Una página de Gilberto Rincón Gallardo
Hace unos años, Hernán Gómez Bruera se propuso realizar una tesis sobre la izquierda a 25 años de la reforma política. Con ese fin realizó entrevistas sobre los nexos entre esa corriente y la democracia, entre las cuales figuraba la que le hizo a Gilberto Rincón Gallardo, entonces candidato a la Presidencia de la República por el efímero partido Democracia Social. Hoy, cuando Gilberto ha fallecido y en los obituarios se insiste en recordarlo por sus últimas actividades, vale la pena revisar otras páginas de su vida donde dejó la impronta de su carácter perseverante, crítico y negociador. Me refiero a su participación en las intensas conversaciones sostenidas con Jesús Reyes Heroles para legalizar el Partido Comunista, que culminaron con la reforma política de 1977, así como a la discusión inconclusa acerca del papel de la lucha armada en el seno del propio partido. Reproduzco, en apretada síntesis, estas rememoraciones.
“Ya había pasado el 68, ya se habían abierto negociaciones. La primera la hizo Reyes Heroles bajo el régimen de Echeverría con un planteamiento en este tono: ‘¿Qué quieren que hagamos para registrar al PCM que no sea reformar la ley?’ (que obligaba a entregar la lista de los afiliados al partido). No podíamos aceptar algo así... Le dijimos a Reyes Heroles que era una locura entregar esas listas porque al mismo tiempo que negociábamos éramos perseguidos. Obviamente no avanzamos nada (...) Yo acababa de salir de la cárcel. Estábamos seguros de que Reyes Heroles empujaba hacia la vía de la negociación y la reforma, pero Echeverría se opuso. Entonces ocurrió el l0 de junio y, naturalmente, cuando empezó el discurso de la ‘apertura democrática’ lo rechazamos totalmente. Nos quedó claro que Echeverría no quería reformar nada, ni la ley electoral, ni ninguna institución. Era únicamente una apertura democrática que te permitía ir a hablar con el presidente y llegar a acuerdos para que la represión bajara, pero nada más. Pero es importante decir que eso sólo ocurrió después del 10 de junio de 1971, antes de eso Echeverría incluso mandó matar gente y en el caso de los guerrilleros ni siquiera abrió procesos en su contra.” Sin embargo, la actitud del gobierno no lo era todo. “La polémica sobre la lucha armada adentro del partido fue durísima y tuvo sus efectos. A pesar de que nos habíamos propuesto lograr el registro y abrir cauces legales, era muy difícil decirlo de esa manera. Me acuerdo que cuando alguien hablaba de ‘defender la legalidad’ Valentín Campa no podía quedarse callado, era una reacción biológica. ‘La legalidad burguesa, eso quieren’, decía a gritos. Entonces tenías que decir ‘defensa de la Constitución’, pero de ahí no pasabas. Las leyes burguesas había que echarlas abajo. De verdad creo que el único que llegó a hablar de ‘defensa de la legalidad’, como tal, fui yo. Arnoldo lo compartía, es cierto, pero, como cabeza del PCM, no podía decirlo así.
“Hubo una ocasión en la que se organizó un pleno para discutir el registro del partido y el apoyo a Lucio. Ahí intervine para señalar que era incongruente defender la lucha por nuestra legalidad y al mismo tiempo apoyar la vía armada.” Pero dicha postura fue derrotada en la dirección del partido. “En esas estábamos cuando llegó el 18 congreso, en el cual Arnoldo, a pesar de que hablaba muy bien de Lucio Cabañas, no decía que había que apoyarlo. Desde luego que no era el deslinde que se podía esperar, pero la discusión fue avanzando y en los hechos el partido se empezó a separar de la lucha armada... Se comenzaron a filtrar frases como ‘defensa de la legalidad’, y la famosa idea de la vía armada como ‘la más probable’ dejó de aparecer.” Sin embargo, apunta Rincón, “no hubo un deslinde explícito” respecto de dichas formas de lucha.
“Cuando López Portillo ganó las elecciones presidenciales lo primero que le dijo a don Jesús Reyes Heroles al comunicarle que iba a ser su secretario de Gobernación fue: ‘Vámonos a la reforma electoral, es indispensable ampliar el sistema de partidos’ (...) Don Jesús, a su vez, nos dijo a Arnoldo y a mí: ‘Ahora sí podemos reformar la ley, así que díganme qué es lo mínimo que requieren para hacerlo’. Así empezamos la discusión. Al principio no llegamos a ningún acuerdo porque ellos no cedían en su exigencia de que presentáramos nuestras listas de afiliados. Yo decía que las entregáramos, pero eso en el comité central no pasaba ni de broma. Estuvimos discutiendo todos los días. Reyes Heroles se encabronaba y decía: ‘Pinches necios, andan siempre con complejo de persecución. ¿Quién los va a perseguir? ¡Si lo que queremos es que vayan a la Cámara!’ Y no, no, no se puede, no podemos, bueno, ‘¡pues entonces váyanse a la chingada!’... Pero Arnoldo, que era muy paciente, le decía ‘no, no, cálmese, si ya tienen la determinación para reformar la ley vamos a dar el paso, pero busquemos una forma que no sea ésa’ (...) Otra cosa que hablamos con toda claridad fue que no podíamos hacer asambleas de esa magnitud porque no lograríamos cubrir los requisitos. Después de que llevábamos como 15 días atorados, Reyes Heroles nos dijo: ‘Ya me chingaron, pero tengo la solución: el registro condicionado’. Ésa era la figura, no teníamos que ir a asambleas, no teníamos que hacer nada de eso, tampoco teníamos que entregar listas... Así, los grupos que se habían venido formando, llegado el momento, presentaban sus tesis, su programa de acción, sus estatutos, alguna publicación y cierta presencia nacional; todos requisitos fáciles de cumplir y que te remitían al voto. Así, si alcanzabas 1.5 por ciento podías tener registro.” Fue la reforma de 1977.
Conciliador con los suyos, dialogante con el adversario, Gilberto Rincón Gallardo fue siempre un contrincante inteligente, un humanista ajeno al dogmatismo, una voz singular en la aridez del socialismo mexicano. Prudente y mesurado, cultivó una rebeldía sin estridencias, una voluntad incansable que le permitió resistir con estoicismo las pruebas más severas de la vida y abrirse camino. Hombre de causas, fue una buena persona, no un santón; un militante con aciertos y equivocaciones, un político por vocación, capaz de no perderse los buenos ratos con la familia, los amigos, los camaradas.