Regresa la guerra fría
El “regreso de la guerra fría” es el dictamen de muchos analistas ante el peligrosísimo contencioso que toma cuerpo entre Rusia y Estados Unidos, que intenta arrastrar consigo a sus aliados europeos. Evidenciado crudamente con la enérgica respuesta rusa al aventurerismo estadunidense en la explosiva región del Cáucaso, su origen se remonta a los años posteriores a la desaparición de la Unión Soviética. Es parcialmente válido compararlo con la guerra fría en tanto reinstala un escenario de colisión entre las dos grandes potencias nucleares y el ominoso peligro de un enfrentamiento entre ellas con armas que muchos creyeron erradicadas tras el colapso de la Unión Soviética.
Sin embargo, cabe recordar que nunca se produjeron más conflictos locales que después del fin de la Segunda Guerra Mundial, casi siempre a consecuencia de la política de saqueo de las potencias imperialistas contra los pueblos del mundo colonial y semicolonial. Este periodo es el que dio origen al término guerra fría en alusión a que la Unión Soviética y Estados Unidos decidieron tácitamente no recurrir al empleo del arma atómica porque conduciría a la “destrucción mutua asegurada”, conocida por el acrónimo en inglés MAD. En cambio, los movimientos de liberación y países del tercer mundo que alcanzaban o veían amenazada su independencia podían contar en muchos casos con el apoyo económico, político y militar de Moscú y sus aliados frente a las amenazas imperialistas, con todo y la insuficiencia o vacilación con que casi siempre se otorgaba y los condicionamientos políticos que con frecuencia llevaba aparejados. Pese a ello, la propia existencia de un rival tan formidable contenía en gran medida las apetencias imperialistas y su ayuda contribuyó al triunfo de numerosos pueblos frente a las agresiones externas y a su desarrollo independiente, sin olvidar el decisivo concurso soviético a la derrota del nazifascismo.
Al esfumarse la Unión Soviética, desapareció también aquel sostén de las luchas antimperialistas y se incrementaron las guerras instigadas por las potencias capitalistas en los países dependientes, en busca principalmente de recursos naturales y mercados, sobre todo en África. La hegemonía mundial estadunidense llegó a su apogeo y creó una situación sin precedente de saqueo de recursos y superexplotación del trabajo que ya ha recibido alentadoras respuestas, sobre todo en América Latina. Con Afganistán e Irak dio inicio un nuevo ciclo de guerras coloniales, pero también el empantanamiento del agresor.
A la vez se extraían cuantiosos recursos del territorio ocupado por la antigua URSS, donde se implantó el capitalismo más salvaje, y los ex países socialistas devinieron protectorados de Washington. Éste, en complicidad con Europa, desmembró criminalmente a Yugoslavia y aprovechando el pretexto de la “guerra contra el terrorismo” rodeó a Rusia de bases militares, mientras en nombre de la democracia colocó gobiernos títeres en ex estados soviéticos a través de las revoluciones “naranja”. No conforme con esto, estimuló la independencia de Kosovo en flagrante violación del derecho internacional e instaló allí un régimen gangsteril, nuevamente con la complicidad europea. Por último, armó y preparó con Israel el ataque de Georgia contra las fuerzas rusas de paz y la mayoritaria población pro rusa en Osetia del Sur y firmó con Polonia el despliegue del “escudo” misilístico apuntado contra Rusia.
Moscú venía advirtiendo que no toleraría la continuación de esta escalada y que la independencia de Kosovo traería consecuencias, pero continuó hasta última hora proponiendo salidas negociadas al conflicto desatado este mes en Georgia, que fueron echadas al cesto de la basura por “Occidente” al tiempo que aumentaba la retórica antirrusa en la prensa occidental. Washington juega alegremente a la guerra nuclear justo cuando se hunde en una crisis inédita y la insensatez parece gobernar su conducta.