Ruta Sonora
■ 13 Festival de la Huasteca
Ampliar la imagen Trío Colatlán, integrado por Rodolfo González, Don Laco y Hugo Fajardo Foto: Patricia Peñaloza
A diferencia del mariachi, que ya sólo se canta con base en letras establecidas, el huapango permanece vivo y es nuevo en cada verso, con la improvisación que va surgiendo de trovadores y músicos entusiastas, ya sea arriba o abajo de la tarima. Dicha premisa quedó asentada, entre zapateados y cantos nocturnos interminables, gargantas llenas de refino, deliciosos foros de discusión y exposiciones, en el 13 Festival de la Huasteca, el cual convocó a cerca de 15 mil asistentes, del 28 al 31 de agosto.
Ni la lluvia incesante impidió que actuaran unos 50 tríos de son huasteco (21 de ellos dentro de programa, los demás “apuntados” en el mismo momento) y que miles bailaran sobre tarimas techadas, pues si bien el huapanguero huasteco canta y toca donde sea, sin necesidad de tinglado, este festival, auspiciado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Programa de Desarrollo Cultural de las Huastecas, ayuda a convocar a intérpretes y promotores para que compartan su música y experiencias, a decir de Román Güemes, investigador y académico del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana: “hace 20 años esto era impensable; antes se enseñaba de padres a hijos, y sólo se tocaba en fiestas familiares; siento que este festival, que nació apoyado en las actividades que varios promotores llevábamos a cabo previamente, ha dado frutos, pues hay cada vez más talleres y una visible segunda y hasta tercera generación de músicos, cosa que se estaba perdiendo. Además estos festivales hacen que estas expresiones sean conocidas por más y más gente”.
Y es que esta romería anual no sólo pone la infraestructura, sino que se asesora con expertos y hace actuar a los mejores exponentes del género de las regiones huastecas (Veracruz, San Luis Potosí, Tamaulipas, Hidalgo, Puebla, Querétaro), acción que se suma a la de decenas de encuentros auspiciados por promotores independientes en comunidades como Amatlán, Tepetzintla o Citlaltépetl.
Y fuera de programa, otra de las actividades más gozosas es unirse a las rueditas que se arman a lo ancho de las plazas, donde bastan un violín, una jarana y una quinta huapanguera para que la improvisación se arme, ya sea a modo de “controversia” entre trovadores o de versos que hermanan y con humor retan al de junto; los niveles de poesía varían, pero, cuando hay inspiración, el juego se vuelve admirable. Las rueditas se arman también dentro de las cantinas, o hay quienes versan a la hora del desayuno, tan sólo para saludar a los presentes. La rima se torna contagiosa, la alegría y la fraternidad se respiran.
Rodolfo Guzmán, de Pánuco, popular trovador, quien versa desde los 9 años, dice que lo más importante del huapango es que hermana regiones, y que si él la pasa versando al saludar o platicar es porque siente que los demás sentirán que es cosa fácil, y todos querrán hacerlo.
Xilitla, poblado colonial, con un ex convento de fines del siglo XVI y cercano al parque de escultura surreal Edward James, entre espesa neblina y profusa vegetación, fue escenario perfecto para vivir a profundidad una música que nace de la fusión entre las idiosincracias nahuas, otomíes, tepehuas, tononacas, tének y pames, y los instrumentos de corte barroco, arpas y guitarras flamencas, alentados por los frailes para fortalecer la evangelización. De modo que el huapango, sus rimas y falsetes cortos, son una expresión mestiza, en contraste con los “sones de tradición”, también de la región huasteca, más ligados al mundo indígena, llamados “sones de costumbre”, que no se cantan y son para acompañar rituales, como el que pide la lluvia para el maíz, el que acompaña a la Virgen, el Xantolo (para día de muertos), y el de carnaval, “son brincado” que se toca previo a la cuaresma. De esta vertiente se conoce menos y hay pocos intérpretes; uno de los más queridos (y aclamados en el festival) es el violinista veracruzano Heraclio Alvarado, Don Laco, de 78 años, que recién integra el Trío Colatlán, con el quintero Hugo Fajardo y el trovador Rodolfo González, quien además se ha dado a la tarea de grabar a músicos mayores: temas antiguos de “costumbre” con Don Laco, y huapangos con el Trío Ozuluama.
Don Laco recuerda que cuando era chico sólo podía aprender a tocar yendo a las cantinas a oír, “porque no había aparatos” (tocadiscos). Así, desde los 20 años tocaba en todas las fiestas “porque era el único” en su región “que sabía hacerlo”. Ahora tiene alumnos, como Los Cocuyitos, niños de entre 10 y 14 años, o el Trío Coneme, de jóvenes. Como todos los que tocan, su gusto está en “alegrar, sacar de la tristeza: el huapango es emoción, hermandad y respeto”.