en uno de ellos. Con voz profunda y aguardentosa afirmó que la pasión lo mantiene, así como el regalo que Dios le dio: la voz, que llama “la trompeta de Gabriel”.
Reconoció que hay muy poco de novedad, salvo los errores que funcionan, cuando a un guitarrista se le barre y le pega a una nota equivocada, pero resulta que el sonido es perfecto. “Eso es lo que es nuevo”, dice. Lo demás se toma prestado de aquí y de allá, como su famosa interpretación de Hey Joe, la pieza que grabó Jimmy Hendrix en una versión lenta y a la que Willy DeVille le añadió música de mariachi. Como en un corrido, narra la historia de un hombre que va a matar a su mujer porque la sorprendió poniéndole los cuernos. “Le puse ritmo latino con un sonido moderado de conga y címbalos para que los gringos truenen los dedos. El video también es bueno, fue filmado en Tijuana”, afirmó.
Willy DeVille apareció en el escenario con aire de bandido, un Pedro Navaja que utiliza los recursos del teatro para crear misterio. Es uno de los últimos poetas malditos del rock, a quien le gustan los trucos teatrales de Tom Waits, Little Richard e inclusive Edith Piaf. “Esas figuras marginales que se convierten en ídolos de las masas son en su mayoría adictos a las drogas y bebedores de ajenjo, pero sobre todo son maestros del espectáculo”, dijo. “Lo que aprendí de Edith Piaf, al verla en películas, porque en su época yo era muy joven, fue que para ella no era tan importante que el público enloqueciera gritando; no, es más imporante cautivarlos, captar su atención, que quede tan callado que se pueda escuchar caer un alfiler”.
Descendiente de un indio estadunidense, de sangre irlandesa y vasca, se considera poeta. “Sí, soy un poeta, un blusero, siempre quise serlo, pero he tenido que pagar un precio muy alto, ha sido una educación muy cara, me he hecho pedazos”, señaló minetras mostraba la pierna, que tiene la leyenda no es de verdad”. Después de un accidente le pusieron una prótesis que lo obliga a sentarse en un taburete durante sus conciertos. Elocuente y dicharachero, recordó, durante la entrevista, a Ahmet Ertegun, propietario junto con Jerry Wexler de Atlantic Records. “Ahmet Ertegun iba a los bares de Luisiana y bailaba borracho sobre vidrios rotos. Él descubrió a Lavern Baker, a Sam & Dave, a todos los exponentes de rhythm & blues de valía, él me descubrió y dijo: ¿sabes cuándo escribes mejor? Cuando te sientes más miserable, cuando estás realmente triste es el momento en que tus canciones son buenas. Eso no me convirtió en masoquista, pero es cierto que cuando no tienes nada que perder y no te importa rasgarte el pecho para que todos vean tu corazón sangrante, cuando estás tan partido que nada podría avergonzarte, es cuando escribes mejor. Y yo he tenido mis momentos. Eso lo viví cuando perdí todo. Ya no tengo amigos, tengo mi banda, pero es una relación diferente; mis amigos han muerto todos, mis primeras dos mujeres también, mis padres. Jack Nietzsche falleció en mi cumpleaños. Mi mentor y tormentor”.
Música de negros y de muertos
No le gusta ninguna banda contemporánea. “El mensaje del rocanrol es mucho más profundo que asumir la pose de malos sin causa. Mi mujer dice que sólo me gusta la música de negros y de muertos. No lo creo, pero sí me parece que la gente que admiro se fue prematuramente”.
A pesar de que está limpio, reconoció que le siguen gustando los opiáceos; de eso trata su tema Chiva, que alude a la heroína. “Escribí esa canción como si chiva fuera una chica. Él sabe que la puede encontrar en cualquier momento y dice: ‘chiva, chiva, ven por mi camino’.”
Heredero de la revolución musical encabezada por Jimmy Hendrix y Bob Dylan en las décadas de los 50 y 60, de cuya influencia nunca se quiso desprender, el músico, aclamado en Alemania como el último verdadero bluesbrother, goza de una popularidad en Europa que contrasta con la indiferencia en Estados Unidos. “Como Bob Dylan y Tom Waits, soy parte de un reducido grupo de músicos estadunidenses que tenemos que venir a Europa porque aquí somos más apreciados”, explicó.
Ya no maldice en el escenario y sólo bebe agua mineral, pero fuma mientras cantaba Demasiado corazón. “Gracias, gracias”, dijo con ronca voz después de una hora de concierto ante el público que lo celebraba. Después de entonar So Lonesome I Could Die (Tan solitario que podría morir), el legendario fósil viviente de una época musical del pasado muestra su amor sin cortapisas al rocanrol y al rhythm & blues que lo han salvado del colapso final. Con ese halo de chico malo arranca sonidos a su armónica y, sentado en su taburete, se sumerge nuevamente en los lodazales para demostrar que no se tiene que ser negro para cantar blues.