■ Su discapacidad no le impidió trabajar 25 años en motocicleta, atrapando delincuentes
Policía multicondecorado fue rebajado a portero de la Ceda por carecer de una pierna
■ Yo soy hombre de batalla; ahora nomás estoy abriendo y cerrando puertas, lamenta Agustín Villegas
Ampliar la imagen Sin que su discapacidad sea un impedimento, todos los días Agustín Villegas Colmenares se alista para prestar sus servicios como policía adscrito a la Central de Abasto, donde demostró su eficacia manejando su cuatrimoto y atrapando delincuentes. Sin embargo, desde enero de este año sólo realiza labores de portero o en la base de radio Foto: Alfredo Domínguez
Después de trabajar 25 años de policía del Distrito Federal sin una pierna, pero con un historial de distinciones y arrestos importantes a bordo de una motocicleta, las autoridades de la Central de Abastos (Ceda), donde actualmente está adscrito, decidieron que Agustín Villegas Colmenares sólo sirve para contestar un radio y abrir y cerrar puertas porque “está enfermo”.
Su destreza en la moto y la habilidad para conducirla con una prótesis no habían sido cuestionadas desde que se incorporó nuevamente a la Secretaría de Seguridad Pública del DF, tras la pérdida de su extremidad inferior derecha.
Inclusive, la puso a prueba en 2001, cuando abatió a dos delincuentes que disparaban en su contra durante una persecución, tras robar una camioneta con medicamentos.
Este hecho le valió recibir la medalla al valor policial, distinción que se sumó a otros reconocimientos otorgados por su labor en grupos contra narcomenudeo y detenciones importantes. Todo ello, con una pierna y la prótesis que lo sostiene para desplazarse y trabajar.
Agustín perdió la pierna en 1983, en el cumplimiento de su deber, cuando una camioneta que resguardaba otro vehículo de delincuentes a los que perseguía lo arrolló y lo arrastró con todo y motocicleta.
El resultado fue una fractura de fémur expuesta, pérdida de tejidos blandos, fractura multifragmentaria de tibia y peroné, así como del pie, del brazo y facial.
Por ello sufrió tres operaciones, diversas infecciones, gangrena y, por último, la amputación de la pierna derecha, además de estar durante casi dos años con incapacidad laboral.
Lo pensionaron con alrededor de 800 pesos al mes durante varios años, hasta que su situación económica, familiar y anímica lo hizo renunciar.
“Me fui hasta abajo. Pensaba que ya me había acabado como hombre y como policía.” Su matrimonio también terminó.
–¿Se deprimió? –Ándele! –contesta apenado.
De nuevo en acción
Su amor al uniforme, como lo describe, hizo que acudiera a ver al titular de la SSPDF en turno, Santiago Tapia Aceves, para hablarle de su situación. Fue el subsecretario de la dependencia, Rafael Avilés, quien ordenó su reinstalación en 1990.
Otro jefe policiaco, Enrique Jackson Ramírez, fue quien le compró la prótesis y lo asignó nuevamente al agrupamiento de motopatrullas, hasta que éste desapareció en 1995. Después perteneció a la Dirección de Asuntos Internos y a un grupo de combate al narcomenudeo.
El oficial, que ingresó a la policía cuando tenía sólo 17 años porque su empleo en un taller eléctrico no le daba derecho a tener atención médica para su mujer, sentía que con su trabajo había recuperado también su vida.
Hace dos años fue asignado a la vigilancia de la Central de Abasto, especificamente en la llamada Nueva Viga, en el área de pescaderías. Ahí continuó su trabajo contra los narcomenudistas.
Sin embargo, a principios de este año la entonces titular de la Unidad de Control Administrativo, Eva Vallejo, le informó que “yo, siendo una persona enferma, no podía andar en moto”, y que por órdenes del director de la Ceda, Raymundo Collins, ya no iba a trabajar en la calle.
Lo irónico es que Villegas Colmenares cuenta con reconocimientos a su trabajo recibidos de manos del propio Collins, cuando éste era subsecretario operativo de la policía capitalina, y muestra las fotos que lo prueban y que hasta hace poco guardaba con orgullo.
“Me quitaron la moto y me asignaron a la base de radio o la guardia, que es estar ahí, nomás abriendo y cerrando puertas.”
El uniformado, de 1.85 metros de estatura, robusto y de 50 años de edad, confiesa que se siente segregado por la amputación que sufrió y que inclusive ha pensado en interponer una queja por discriminación.
“Yo soy policía de la calle, hombre de batalla. Yo salgo a la calle y agarro delincuentes.” Él sólo quiere trabajar.