■ El tabasqueño aún no revela la estrategia para evitar que prospere la reforma energética oficial
Seguidores de López Obrador ratifican el compromiso en defensa del petróleo
■ “El país sigue escindido entre los enfermos de codicia y quienes luchan por vivir con bienestar”
En la víspera de la marcha del sábado contra la delincuencia, las radiodifusoras, comentaristas de televisión y diarios refirieron hasta la saciedad las descalificaciones lanzadas por Andrés Manuel López Obrador a la manifestación convocada –por las mismas razones– en 2004, tachándola de “un acto de pirruris”. Hubo quien dijo que tal epíteto le restó los votos que le impidieron –según el conteo oficial– ganar la Presidencia de la República.
¿Esos medios harán ese mismo eco en sus emisiones y ediciones de hoy lunes a la acusación lanzada este domingo a los cuatro vientos por el Peje, en el sentido de que cómo se puede enfrentar la inseguridad y la violencia que campean en el país si quien hoy está lastimado del hombro y la rodilla izquierdos es un delincuente?
La pregunta no es ingenua, porque sus seguidores (que este domingo no eran pocos, pese a las expectativas y augurios de esos mismos opinadores y periodistas) dieron muestras de compartir tal convicción, y en respuesta enronquecieron gritándole al huésped de Los Pinos toda clase de epítetos. Una vez más.
De ese modo, el largo paréntesis de López Obrador para referirse a la muy justificable irritación social por la violencia que campea en todo el territorio nacional resultaba no sólo tema obligado, dada la gravedad del fenómeno, sino también una forma de solidaridad con las víctimas de la delincuencia y el atraco y, sobre todo, una vía para deslindar una vez más los proyectos económicos: el neoliberal en vigor y el de la izquierda que él abandera.
Y por ahí, tocar un punto que poco se aborda cuando hablar de la violencia se reduce al maniqueísmo y a la nota roja. Es falta de empleo y de educación; es la impunidad y la corrupción lo que abona a la inseguridad, señaló el político tabasqueño.
Pero también, resaltó enseguida, “por el modelo de vida que han venido fomentando las elites a través de los medios de comunicación, donde lo más importante es triunfar a toda costa, sin escrúpulos morales de ninguna índole y donde el dinero siempre se impone sobre la moral y la dignidad del pueblo”.
Se veía que esta vez López Obrador buscó articular su pieza discursiva y dejar claro –desde su perspectiva– que, en casi dos años ya del actual gobierno, el país sigue escindido entre aquellos, aseguró, “enfermos de codicia, insaciables, sin llenadera” y quienes en torno a su propuesta luchan “para vivir en un país con alegría y bienestar para todos... en un país libre de miedos y de temores”.
Así de irreconciliable. No había ayer forma de encontrar medias tintas en el análisis del dirigente.
Porque de la otra fuerza política, el PRI, denunció que de plano ya hasta cambió recientemente sus estatutos “para abandonar el compromiso de mantener la industria petrolera y dar pie a la privatización demandada por los potentados nacionales y extranjeros”.
Entonces, en la asamblea de ayer en el Distrito Federal y las que se informó que se realizaron en otras muchas ciudades del país, contra los pronósticos y la curiosidad general, López Obrador no reveló la estrategia diseñada para patentizar el rechazo a la iniciativa energética oficial.
Con el compromiso asumido desde la primavera, próximo ya el otoño de este interminable 2008, los militantes de la causa del petróleo cumplieron una vez más este domingo. Fácilmente distinguible en los pendones donde ubican el número y nombre de su brigada, en las camisetas, gorras y demás con los cuales singularizan su pertenencia; gritones tanto para el reclamo como para el apoyo, de nuevo debieron, sin embargo, contener su ímpetu y aguardar los tiempos y acciones legislativas antes de lanzarse a traducir en hechos su oposición a los proyectos del PAN y del PRI en materia petrolera.
Ello, no obstante que uno de los coordinadores del movimiento, Ricardo Ruiz, proclamó: “'¡Estamos listos en todo el país!”, y dijo a López Obrador que dispone del mandato de “la mayoría de los mexicanos” para movilizar y realizar las acciones pacíficas que impidan “un nuevo atraco” contra la nación.
Pero el tabasqueño respondió que por el momento no se difundirá ese plan de acción. Está prácticamente terminado, indicó, pero argumentó “obvias razones” para no difundirlo ahí mismo, en el Monumento a la Revolución.
Esta vez, además, la clase política, tan asidua al templete (aunque con notables ausencias, como los coordinadores camarales y los líderes partidistas), quedó lejos de los reflectores que le son tan afectos, porque se decidió dar sitio de privilegio a los coordinadores de las brigadas de defensa del petróleo. Adelitas y adelitos lucían ufanos, sobre todo porque les prodigaron aplausos y vivas a una labor que, callada y sin tregua, según los informes rendidos ahí mismo, se ha mantenido en estos meses casa por casa, para sumar voces, brazos y determinaciones a su causa.
Apenas un minutito antes del arribo de López Obrador, Jorge Arvizu, El Tata, usó el micrófono para contagiar su eterno optimismo con esta causa. “A los 75 años entré al movimiento de resistencia civil pacífica. ¡Y ya tengo 77!”, presumía.
Y la gente escuchó atenta la intervención del embajador Jorge Eduardo Navarrete, distinta a cualquier otra escuchada, no sólo por el contenido, sino por el tono equidistante totalmente a la arenga política.
Al detallar la propuesta de reforma que elaboraron, explicó, cerca de un centenar de ingenieros, abogados, economistas, científicos, escritores, artistas, periodistas, en suma, un fragmento del México plural con y sin partido, dijo que todos estuvieron convencidos de que “no debe haber más negocios sucios y oscuros en Pemex”.
Y se ratificó el compromiso.