Editorial
UdeG: institucionalidad subvertida
Este viernes, los integrantes del Consejo General Universitario (CGU) de la Universidad de Guadalajara (UdeG) destituyeron a Carlos Briseño Torres como rector general, en una decisión que, por la forma y el contexto en que se dio, bien pudiera ser considerada un golpe en el seno de esa casa de estudios: la determinación se tomó fast track, una vez que Briseño había abandonado el recinto y clausurado la sesión, y luego de horas de discusión en que fue imposible fijar siquiera el orden del día. La remoción, además, se produjo a contrapelo de un amparo obtenido por Briseño el pasado martes.
Este episodio, lamentable por cuanto afecta la normalidad de la vida institucional y académica de la segunda universidad del país en importancia, se inserta en la historia de herencias caciquiles a la que esa casa de estudios ha estado estrechamente vinculada. Por lo que puede verse, el principal error de Briseño ha sido desafiar la autoridad fáctica de Raúl Padilla López, rector de la UdeG entre 1989 y 1995 y poseedor de enorme influencia en la universidad, que le ha permitido, entre otras cosas, designar a todos sus sucesores, incluido el ahora rector destituido.
Padilla López mantiene relaciones con estamentos políticos y empresariales del estado y el país, y cuenta con un historial de vínculos con grupos gansteriles, como la Federación de Estudiantes de Guadalajara, fundada en 1948 por Raúl Padilla Gutiérrez (padre de Padilla López), Carlos Ramírez Ladewig y los hijos del ex gobernador jalisciense, José Guadalupe Zuno. Esta organización ejerció durante décadas un enorme control en la vida universitaria, fungió como importante formadora de cuadros priístas, y sus brazos armados se desempeñaron como grupos de persecución al servicio del gobierno durante la guerra sucia.
Fue en el contexto de dominio de la FEG en la UdeG que se erigió el emporio padillista. Bajo la padrinazgo de Álvaro Ramírez Ladewig –presidente de la FEG tras el asesinato de su hermano Carlos, en 1975–, Padilla López escaló hacia la rectoría de la máxima casa de estudios jalisciense. Una vez en el cargo, significativamente, el hoy denominado “líder moral” de la UdeG retó la autoridad de su protector, de manera similiar a como ahora lo ha hecho Briseño, sólo que con resultados opuestos: en aquel entonces Padilla resistió exitosamente los embates de la FEG y logró permanecer en el puesto. A raíz de ese episodio, acaso con la intención de deslindarse de su pasado fegista y de Ramírez Ladewig, Padilla López emprendió una serie de medidas que ciertamente fueron bien recibidas por la comunidad universitaria: durante su gestión fue aprobada una reforma académica y una nueva ley orgánica; se formó el sistema departamental vigente y se impulsó el área de investigación de la institución, al tiempo que se crearon la Feria Internacional del Libro, el Festival de Cine en Guadalajara y la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar. Asimismo, Padilla promovió la formación de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), que al día de hoy controla la mayor parte del estudiantado de la UdeG, y que desempeñó un papel central como grupo de presión el pasado viernes.
Más allá del episodio de confrontación entre dos personajes que hasta hace unas semanas pertenecían a la misma camarilla política, lo que acontece en la UdeG refleja vicios tan añejos como condenables, que han sobrevivido al paso del tiempo. En efecto, es evidente que, a casi dos décadas de la intentona de Ramírez Ladewig por deponer a Padilla López, los poderes fácticos de la UdeG siguen subvirtiendo la institucionalidad de esa casa de estudios, algo inaceptable bajo cualquier óptica y contrario al espíritu que debiera imperar en una institución de educación superior como la UdeG.
Por añadidura, este conflicto ha acabado por hundir a la institución y a su comunidad en una dinámica de temor y zozobra ante posibles actos de violencia de ambos bandos, que merma el desarrollo normal de la vida académica y deteriora profundamente a esa importante casa de estudios.
Por último, puede pasarse por alto que lo ocurrido este fin de semana en la UdeG constituye un reflejo de lo que sucede en tantos otros ámbitos de la vida nacional, en los que figuras caciquiles y dirigencias corruptas y descompuestas ejercen enormes cuotas de poder de manera ilegítima y antidemocrática, ante la inacción de las autoridades o bien bajo el amparo de éstas.