Derechos humanos y migrantes
La teoría acerca de los derechos humanos se desarrolla formalmente con la Declaración universal de los derechos humanos de 1948. A partir de entonces, el tema se fue utilizando de manera subjetiva, según el orador o el gobierno del momento, para desprestigiar la actuación de la contraparte, mientras difícilmente se aplicaba su respeto en la realidad a lo largo del siglo pasado, caracterizado por guerras de baja intensidad –o de alta intensidad, pero localizadas– en el contexto de la llamada guerra fría. Al mismo tiempo, la cuestión de los derechos humanos ha servido como fórmula para mover críticas y denunciar casos específicos.
Sin menospreciar el papel fundamental que han mantenido ciertas organizaciones nacionales e internacionales, que con su trabajo han logrado sacar a flote casos y situaciones despreciables por el trasfondo de violencia que encarnan, creemos importante subrayar el reverso de la medalla.
Hablando de los derechos humanos de los ciudadanos migrantes, el tema se renueva alrededor de esta nueva emergencia en la medida que cada migrante busca alcanzar metas, la primera de las cuales –tener un lugar digno donde vivir–, ciertamente no se cumple en un sistema económico que utiliza la fuerza laboral migrante al tiempo que la precariza. Observamos así cómo surgen decenas de organizaciones, de individuos, de reuniones que se dedican a la denuncia y a la recolección de casos que comprueban lo que la lógica y el buen sentido de cualquier lector y analista de buena fe sabe: los migrantes, como pocas otras categorías humanas, son objeto de las mayores violaciones en sus derechos humanos. Por lo que la labor de estos sujetos organizados resulta fundamental, más en el mundo actual, donde los medios informativos, primeros que deberían mantenernos al tanto de ésta y otras realidades, callan o transfiguran los hechos reales: falta de libre circulación de las personas, abusos económicos y físicos, sufrimiento de miles todos los días, vejaciones y amenazas, humillaciones y explotación, discriminación y marginación. Informar de ello es la labor fundamental de todos los que están empeñados cotidianamente en romper el muro del silencio que rodea esta situación para que se quiebren las visiones románticas o demasiado trágicas, así como en defender e intervenir ahí donde se pueden hacer efectivos los instrumentos que se derivan de esa primera declaración de hace más de medio siglo.
No obstante, este enfoque, tomado como único punto de vista acerca de la problemática, puede impedirnos mirar el asunto con visión integral. Por citar un ejemplo supremo, podemos mencionar la trágica dictadura chilena que fue objeto por parte de numerosas organizaciones de observación y denuncias de casos de violación de los derechos humanos. En 1976, Amnistía Internacional ganó el Nobel de la Paz por su estudio de caso acerca de las violaciones a los derechos humanos que se perpetraban bajo el brutal régimen de Augusto Pinochet. Sin embargo, esa labor y la visión que conllevaba, fundamental bajo el perfil del conocimiento de la verdad, fue en su momento un peligroso señuelo para todos aquellos que no querían ver, o no pudieron ver, que detrás de tanta tortura, asesinatos y abusos había un plan, un complot para implementar un sistema productivo y económico. Y sin embargo, esta situación permitió separar lo que aparentemente fue un error –la tortura– de lo que fue, en cambio, presentado como éxito y finalmente premiado: Milton Friedman, teórico del neoliberalismo y asesor económico de Pinochet, recibió el Nobel de Economía en 1976. Como si un modelo económico tan absoluto como el planteado por los hombres de Chicago no implicara la violencia que el régimen pinochetista aplicó.
De la misma manera podemos observar que si al hablar de migrantes tomamos como único parámetro el de los derechos humanos corremos el injustificable riesgo de tapar el problema con un dedo. Es cierto que los migrantes sufren violaciones a sus derechos fundamentales, pero también es cierto que tales violaciones, y con ellas las condiciones de detención en las estaciones migratorias, y los abusos que sufren en su recorrido, y las discriminaciones de las que son objeto, y los sufrimientos a los que son sometidos, son parte de un conjunto de medidas, causas y efectos que habría que señalar con mayor frecuencia por parte de quienes nos ocupamos de defender los derechos de migrantes. Porque en caso contrario, un día podríamos encontrarnos con alguien que nos reclame, tal como hizo la escritora francesa Simone de Beauvoir durante la sangrienta guerra de independencia en Argelia: “Protestar en nombre de una moral en contra de ‘excesos’ o ‘abusos’ [de los franceses] es una aberración que se asemeja a la complicidad. No hay en ninguna parte abuso o exceso, sino que en todas partes está un sistema”.