A la mitad del foro
■ Guía, sigue, o quítate del camino
Ampliar la imagen Comienzo del actual periodo de sesiones de la 60 Legislatura, el pasado primero de septiembre, día en que se terminó el rito del informe a la nación Foto: Carlos Ramos Mamahua
La inercia del reformismo trasladó el fiel de la balanza al Poder Legislativo. Los sonámbulos acabaron con el republicano rito del informe a la nación. Mataron el cadáver descompuesto del presidencialismo autoritario que falleció entre lloros y lamentos del presidencialismo ilustrado. Cuando llegó la alternancia, el primero de septiembre ya era día de estreno de la carpa de los calambures, retos, maromas y manifestaciones de protesta en el parlamento, con mantas, gritos y “tomas de tribuna”, no para pronunciar catilinarias sino para que nadie pudiera tomar la palabra.
El primero de septiembre de 2008 se hizo el silencio. Los navegantes de la transición festejaron la ausencia del titular del Ejecutivo, antes obligado a asistir a la apertura del periodo ordinario de sesiones y presentar un informe por escrito del estado que guardan los asuntos de la República. Como el cornudo que vendió el diván sobre el que sorprendió a la esposa infiel, cerraron el corredor central y luego las puertas de San Lázaro. Se acabó el día del Presidente. Adiós a la pompa y circunstancia, al besamanos, galas de la vocación de súbditos. Pero también al simulacro de barricadas y la farsa de interpelaciones que pasaron de tímido intento individual a coro chocarrero. El Ejecutivo envió el informe escrito y el Congreso se convirtió en oficialía de partes. Las palabras pergeñadas por Juan Camilo Mouriño este primero de septiembre no se verán reproducidas en letras de oro sobre el muro de San Lázaro.
Pero mal podríamos aplicarle la condena presidencial que sobrevivió a la alternancia y viene desde la antigüedad clásica: ¡Maten al mensajero! Mouriño es un secretario de los que nombra o remueve libremente el titular del Poder Ejecutivo. Vicente Fox le dijo a una pobre mujer que era afortunada por no saber leer: así no se enteraba de lo divulgado por la prensa escrita. A salvo de la palabra impresa. Felipe Calderón condenó lo escrito, lo dicho y las imágenes que reproducen la sangrienta barbarie criminal: “A veces parece que por lo que vemos u oímos o leemos en algunos medios, aquí sólo hay espacio para la tragedia, y parece que de lo que se trata es eliminar todo resquicio de esperanza de los mexicanos.”
El Presidente ya no asistió a la apertura de sesiones del Congreso de la Unión. No subió a la “tribuna más alta de la patria”. El Presidente tiene quien le escriba. Los legisladores desdeñaron la escena de su pírrica victoria; los que asistieron interrumpían al diputado César Duarte, presidente pro tempore, aspirante a candidato a gobernador de Chihuahua. El informe sin parlamentar, sin debate, es pavorreal que se aburre de luz en la tarde. “Y ahora que no tenemos a los bárbaros, qué haremos sin los bárbaros”, anticipó el poeta. Pero afuera imperan los bárbaros. Y el Presidente que ya no asistió, aparece en el ágora electrónica y rinde uno, dos, decenas de informes; pronuncia uno, dos, decenas de mensajes políticos a través de los medios concesionados por el Estado. Y culpa al mensajero de todos los males que en el mundo han sido, de ser portador de las plagas que padece el país; de cultivar la desesperanza entre los mexicanos.
En el llano y en las altas torres amuralladas de la oligarquía hay miedo y desconfianza. En Palacio Nacional brotó la vanidad despistada de Marcelo Ebrard: yo acepto el reto, dijo. El inexistente reto. Nadie se va. Y los secretarios dejan de imaginarse “ministros” para refugiarse en la facultad presidencial de removerlos libremente. Él me designó y nada más él puede decirme que me vaya, responden. Genaro García Luna declara satisfecho: “No me voy, hago bien mi trabajo.” Comparece ante diputados para informar que los narcotraficantes tienen más y mejores armas que todas las policías del país; y, además, usan estrategias terroristas. Algo se estancó en el compromiso, en la urgencia de integrar una policía nacional. El Ejército obedece al mando presidencial. Pero algo inquieta a jefes y oficiales; aparecen notas de “fuentes bien informadas” que reflejan desconfianza y el disgusto por sentirse “rehenes” de la policía.
Ese es reto. Ese es riesgo. Y no el de la locura del método a la manera incomparable de Porfirio Muñoz Ledo; avejentado Catilina al amanecer; oráculo de la revocación del mandato presidencial al atardecer; Saint Just al caer la noche y anunciar juicio político por traición a la patria. Hombre para toda desazón es Muñoz Ledo. No hacía falta Cicerón para preguntar hasta cuándo. Pero el PRD se deshilachó, el FAP no atiende más que a la voz del presidente legítimo. Y Andrés Manuel López Obrador vela armas para la movilización pacífica nacional que impedirá la “privatización” de Pemex. Pacífica, sin romper un vidrio, como diría cuando marcharon rumbo al Ángel y no a la toma de Palacio después de ceñirse la banda presidencial.
Pero se atravesó el del derrocamiento, el de la urgente sustitución de Felipe Calderón, porque un golpe militar o popular “sería impensable”; el del juicio político. Y Andrés Manuel cedió a la tentación presidencial de culpar al mensajero. Así como Calderón dijo que “algunos medios” siembran desesperanza, López Obrador sentencia que los medios “alcahuetes” divulgan lo del golpismo que, concluye, surgió de Los Pinos. De donde echaron los panistas al PRI; de donde salieron los jóvenes turcos cuya lealtad premió Felipe Calderón con las secretarías de Gobernación, de Economía, de Desarrollo Social, todas casualmente, conductos operativos de coptación y de atención clientelar para enfrentar las elecciones de medio sexenio en la sana cercanía del partido en el poder, frente al cual puso antes al leal Germán Martínez.
La desesperanza, como el miedo, no es culpa del mensajero. La economía de México es la de menor crecimiento de América Latina; los precios de los alimentos suben, importamos maíz, trigo, arroz. Destruyeron las instituciones del sistema agrícola, crédito, avío, extensionismo, almacenes. Inconsciencia tecnocrática y fetichismo mercantilista hicieron un país incapaz de alimentar a su población. No crece la economía y no hay empleo ni acceso a la educación media al llegar “el bono demográfico”. Por eso amarga que Felipe Calderón invocara en instalaciones de la poderosa Wal-Mart “la fuerza de México”, la de las personas que todos los días trabajan, se esfuerzan y son honestas.
La Suprema Corte de Justicia sentenció que Wal-Mart México viola la Constitución al pagar a sus trabajadores con vales de despensa que sólo pueden hacer válidos en tiendas de la misma empresa. 157 mil trabajadores obligados a cobrar en la que Rolando Cordera llamó puntualmente “tienda de raya global”.
Ante el dictamen y votación de las reformas en las viñas de la ira, Manlio Fabio Beltrones vence y convence en el Senado. Y Beatriz Paredes predice el retorno del PRI tras el informe de gobierno en el estado de México. En Toluca asistió y habló el gobernador Enrique Peña Nieto. Pero no hubo monólogo sino debate con diputados de todos los partidos. Y advertencias de no ceder a la tentación del futurismo. Pero los políticos mexicanos sólo conjugan el verbo madrugar; y los augures de la modernidad ubican en primer lugar a Enrique Peña. Distante de sus potenciales contendientes en 2012.
Atento al presente, Peña parece entender la visión de liderazgo de la Roma antigua: “Guía, sigue, o quítate del camino”.