Miedo y zozobra
El miedo y la zozobra se han vuelto el pan nuestro de cada día, las imágenes de la marcha no se olvidan. No debemos olvidarlas. Como Freud enunció, hay que recordar para no repetir. Sin embargo, el problema es de una complejidad desbordante.
La principal preocupación entre los ciudadanos comunes es que esto no se olvide, que no se olviden las terribles injusticias y la violencia cotidiana. Otro sector, el de las personas realmente comprometidas con la causa, básicamente porque han sufrido en carne propia la violencia y las vejaciones, pide que las autoridades respondan con acciones legales justas y responsables lo más pronto posible.
A los dirigentes de diversos grupos les preocupa asimismo encontrar un marco de legalidad viable que satisfaga a todos.
De los políticos, supongo y espero que haya un sector que tome en serio las demandas, y si son conscientes de la magnitud de la problemática, que ya se les fue de las manos desde hace mucho tiempo, dirigirán sus acciones a un análisis sicológico, económico, político y jurídico de la situación.
Sin embargo, hay algo que estas disciplinas no contemplan y que está en el núcleo y en la raíz del problema. Me refiero al instinto de muerte. Entonces aquí caben algunas puntualizaciones necesarias.
Para empezar habría que distinguir, en el sentido freudiano, entre el concepto de instinto y el de pulsión. El instituto es algo fijo y pertenece exclusivamente al ámbito de lo biológico. La pulsión es aquello que surge cuando aparece un objeto hacia el cual se dirige esta energía, es decir, requiere de la presencia del “otro”.
Por tanto, introduce al sujeto a la dimensión síquica. Esto marca el nacimiento del sujeto como ser sicológico. De no ser así el individuo sería tan sólo un ser biológico.
Freud habla ya en su última teoría pulsional de dos tipos de pulsiones: la de vida y la de muerte. Ambas nos habitan, condicionan y matizan nuestros actos.
Delimitados (con fines de comprensión) los territorios de lo biológico y lo síquico podemos inferir que es más fácil tratar con algo medible, concreto, visible y objetivo. Pero, ¿cómo medir, objetivar y constatar algo tan abstracto como lo síquico? ¿Cómo pensar algo tan abstracto como la pulsión de muerte?
Esta pulsión es parte constitutiva tanto de la víctima como del victimario, es lo que conduce a éste, enceguecido, a infligir a la víctima el sufrimiento, la tortura y a privarlo de la vida, mientras que la víctima puede “mantener en sus cauces” esta parte pulsional sin atentar contra los derechos de los demás.
¿Qué circunstancias son las que condicionan que en algunos individuos la pulsión de vida (ligadora) predomine sobre la pulsión de muerte (desligadora)?
Los seres humanos no somos ni totalmente lobos ni totalmente corderos. En la clínica sicoanalítica vemos frecuentemente aquello que ya Freud había señalado en cuanto a la pulsión de destrucción.
Lo que pretendo destacar con esta reflexión es que no basta con legislaciones ni con marcos jurídicos, ni con debates sobre la legalización o no de la pena de muerte para intentar abordar un problema tan complejo como la violencia y la criminalidad.
Sería conveniente profundizar en la complejidad de la naturaleza humana y en esa fuerza oscura y silenciosa que es la pulsión de muerte.