La lucha interna en el PRD
En recuerdo de Pepe Zamarripa
Hubo un tiempo, ya lejano, en el que el concepto de lucha interna en la vieja izquierda comunista y partidista llegó a tener una gran altura conceptual. Desde los tiempos de Lenin significó debate de ideas, de grandes ideas, como las del partido que se debía tener o el régimen social y político que se proponía a la sociedad. Luego se convirtió en simple lucha por el poder interno. Cuando yo ingresé al Partido Comunista Mexicano, en 1956, el tema estaba en su apogeo, como lucha por la dirección del partido.
Durante muchos años presencié la discusión en torno a la lucha interna, hasta que abandoné el Partido, 10 años después. A final de cuentas, todo resultaba en un simple reacomodo de poderes internos. Cuando se fundó el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el tema desapareció y, en consonancia con los tiempos de la reforma política, sólo se habló de unificar a todas las fuerzas de izquierda. Ahora, en el PRD, el concepto vuelve a escena, sólo que muy degradado, sólo para ser de nuevo lucha por el poder interno.
Tal y como casi todo mu
Como miembro fundador de ese partido, me preocupa lo que pasa en el PRD. No puedo ser neutral. Como casi todos los perredistas del país, pienso que mi lugar está en el movimiento cívico que encabeza López Obrador. Y mi conclusión siempre ha sido: eso está ocurriendo en el partido, esa pugna entre grupos de poder se está dando sólo en la cúpula. La lucha interna se reduce a una lucha entre facciones que no logra involucrar al grueso de los militantes. Claro que no son grupúsculos. Son varias decenas de miles de profesionales de la política.
A donde quiera que voy siempre veo una ausencia total de la militancia de base en el conflicto de los dos polos en lucha por el poder interno, sea a nivel regional sea a nivel nacional. Casi todos los perredistas se desmarcan del conflicto, no les interesa y, en la mayoría de los casos, lo repudian. En cambio, siempre veo que los militantes sienten que su lucha es la que el movimiento cívico está emprendiendo. Muchas veces me han invitado organizaciones lópezobradoristas y, cuando les pregunto cuántos de los asistentes son perredistas, siempre encuentro una inmensa mayoría entre ellos.
El chuchinero en el que está convertido hoy el PRD es un fenómeno de cúpula, de elite, y no define, en realidad, lo que es ese partido. Este nació más como movimiento que como partido y siempre se ha mantenido así. Era algo que a mí, en lo personal, me disgustaba, porque yo quería una organización políticamente concentrada y de verdad operante. Pero hoy pienso que eso, precisamente, ha sido la salvación del PRD. Por supuesto que, en las condiciones actuales, para las próximas elecciones, el partido va a un desastre seguro y ya anunciado. Pero como movimiento mantiene su vitalidad y López Obrador, con su liderazgo creativo y persistente, lo ha fortalecido.
En las elecciones los militantes de base no tienen interés porque carecen de estímulos. Ver a exponentes de los bandos en pugna (simples activistas profesionales y no verdaderos políticos) como candidatos no les atrae mínimamente. Para las próximas elecciones, el PRD podría volver a ser un partido triunfador sólo si su movimiento social y político hace un llamado para participar en ellas e impone a candidatos con auténtico raigambre popular. A ningún perredista le simpatiza la idea de seguir mandando a los puestos de elección popular a logreros corruptos y malafamados para que los represente.
El abrumador dominio de los chuchos en el aparato burocrático del PRD, usando de sus bienes y de muchos más que les llegan de fuera, es sólo eso: un dominio burocrático, de cúpula. La masa del partido sigue al margen y no está interesada en participar en esa pugna. A los encinistas les pasa lo mismo, con la notable excepción del DF, en donde han logrado hacer una política de masas efectiva frente al dominio chuchista. En dondequiera que intenten contender con los chuchos estarán en desventaja si lo hacen a nivel del poder burocrático. Deberán fundarse en el movimiento y dejar que sus contrincantes se revuelquen en el lodazal en el que han levantado su poder.
Los seguidores de ambos lados forman grupos, ante todo, clientelares y se manejan en la superficie. Están acostumbrados a comprar y vender, a los cochupos y a las componendas. Esa es su política “moderna”. No tienen banderas, sólo intereses y están dispuestos a defenderlos a como dé lugar. Se montaron en el debate petrolero porque no les quedó de otra y porque no tenían nada que decir al respecto. Los chuchos se aprestan a “negociar” y lo han hecho saber de muchas maneras, acusando a los rivales de no saber hacer política.
Hoy el verdadero PRD no está en sus siglas, las que sólo representan esa ínfima burocracia en la que se da el enfrentamiento. Está en el movimiento cívico que encabeza López Obrador. No lucha por botines y puestos, sino por causas justas. No hace componendas, sino denuncias y propuestas. No tranza, sino que debate y ha demostrado que sabe debatir y obligar a escuchar razones. No anda haciendo arreglos arriba, en las cúpulas del poder, sino que convoca al pueblo en las plazas y debate en todos los foros a los que se le deja entrar.
Ese verdadero PRD tiene otro mérito, para mí entrañable: por primera vez en la historia, sabe convocar a los intelectuales y hacerlos partícipes de su lucha. Eso ha valido a los intelectuales denuestos a más no poder. Pero les ha dado el valor suficiente para participar en esta lucha, sabedores de que ahora son escuchados. Eso es mucho.