Encuentro de claridades
Enrique Singer, como nuevo titular de la dirección de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México y como cabal hombre de teatro que es, respetó lo que la dirección anterior había programado y por fin ahora estrena la primera escenificación que se hace en su gestión.
Encuentro de claridades, título tomado de uno de los textos de Carmen Villoro y que identifica al alba, es un entramado de pasajes de Jugo de naranja, libro de poemas en prosa de la autora mencionada, y de El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida, de Philippe Delerm, siguiendo una idea de la directora Sandra Félix y con versión dramática de Ángeles Hernández.
Conozco el texto de la mexicana, mas no el del francés, pero aún así se entiende, a través de la puesta en escena, que en el libro del segundo se reivindican también las pequeñas cosas cotidianas. Mediante los monólogos y la acción escénica se da una historia de amor, separación y nostalgia entre la mexicana Carmen y el francés Philippe.
Tanto Sandra Félix como Ángeles Hernández logran excelente equilibrio entre los dos textos, tomando de la obra de Delerm algún elemento como el primer libro que Philippe prestó a Ana –y que resulta Por el camino de Swann, de Proust, lo que viene muy bien para que ambos hablen de recuerdos– que da parlamentos reflejos a uno y otro, como también la escena de Philippe niño subiendo con su madre a la torre Eiffel que es paralela a la de la niña Ana ascendiendo, tomada de la mano de su padre, a la torre Latinoamericana, escena que no existe en el texto de Villoro pero que se resuelve con algunas partes del libro de ésta en que habla de lo que pasa en las calles.
Phillipe en Francia y Carmen en México, amantes separados por alguna causa que no se nos explica, quizás simplemente porque cada uno de ellos, escritores ambos, requieren de su ambiente, deambulan por sus casas y por sus ciudades hablando de lo cotidiano, recordándose, viviendo vidas de algún modo semejantes y solas. El entrevero de ambos textos para relatar una sola historia es muy interesante como experimento y redondo como resultado.
Philippe Amand diseñó una escenografía consistente en dos cubos, uno dentro del otro, ambos sin dos paredes, con un pasillo que los rodea y por donde caminan los dos personajes cuando deambulan por sus respectivas ciudades, como Ana yendo al supermercado y llevando la basura, o Philippe camino a un bar y allégandose una cerveza. La maleta del personaje masculino será asiento de él y aun de ella en las escenas finales. La simplicidad de la escenografía contrasta con la iluminación –también de Amand–, que llena el espacio de brillantes colores, que recuerdan los utilizados por el pop art, y que en algún momento producen dos sombras de diferente colorido una de la otra con un efecto muy bello.
Sandra Félix conduce a sus dos muy buenos actores, Úrsula Pruneda y Mauricio García Lozano, en ese deambular por la palabra y el espacio, desde la salida del hombre y los monólogos de la mujer solitaria, la llamada telefónica y, después, la llegada a París de Philippe, tras el mutis de Ana, y sus monólogos también narrativos, que van dando ese paralelismo de vidas entramadas con el que la directora continúa su exploración de la narrativa llevada a escena, algo muy diferente al teatro narrativo en boga, aunque aquí las dos corrientes se den la mano.
Después, cuando entra nuevamente a escena Ana, cada uno se mueve en el pequeño espacio sin verse, hablando en su soledad de sus propias cosas aunque sigan recordándose –y a veces juntos casi en diálogo, en escenas de gran ternura– en esta obra de final abierto en que dos culturas se enfrentan pero se repiten una en la otra, dando una historia de amoroso afán y dolorosa separación de los amantes, armada y escenificada a partir de lo cotidiano que existe en los textos poéticos de la mexicana Carmen Villoro y del francés Phillippe Delerm, que también replican las de los amantes en este juego de espejos a que no son ajenos directora y escenógrafo. El vestuario de Edyta Rzewska es apropiado y sencillo.