¿Puede la OTAN sobrevivir Georgia?
Ampliar la imagen El presidente de Rusia, Dimitri Medvediev, llega al salón principal del Kremlin, ayer en Moscú Foto: Reuters
En medio del barullo periodístico acerca de una nueva guerra fría, la mayoría de los analistas se pierden la crisis real que quedó cristalizada con la imprudente excursión de Saakashvili a Ossetia del Sur: la mera existencia de la OTAN ha quedado en entredicho. Para entender eso, tenemos que regresarnos a los inicios de la OTAN como institución y como concepto.
La historia comenzó en 1947 cuando el Reino Unido y Francia firmaron el Tratado de Dunquerque, que prometía asistencia mutua en caso de que revivieran las agresiones militares alemanas. En 1948, este agrupamiento se expandió para incluir a Holanda, Bélgica y Luxemburgo en el Tratado de Bruselas, en una jugada diseñada, todavía, como defensa contra Alemania. Más tarde ese año, las cinco naciones establecieron la Organización de la Defensa de la Unión Occidental, que contaba con un Estado Mayor Conjunto. Hay dos cuestiones que anotar al respecto de estos tratados. Estados Unidos no era parte de ellos, y su preocupación en esa época era Alemania, no la Unión Soviética.
La fundación de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) en 1949 llegó con la ola del bloqueo de Berlín, en 1948. La OTAN, en efecto, nulificó los tratados de defensa de la Unión Occidental. Su foco no fueron los peligros de algún renovado militarismo alemán sino la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Desde el punto de vista de Estados Unidos, la OTAN servía varios propósitos. Era un mensaje a la Unión Soviética de que Estados Unidos estaba comprometido con mantener las fronteras existentes de la división de poderes en Europa, que parecían haber quedado amenazadas por el bloqueo de Berlín. Fue un método para reconciliar a los franceses y los británicos con el rearme de Alemania Occidental. Y una manera de controlar las operaciones militares de los aliados deshaciendo su naciente estructura militar para subordinar sus tropas al comando estadunidense.
Los líderes políticos y la mayoría de la población de los países de Europa occidental fueron en principio bastante favorables al concepto de la OTAN. Según ellos garantizaban que Estados Unidos los defendería de hecho si la Unión Soviética llegaba a pensar que podía violar los acuerdos de Yalta. Y Francia estaba lista a aceptar el rearme de Alemania Occidental como parte de su reconciliación histórica. Sin embargo, Francia se enfadó con el tercer objetivo –mantener las tropas francesas bajo el mando estadunidense, que es lo que llevó a Charles De Gaulle a retirarse de la estructura de comando de la OTAN en 1966 y exigir que sus cuarteles generales se mudaran de París a Bruselas.
A principios de los años 70, Europa occidental no sólo se había recuperado de sus preocupaciones respecto de Alemania sino que había comenzado a pensar que la Unión Soviética no representaba ya una inminente amenaza de invasión. Varios países, y no sólo Francia, comenzaron a buscar cómo atraer a una Unión Soviética, posestalinista, más dócil, hacia una cooperación más intensiva con Europa occidental. Notablemente, éste fue el caso de la Ostpolitik de Alemania Occidental. Y cuando, en los 80, surgió la idea de un gasoducto de la Unión Soviética a Europa occidental, esto fue recibido favorablemente aun en el Reino Unido de Margaret Thatcher.
Estados Unidos se abrumó con este rumbo de los acontecimientos. Se opuso al gasoducto sin lograr nada. Buscó desalentar toda negociación encaminada a revivir un ejército europeo que no fuera parte de la OTAN. En general, se volvió mucho menos amistoso con la idea de Europa como Europa, una que estuviera separada de la comunidad del Atlántico norte.
En 1989, el desgaste se intensificó con el colapso de los comunismos y con la disolución de la Unión Soviética en 1991. Dado que la OTAN fue creada como una estructura para defender a Europa Occidental de una Unión Soviética gobernada por un partido comunista, ¿qué función tendría ahora la OTAN? Estados Unidos estaba decidido a mantener la OTAN, y buscó una nueva definición de su papel. Estaba empeñado a no permitir la emergencia de una estructura europea autónoma, desvinculada de Estados Unidos, y peor aún, que posiblemente creara “el hogar común europeo” que incluiría a Rusia, como lo había propuesto Mijail Gorbachov.
La cuestión estructural inmediata para la OTAN fue el asunto de la expansión –incluir o no a los antiguos satélites soviéticos, que ahora se habían emancipado de sus lazos con la Unión Soviética/Rusia. Estados Unidos pujó fuerte, casi de inmediato, para incorporarlos a la OTAN. Europa occidental fue menos entusiasta. Los antiguos satélites veían su incorporación como un vínculo con Estados Unidos, como una protección contra Rusia y como una puerta de entrada al mejoramiento económico. Estados Unidos vio la incorporación de éstos como una restricción al posible resurgimiento de Rusia pero más como una garantía de que “Europa” no podría desvincularse de su cercana alianza con Estados Unidos, dado que estos países se opondrían. Europa occidental era menos entusiasta precisamente porque entendió lo que Estados Unidos estaba haciendo.
La guerra de Irak exacerbó la situación enormemente. Donald Rumsfeld se regodea con la idea de dos Europas –la “vieja” Europa que era decadente y poco cooperativa, y la “nueva” Europa, comprometida con los mismos objetivos mundiales que Estados Unidos. De hecho, en la situación inmediata tras la invasión estadunidense a Irak en 2003 había tres Europas: la “nueva” Europa de Rumsfeld (es decir los antiguos satélites soviéticos); aquéllos que se rehusaron a unirse a la “coalición de la voluntad” (notablemente Francia y Alemania); y aquellos países de Europa occidental que en 2003 apoyaron la invasión estadunidense de Irak (el Reino Unido, España e Italia). Francia y Alemania se acercaron, políticamente, a la Rusia de Putin en su oposición común a Estados Unidos en Naciones Unidas.
El desgaste continuó. Cuando Estados Unidos pujó este año por el lanzamiento del proceso para incluir a Ucrania y Georgia en la OTAN, se topó con la fuerte oposición no sólo de Francia y Alemania sino también del Reino Unido, España e Italia. De hecho contó con el fuerte respaldo de sólo cuatro de los estados de Europa Oriental –Polonia y los tres estados bálticos. Los otros estados de Europa del este también tenían reticencias.
Luego ocurrió la marcha de Saakashvili a Ossetia del Sur y el exitoso y fuerte revire de Rusia. Polonia y los otros tres estados bálticos dieron su inmediato y pleno respaldo a Georgia, y Estados Unidos, un poco menos pronto, elevó su nivel de retórica y mandó barcos de guerra con ayuda humanitaria.
¿Qué hizo Europa occidental? De inmediato y sin consultarle a nadie, el presidente Sarkozy de Francia negoció una tregua en los combates y luego hizo que la Unión Europea respaldara este fait accompli. La canciller Merkel, de Alemania, entró entonces a escena y emprendió más negociaciones con Rusia. Aun Silvio Berlusconi, de Italia, telefoneó a Putin. Todo este tiempo, Condoleezza Rice estuvo fuera de la real escena diplomática.
¿Funcionó la diplomacia? Sólo hasta cierto punto, por supuesto, ya que sigue la controversia acerca del sitio en que se hallan acantonadas las tropas rusas y el reconocimiento definitivo que Rusia le otorgue a la independencia de Ossetia del Sur y Abjazia. Pero los hombres de Estado de Europa occidental continúan haciendo declaraciones en el sentido de que hay que cuidarse de no cortar lazos con Rusia. Y parecería que lo más que puede hacer la prensa de Europa occidental es reprender a Rusia alegando que es ella la que está rompiendo las relaciones amistosas con Europa occidental. Lo más revelador de todo es la nota, aparecida en el New York Times, de que Polonia, República Checa y los estados bálticos no llaman a Rice sino a Angela Merkel, y le piden que use su influencia para resolver la situación. Angela Merkel ha dejado claro que Alemania no va aceptar que la apresuren a aprobar la membresía de Georgia en la OTAN.
Lo más notable de todo es un artículo de opinión en el Financial Times, escrito por Kishore Mahbubani, académico de alto rango en el profundamente pro occidental Singapur. Mahbubani dice que 10 por ciento del mundo está unido en su condena a Rusia y el otro 90 por ciento “está divertido con la moralina occidental acerca de Georgia”. Él dice que Mao Tse Tung tenía razón en una cosa –la distinción entre la contradicción primaria y las contradicciones secundarias ante las cuales uno siempre acaba concediendo. “Rusia no está a punto de volverse la contradicción primaria que encara Occidente”. Termina diciendo que es “el fallido pensamiento [estratégico]” occidental lo que ocasiona que el mundo sea un lugar más peligroso.
Estados Unidos no está preparado para escuchar el sabio consejo de sus propios amigos en el mundo no occidental. Europa occidental anda a tientas intentando entender qué es lo que está en juego para ella. La OTAN no puede sobrevivir la irrelevancia de su actividad estratégica en lo que Mahbubani llama “la era posguerra fría”.
Traducción Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein