Editorial
Obama, en el redil
Ayer, durante el cónclave del Partido Demócrata, que se desarrolla en Denver, Colorado, el senador por Illinois, Barack Obama, fue ungido como aspirante oficial de ese instituto político a la Casa Blanca. La sesión, precedida por constantes llamados a la unidad, alcanzó un punto culminante cuando la senadora por Nueva York, Hillary Clinton –principal contendiente del afroestadunidense en la precampaña–, interrumpió abruptamente el conteo de votos de los delegados y dejó libre el camino para formalizar, por aclamación, la nominación de Obama.
Contrario a lo que se esperaba a principios de año, la convención demócrata no tuvo un peso definitorio en la contienda por la candidatura de ese instituto político y acabó por ser un mero formalismo: por lo menos desde junio, con la conclusión de las elecciones primarias estadunidenses, se tenía certeza de que el aspirante demócrata sería el senador por Illinois. En cambio, el acto de ayer en Denver constituyó la escenificación de un libreto de recomposición en el seno de ese partido, tras una ardua contienda que parecía haber configurado una ruptura insalvable entre los seguidores del político afroestadunidense y la ex primera dama. Al respecto, son significativos los resultados de sondeos recientes que sugieren que un tercio de los ciudadanos que apoyaron la candidatura de Clinton no votarían o bien lo harían por el aspirante republicano, John McCain. En ese sentido, era necesario un cierre de filas en torno a la figura del actual candidato presidencial demócrata.
Por otra parte, detrás del cónclave demócrata que concluye hoy, se puede vislumbrar un proceso de negociaciones orientadas a domesticar los aspectos más avanzados de la plataforma política del senador por Illinois, cuyo discurso se había caracterizado por asumir el “cambio” como bandera, por centrarse en las necesidades de desarrollo social, en las demandas de minorías tradicionalmente excluidas y por poner un acento moderado con relación a los afanes hegemónicos de Washington a escala internacional. Algunos elementos de esta agenda, sin embargo, resultaban inaceptables para ciertos sectores del establishment estadunidense, particularmente para los beneficiarios de la industria militar y armamentista, y para los operadores de Wall Street. La misma dinámica de la contienda ha llevado a Obama a bajar de tono su postura inicial, a fin de que no parezca riesgosa para los intereses empresariales, militares, políticos y mediáticos, hegemónicos en Estados Unidos; a pactar con los viejos sectores de la maquinaria electoral demócrata –sin la cual no tendría la menor posibilidad de disputar la Casa Blanca– y a realizar importantes concesiones a los estratos industriales y financieros que en buena medida mueven los hilos de la política en Washington.
Esta circunstancia no deja de ser paradójica, si se toma en cuenta que el principal atractivo electoral de Obama ha sido, precisamente, el cariz progresista de su oferta política, pues lo dotaba de frescura ante la opinión pública estadunidense y mundial, y le permitía presentarse, sin llegar a ser un personaje antisistema, como una figura ajena a la forma tradicional de hacer política en la nación vecina.
Mientras ayer se salvó, al menos en las apariencias, la unidad interna del Partido Demócrata, se consagró una ruptura en lo que se refiere a las propuestas de gobierno del senador por Illinois: una parte fue asumida como propia por el Partido Demócrata en el seno de la convención; la otra fue expresada en las calles por manifestantes a los cuales no se les permitió ni siquiera acercarse al cónclave partidista.
Hasta donde puede verse, los efectos de esta situación han resultado contraproducentes para la causa demócrata, y explican en parte que la ventaja de Obama sobre McCain se haya reducido significativamente en las semanas recientes, al extremo de que algunos sondeos colocan al aspirante republicano a la cabeza de las preferencias electorales.
En suma, y no obstante haber obtenido la nominación demócrata de una manera mucho más holgada de lo que hasta hace unos meses se hubiese previsto, el arribo de Barack Obama a la Casa Blanca no está asegurado, y si lo logra, habrá dejado en el camino –o en las mesas de negociaciones con los poderes fácticos– buena parte de los postulados sociales con los que inició su campaña.