■ En 2002, el conductor fue protagonista de la peor crisis que ha atravesado la agrupación
Asuntos burocráticos están matando a la OFCM, lamenta Jorge Mester
■ No había dinero ni para lápices, recuerda el director, quien regresó al podio para los 30 años de la orquesta
■ Fue creada por capricho presidencial y luego la abandonaron: Horacio Franco, flautista
Ampliar la imagen Algunos trabajadores y músicos han comparado a la OFCM con un “enfermo crónico” en espera de recobrar la salud y recuperar las glorias pasadas. Arriba ensayo en el Centro Cultural Ollin Yoliztli, en 2006 Foto: María Luisa Severiano
Ampliar la imagen La filarmónica de la ciudad de México ha pasado de épocas en que contaba con gran presupuesto a tiempos en los que ha estado a punto de desaparecer
La de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) es una historia similar a la de La cenicienta, aunque escrita del final hacia el principio.
Una historia que ha ido del ensueño de la opulencia y hasta el dispendio a la dureza de estar a la deriva, cierto abandono, protestas y movilizaciones públicas, división y enfrentamientos internos, y los empeños por rencauzar la nave.
Nacida “en pañales de seda”, gracias a “un capricho” de Carmen Romano –la entonces esposa del Presidente de la República en turno, José López Portillo–, la agrupación es comparada por algunos de sus integrantes y trabajadores con “un enfermo crónico” que ha logrado mantenerse en pie, en espera de recobrar la salud para así retomar las glorias de antaño.
Entre la comunidad musical, en tanto, se le ubica como espejo y resultado del sistema político mexicano. De allí la inestabilidad y los conflictos en los que se ha visto envuelta, según se concluye.
“Esta orquesta fue creada por capricho y decreto presidencial, sin más bases que la retórica. No se planeó su futuro, como lo demuestra que no se le hayan otorgado a sus músicos las mínimas condiciones laborales, lo que ha sido motivo de graves conflictos con el paso del tiempo”, indica el flautista Horacio Franco, uno de los más prominentes solistas nacionales.
“Es el típico ejemplo de la mentalidad mexicana. Cuando tuvo lo mejor para existir, no la aprovecharon. Hubiera logrado ser una de las mejores orquestas del mundo, si hubiera seguido con la política con la cual nació; pero la abandonaron, y todo el tiempo se la han pasado remendándola.”
Fue durante la gestión del director Jorge Mester, de 1998 a 2002, cuando el activismo político de los músicos se desbordó y los problemas de la OFCM, acotados en aquel tiempo a aspectos laborales y administrativos, se hicieron públicos. Desde entonces quedó abierta la caja de Pandora.
Actos de protesta en demanda de reconocimiento de antigüedad, mejora salarial, creación de bases de operación y la integración de una comisión artística mixta, comenzaron a proliferar ante lo que calificaban como falta de interés del entonces secretario de Cultura, Enrique Semo.
Burocratismo asesino
Uno de los puntos más críticos del enfrentamiento entre atrilistas y autoridades ocurrió cuando los primeros se inconformaron, en 2002, por el nombramiento de Misha Katz como director huésped principal y le impidieron estar en el podio.
La respuesta de la Secretaría de Cultura fue suspender la temporada de invierno de ese año, lo cual generó desacuerdos y confrontación entre Semo y Mester, lo que, a la postre, costó el cese del director.
A seis años de esa historia, Mester regresó al podio de la OFCM para dirigir como huésped el concierto de gala conmemorativo del 30 aniversario, el 20 de septiembre. Un rencuentro en el que, comenta, sintió muy bien a la orquesta en lo musical y el ambiente interno, gracias al compromiso y profesionalismo que demuestran sus atrilistas.
“Cuando asumí la responsabilidad de la orquesta –menciona–, ya existían pugnas en su interior, si bien de repente se calmaron. Pero sólo fue por un momento, porque después estalló el conflicto.”
Uno de los aspectos extra musicales que más recuerda el músico mexicano de su gestión es que “no había dinero ni para lápices. Entonces, ¿qué se puede hacer? Traté de que pagaran a los tramoyistas en enero, no en abril, además de que les pagan muy poco. Creo que esas cosas burocráticas están matando a la orquesta”.
Al imperio de Romano
Un célebre grafiti que fue pintado a principios de los años 80 a las afueras de la sede a la OFCM, la sala Silvestre Revueltas, del Centro Cultural Ollin Yoliztli, ejemplifica muy bien la conciencia que prevalecía en aquellos años sobre las circunstancias que dieron origen a la agrupación. “Al imperio romano hay que cortarlo por Lozano”, rezaba esa pinta en alusión a las injerencias que tuvo la esposa del ex presidente José López Portillo para el nacimiento de la filarmónica, cuyo proyecto e integración se encomendaron al director Fernando Lozano.
Así lo rememora el crítico Lázaro Azar: “Esta orquesta surgió por el capricho de una ‘primera dama’, que cuando vio el éxito que tenía la Filarmónica de las Américas quiso para ella esos reflectores, y fue así que, por su aferramiento, la desapareció sin importarle que era la mejor orquesta del país”.
Sorprendente fue la celeridad con la que quedó integrada la OFCM, tan sólo en ¡cuatro meses!, con 108 atrilistas seleccionados de entre “los mejores músicos del mundo”, según lo cuenta Guadalupe Appendini, en la edición del 17 de septiembre de 1978 del periódico Excélsior, con motivo del concierto inaugural de la OFCM.
Terminado el sexenio lopezportillista, la historia de la orquesta capitalina ha sido de vaivenes y sobresaltos, como lo señala Azar: “Pasó de ser una orquesta que dependía del bolsillo ilimitado de la ‘primera dama’ al interés fluctuante de los jefes de gobierno de una ciudad a la cual le endosaron este grupo artístico.
“Y pasó de un tiempo en el que contó con gran presupuesto, a épocas en las que la estuvo a punto desaparecer por la ignorancia musical de personajes como Enrique Semo (cuando era secretario de Cultura).
“Ha habido también momentos de abulia, como el de Raquel Sosa al frente de esa secretaría. Y me congratulo porque hoy esté al frente una mujer con los pantalones bien puestos, como Elena Cepeda, quien no sólo tiene la valentía, sino el gran interés por devolverle el brillo de antaño.”