|
||
Colombia De Cafeteros a Empresarios del Turismo Ricardo Gutiérrez Zapata “Nos morimos sembrando café”. Con esta lapidaria frase Julián Morales de la Pava, un tradicional cultivador del departamento (estado) del Quindío empieza el diálogo. Reconoce que no son fáciles los tiempos para el grano, pero asegura que insistirá con él, a pesar de que desde finales de los 90s su finca El Balso se convirtió en un alojamiento turístico. Su caso es similar al que han vivido miles de colombianos. Por décadas, el denominado Triángulo del Café, con jurisdicción en el norte de los departamentos de Valle del Cauca y Tolima, el sur de Antioquia, y los departamentos de Quindío, Caldas y Risaralda, mostraron los mejores índices de desarrollo humano del país. Al lado de los grandes centros urbanos como Bogotá, Medellín y Cali esta región reflejaba altos niveles de educación, una buena red de vías de comunicación y, sobre todo, indicadores de violencia muy por debajo de la media nacional. La Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNCC), la ONG más poderosa del país, fue en buena parte la responsable de este desarrollo. En su afán por mejorar las condiciones de vida de los caficultores, empezó a ejecutar acciones que le correspondían al Estado, como la construcción de escuelas, el mejoramiento de hospitales y la adecuación de carreteras. El retroceso económico de la esta zona se inició con la caída de las cotizaciones del precio del aromático tras la eliminación del Pacto de Cuotas de la Organización Internacional del Café (OIC), que se produjo en julio de 1989, a instancias de Estados Unidos. Desde ese momento, las cerca de 550 mil familias cafeteras que viven del cultivo en el país empezaron a sufrir una considerable pérdida de su poder de compra, calculada por algunos analistas en cerca de 75 por ciento. Guerrilla, precios bajos y terremoto. A partir de la década de los 90s, los grupos armados ilegales empezaron a adentrarse en el Triángulo del Café. La economía se deterioró al punto que los departamentos cafeteros se convirtieron en los principales expulsores de migrantes de Colombia: España, su principal destino. Un ingrediente letal se sumó a la crisis cafetera, el 25 de enero de 1999 un terremoto de 6.2 grados en la escala de Richter destruyó a Armenia, la capital de Quindío, afectó a toda la región y dejó como saldo mil 230 muertos, 5 mil 300 heridos y cerca de 200 mil damnificados. La infraestructura cafetera se afectó de forma severa. Paradójicamente este fue el revulsivo que necesitaban muchos de los cafeteros para retirarse del negocio que les inculcaron sus padres y los padres de sus padres. Aprovechando el buen clima de la zona, entre 20 y 25 grados centígrados; los extensos paisajes de múltiples verdes; la ubicación en el punto intermedio entre Bogotá, Medellín y Cali, y en especial, una riqueza cultural propia de la región “paisa” de Colombia se empezaron a vender como un destino turístico. La opción turística. “Sol, lluvia, flores y frutos durante casi todo el año, y una oferta ambiental óptima para el cultivo del café, calidad suave colombiano, hace del Eje Cafetero el destino más atractivo para los turistas innovadores que buscan naturaleza y paisaje”, reza uno de los catálogos del Balso, pero las mismas condiciones se repiten en las por lo menos 500 fincas que se convirtieron en destino turístico. Asumiendo el potencial de la zona, que para 2002 ya se había transformado en el segundo destino turístico más visitado de Colombia después de la Costa Caribe , el gobierno se interesó en el tema. Así fue como las gobernaciones empezaron a capacitar a los cafeteros en la atención de la gente. “Nos trajeron expertos españoles en agroturismo”, resalta Horacio García, un caficultor del departamento de Caldas. El proceso fue convertir las grandes casas de las haciendas cafeteras en hospedajes de calidad para visitantes que al tiempo que disfrutan del campo, conocen los secretos del cultivo del mejor café del mundo. En este papel jugó un rol preponderante el denominado Parque Nacional del Café, que acá denominan el Disneylandia de Colombia. Un lugar temático que se ubica a pocos kilómetros de Armenia y que cuenta con 12 hectáreas , donde se puede apreciar todo lo relacionado con la cultura del grano. En sus primeros diez años de construido, al parque arribaron tres millones de visitantes. Después se creó en el Quindío el Parque Nacional de la Cultura Agropecuaria (Panaca), otro sitio que, de acuerdo con sus creadores, busca que los más pequeños conozcan los secretos del agro, bajo el lema “Sin campo no hay ciudad”. Hoy la franquicia funciona en Bogotá y Costa Rica, y se espera expandir a otros países como México. En la actualidad, la crisis sigue golpeando al sector, pero no por los precios internacionales que para el caso del café nacional se sitúan alrededor 1.48 dólares la libra, sino por la sobrevaluación del peso colombiano frente al dólar. En marzo de 2003 cada dólar equivalía a 2.953 pesos colombianos, hoy se ubica cerca de 1.9, después de caer por debajo de los 1.7 pesos, a lo que se suman los incrementos en los insumos por causa del encarecimiento del petróleo. Pero en general en Colombia muchos aspiran a que, sumando a la tradicional caficultura el ingrediente turístico, este trago de la sobrevaluación no sea tan amargo. Así lo espera un sector que representa el 30 por ciento del PIB rural del país. Así lo esperan Julián, Horacio y millones de colombianos más. Periodista de El Espectador, de Colombia |