Para crecer
Con la crisis inmobiliaria mundial, de nuevo se ha puesto en el orden del día el fin del neoliberalismo. No se trata, de ninguna manera, de un asunto nuevo; por el contrario, desde hace ocho años las democracias latinoamericanas han venido decidiendo en sus elecciones presidenciales que es menester sustituir ese patrón de acumulación y, para lograrlo, han electo formaciones políticas que han planteado explícitamente en sus plataformas políticas y en sus propuestas de gobierno sustituir ese patrón por otro en el que sea posible lograr un crecimiento económico alto, sostenido y con una distribución del ingreso sensiblemente menos desigual.
En otras latitudes, el patrón neoliberal realmente nunca se implantó con la fuerza y la disciplina con que lo hicieron los gobernantes de nuestra región. En Asia, el desmantelamiento estatal, pieza clave del proyecto neoliberal, nunca se instrumentó. Los nuevos gigantes asiáticos, China e India, que han logrado tasas de crecimiento impresionantes en las dos últimas décadas, no aceptaron tampoco las consignas neoliberales, lo que ha permitido que su Estado haya hecho lo necesario para contribuir a crear las condiciones de un crecimiento capaz de mejorar la distribución del ingreso.
Recientemente, por razones distintas en el mundo y en México, la ideología neoliberal ha entrado en franca crisis. Hace unas semanas, Hugo Stiglitz publicó un artículo titulado “¿El fin del neoliberalismo?” (El País, 20/7/08) en el que señala que las naciones en desarrollo han seguido los dictados de un fundamentalismo que se basa en la idea de que los mercados se corrigen a sí mismos, asignan los recursos con eficiencia y sirven al interés público. En realidad, han logrado resultados que favorecen a muy pocos y generan enormes contingentes de perdedores.
La manera en que los mercados financieros funcionaron para inflar el valor de las viviendas en venta en Estados Unidos y la secuela de operaciones financieras realizadas al amparo de una derrama crediticia con escasa posibilidad de recuperación, han confirmado palmariamente que la doctrina neoliberal es, y siempre ha sido, una doctrina política que sirve a determinados intereses particulares, que sus postulados carecen de respaldo en la teoría económica y en la experiencia económica. Entender esta nueva evidencia es una luz que alumbra el final de un túnel que ha durado ya mucho tiempo.
En México, el último coletazo de este neoliberalismo caduco y próximo a su desaparición es la propuesta calderonista de reforma petrolera. El debate organizado por el Senado mostró no solamente las razones técnicas, jurídicas, presupuestales, etcétera, de los que rechazan el planteo panista, sino también la confluencia política de personalidades distintivas del nacionalismo mexicano, de los funcionarios que operaron eficientemente empresas públicas importantes para el desarrollo nacional, con fuerzas políticas opuestas al gobierno privatista.
En otro artículo de Stiglitz, titulado “Para crecer gire a la izquierda” (Reforma, sección Negocios, 29/8/08) se advierte que aunque la izquierda y la derecha dicen defender el crecimiento económico, lo cierto es que sólo para la primera visión ideológica el crecimiento requiere aumentar la inclusividad. “El recurso más valioso de un país es su pueblo. De manera que es esencial asegurar que todos puedan vivir de la mejor manera posible, lo que requiere oportunidades… para todos”.
Nuestro país, que obliga a que cerca de 500 mil compatriotas emigren anualmente, forzándolos a que trabajen en condiciones precarias para poder enviar a sus familias 350 dólares mensuales, es justo la muestra de lo que está en crisis terminal: un gobierno insensible e incapaz que sigue sosteniendo que en su proyecto nacional hay que compartir nuestra mayor riqueza con los grandes capitales, en lugar de proponerse usarlo para cumplir su cometido fundamental: mejorar el nivel de vida de todos los mexicanos, no sólo de los grandes ricos y de sus socios en el gobierno. Por eso, el fin del neoliberalismo está cerca, como lo está el de sus promotores.