Relativo virtual o viceversa
Camellón de Paseo del Río, a un lado del puente en el que desemboca la calle del Carmen del barrio residencial de Chimalistac, aquí, en el suroeste de la ciudad de México, cuelga de un clavo un anuncio casero aunque resistente a la intemperie. Sobre un número de teléfono, el aviso, con letras de molde escritas con plumón grueso amarillo y bordeadas con uno más delgado negro, ofrecen el servicio de Corrección de Travesuras de Perros Domésticos. De tarde en tarde, entretengo mis caminatas momentáneamente con el pasatiempo de ver llegar a los perros de las familias vecinas del lazo de sus respectivos cuidadores, puntuales para la sesión.
Suelen reunirse cinco o seis integrantes de la jauría de diferentes razas y tamaños, y una vez desencadenados quedan a las órdenes del entrenador durante un par de horas diarias. Aunque, en reciente alternancia con el gato, el perro es mi animal favorito, no sé gran cosa de él desde el punto de vista zoológico; si bien, por lo que hace a su conducta animal, podría afirmar con absoluto conocimiento de causa que es un ser travieso. Y me gusta tanto que lo sea que dudo de que sometería al mío a un entrenamiento que corrigiera este rasgo de su modo de ser.
Sin embargo, admiro la vocación del entrenador de perros domésticos, por más que sospeche que es un oficio menos formal que el que sigue, digamos, el entrenador de perros de concurso o de circo. Menos formal; pero me temo que más armonioso con los valores elementales de la civilización. El perro doméstico no tiene otra función en la vida que la de, afín con el proverbio, ser el mejor amigo del hombre, con todo lo que esta amistad pueda implicar. En cambio, el perro de circo o el de concurso deben cumplir con muchas más funciones, en todos los sentidos de la palabra función. Como quiera que sea, si uno puede permitirse una conducta traviesa con un amigo, con mayor razón se lo permitirá el mejor amigo, por más que el amigo objeto de las travesuras de un amigo pueda preferir que su mejor amigo no se las juegue ni a él ni a nadie.
Este es el principio que entiendo da origen a la civilización. Es decir, el desarrollo de actitudes que favorezcan la convivencia. Y si por definición el perro doméstico vive en sociedad, es natural esperar que sepa conducirse de la manera más conveniente posible con esa sociedad. De ahí que la vocación del entrenador de perros domésticos sea encomiable, pues su intención es civilizadora, es decir, está orientada a contribuir a la civilización.
Si logré vencer desde instintos de miedo hasta prejuicios, también nacidos del miedo, para transitar de la máquina de escribir llamada mecánica, a la máquina de escribir llamada electrónica, fue porque tarde, pero finalmente acepté que la electrónica favorecía la civilización, no nada más porque era resultado de la mecánica y, de hecho, de toda una era, sino particularmente, porque la supe- raba, porque, según se insistía y me insistían, favorecía la vida y, por supuesto, el trabajo. Si mi relación con la máquina de escribir mecánica era unilateral, pues de parte de ella no había respuesta ni iniciativa; o sea, si entre nosotras no había verdadera comunicación, mi relación con la máquina de escribir electrónica, se insistía y me insistían, sería de verdadera comunicación, al grado de que la máquina de escribir electrónica, se convertiría en mi mejor amiga.
Llevo muchos años de esfuerzo procurando confirmar que esto es así, que la computadora, pues el instrumento es mucho más que una simple máquina de escribir electrónica, es efectivamente mi mejor amiga. Pero, quizá porque he caído en franco desánimo, hoy me veo en la urgencia de solicitar la ayuda que me saque de dudas y me convenza de que mi instrumento de trabajo es mi mejor amiga.
Me pregunto si no habrá un entrenador especializado en la Corrección de Travesuras de Computadoras. Lo primero que le expondría es que el mouse de la mía come rratas.