Contra los prejuicios musicales
Ampliar la imagen Metallica durante la presentación en Berlín, el 12 de septiembre, de su reciente disco Death Magnetic Foto: Ap
Debo confesar que me encantan dos géneros musicales despreciados: el heavy metal y el country. No sólo eso: estoy convencido de que ambos tienen una fuerte carga política que no se ha reconocido.
En el caso del heavy metal, lo descubrí en el campo de refugiados de Jaballya, en Gaza, cuando, al entrevistarlos, me describieron sus sentimientos con palabras sacadas de letras de Metallica y Slipknot. “Me muero por vivir,/ estoy atrapado en el hielo”, dijo uno. Me mostraron sus cedés y playeras, que guardan cuidadosamente por el peligro de que se los decomisen los milicianos de Hamas.
Ya de vuelta en mi país, descubrí que el mayor mercado del heavy metal fuera de Estados Unidos es el mundo musulmán. En estacionamientos subterráneos de Teherán, en graneros de Peshawar, en tumbas en El Cairo, surgen hoyos donde se reúnen los metaleros.
Constantemente nos dicen que los musulmanes son una masa homogénea representada por cuatro mullahs. Pero Alan LeVine, en su estudio Heavy metal Islam, nos presenta una sorprendente estadística: en Marruecos, sólo dos fuerzas han congregado multitudes de más de 200 mil almas: la oposición islámica, y las bandas de heavy metal que truenan contra la religión. Azotar la cabeza al compás de una banda llamada Deicidio puede ser diversión en Londres, pero en Irán o Egipto es un acto político de impactante valentía.
A primera vista parece extraño. ¿Cómo esta música, nacida en la ciudad industrial inglesa de Birmingham a mediados de los sesentas, ha llegado a ser enemiga del jihaidismo? En una región controlada por el fundamentalismo, los jóvenes desempleados que forman 65 por ciento de la población tienen muy pocas salidas para gritar su furia. El metal se las brinda. La música les permite estallar contra “los vampiros de la intolerancia y la superstición”, señala Reda Zine, uno de los fundadores de la onda metalera en Marruecos. “Llevamos el metal en la sangre –coincide el guitarrista de Tarantist, la banda más prendida de Irán–. Es nuestro dolor, y un antídoto contra la hipocresía de la religión que nos inyectan desde que nacemos.”
Los estados policiacos responden a los fanáticos del metal pesado golpeándolos con barras de metal pesado. En Egipto, la dictadura de Hosni Mubarak –financiada por Estados Unidos y la UE– ha ordenado arrestos en masa de metaleros por “socavar la fe musulmana” y Mahmoud Ahmadinejad no le va a la zaga en Irán. Aun así, millones de jóvenes musulmanes y ateos entonan desafiantes, junto con Metálica: “No necesito oír lo que dicen./ La vida es para vivirla como yo quiera”.
Recordemos esto la próxima vez que un mullah afirme hablar por todos ellos, o que la derecha dé a entender que todos los musulmanes están representados por los fundamentalistas.
Al otro lado del mundo, el country ha llegado a ser visto como el coro de los partidarios de Bush, los “traileros”, la “basura blanca”. Lo que pocos saben es que este género nació al principio del siglo XX como la música de los estadunidenses pobres; fue la más izquierdista que se haya producido en Estados Unidos. “Había mucha conciencia de clase en ella –comenta el historiador Bill C. Malone–, mucho resentimiento contra los ricos y privilegiados.” Las canciones hablaban del horror de los talleres de costura y los campos de algodón. De hecho, en ese tiempo el estado de Kansas eligió candidatos socialistas.
¿Cómo fue que el sur se volvió republicano? Los demócratas dejaron de hablar por los pobres y se volvieron adictos a las donaciones de los ricos, igual que los republicanos. Dos partidos y una sola política económica. Y como ya no quedaba quien hablara de la ruina económica del sur, comenzó la obsesión por las diferencias culturales. Los llamados a rebelarse contra los ricos fueron sustituidos por himnos de odio a los jipis, como Okie from Muskogee: “No fumamos mariguana en Muskogee/ No hacemos viajes de LSD./ Vivimos como se debe y somos libres”. (Lo irónico es que el autor estaba pasadísimo cuando lo escribió.)
Esta tendencia llegó al clímax en 2003, cuando las Dixie Chicks fueron vetadas en las radiodifusoras y quemaron sus discos porque dijeron sentir vergüenza de ser del mismo estado que Bush.
Hoy, sin embargo, el country comienza a reaccionar al engaño. Las Dixie Chicks están de nuevo a la cabeza de las listas de éxitos. Una de las mejores rolas del género en años recientes, de Robbie Flux, ataca a Bush por ser “más country que tú”: “Tiene un rancho, usa sombrero Stetson,/ es un ex rey del petróleo que dispara desde el cinto,/ pero ¿alguien puede explicar/ cómo se puede tener un sheriff campirano/ con mentalidad de niño fresa?”
Cantantes country como Darryl Whorley, que escribieron loas a Bush luego del 9/11, hoy tienen éxito con rolas de protesta contra la guerra. Hasta Toby Keith ha elogiado a Obama, quien entró en escena en la convención con un tema country: Only in America. El sur podría dar un giro… si tan sólo los demócratas le ofrecieran economía country.
Si uno escucha suficiente heavy metal y country, descubre que ni los musulmanes ni los sureños estadunidenses son como los pintan: son seres humanos que buscan una tonada que cantar. Quién sabe, el camino hacia un mundo mejor podría pasar por un hoyo metalero musulmán, o por una loa de Nashville a un presidente negro.
* Periodista galardonado, colaborador de The Independent y una veintena de periódicos y revistas de GB, EU, Francia, Canadá y otros países. Amnistía Internacional lo nombró Periodista del Año 2007 por sus reportajes sobre el Congo.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya