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Finanzas
Orígenes de la crisis
Ampliar la imagen Evitar el completo desplome de los mercados internacionales de capital es un paso importante, pero insuficiente para conjurar una depresión mundial Foto: Ap
La semana del 15 de septiembre, la industria financiera global sufrió un infarto. Murió el 18 de septiembre, pero fue resucitada por el secretario del Tesoro Paulson con un choque eléctrico de alto voltaje que en última instancia representó 700 mil millones de dólares (mdd) de rescate gubernamental. Al momento de escribir esta nota no se sabe aún si el paciente saldrá vivo de terapia intensiva. Y, en tal caso, si su salud podría estar tan dañada que reposaría en un pabellón permanente (nacionalizado) del gobierno.
El origen de esta crisis se remonta a los años 60. Hasta esa década, la ortodoxia económica de capitalismo de siglo XIX dirigió la política monetaria y fiscal. Esa ortodoxia exigía presupuestos gubernamentales equilibrados, moneda sana respaldada por oro, y un comercio internacional equilibrado. El abandono de esos tres principios durante las cuatro décadas pasadas es una de las causas directas de la crisis del capitalismo que hoy nos amenaza.
La guerra de Vietnam y el programa Gran Sociedad de Lyndon Johnson se combinaron para minar el primer principio, al propiciar enormes déficit presupuestarios gubernamentales a finales de los años 60. Excesivos gastos gubernamentales y una fuerte inversión de las corporaciones estadunidenses en el exterior ocasionaron una acumulación de dólares fuera de Estados Unidos. Cuando los gobiernos extranjeros comenzaron a redimir esos dólares por oro estadunidense, como se había acordado en el Sistema Internacional Monetario Bretton Woods, los funcionarios estadunidenses se alarmaron sobre la velocidad con que se agotaban las reservas estadunidenses de oro.
En 1971 el entonces presidente Richard Nixon anunció que EU ya no cumpliría sus compromisos con otros países de cambiar oro a razón de 35 dólares la onza, abandonando así el Sistema Bretton Woods y rompiendo el vínculo entre dólar y oro. A partir de entonces, el dólar ha sido estrictamente una moneda fiduciaria. De este modo se hizo a un lado el segundo principio de la ortodoxia económica.
El abandono del último principio, comercio equilibrado, se dio de manera natural a partir del rechazo de los dos primeros. El excesivo gasto gubernamental sobrestimuló la economía estadunidense y fomentó el exceso de importaciones. Y, libre del patrón oro, el país pudo financiar colosales déficit comerciales con dólares de papel y bonos del Tesoro denominados en dólares. En 2006, el déficit de cuenta corriente estadunidense se disparó a casi 800 mil mdd anuales, alrededor de 2 mdd por minuto. Ese déficit, y el crédito que lo financió, desestabilizaron la economía global al crear desequilibrios insostenibles que ahora se revierten.
Una vez abandonados los principios fundamentales del capitalismo, cualquier locura financiera concebible se convirtió en una oportunidad lucrativa para Wall Street. Como el dólar dejó de estar respaldado por el oro, la Reserva Federal perdió el control sobre la generación del crédito. La división entre dinero y crédito se hizo borrosa, y luego desapareció por completo. Los pasivos de Fannie Mae y Freddie Mac se incrementaron a 5 billones de dólares y, a medida que su deuda se expandía, adquirieron o garantizaron más de la mitad de las hipotecas nacionales, y elevaron el precio de los inmuebles en el proceso.
Los banqueros fraccionaron, rempaquetaron y revendieron una cornucopia de instrumentos de deuda (ahora conocidos como deuda tóxica) y pagaron a las agencias calificadoras para obtener calificaciones AAA. Se crearon y proliferaron instrumentos crediticios derivados que, según el recuento más reciente, sobrepasan 600 billones de dólares en valor teórico, el equivalente a casi 100 mil dólares por persona en el planeta.
Durante los 20 años pasados Alan Greenspan supervisó la explosión de esta deuda; su presidencia ha sido la más larga y, posiblemente, la peor en la historia de la Reserva Federal. En lugar de retirar el tazón del ponche antes de que la fiesta se prolongara, Greenspan prefirió curar la resaca con más ponche. Mantuvo bajas las tasas de interés, desalentó la regulación, pero animó la innovación de sector financiero. Y celebró la rápida expansión de los instrumentos derivados como un medio de mejorar la estabilidad del sector mediante la distribución de riesgos hacia quienes eran más capaces de enfrentarlos. En el nivel macro, su estilo podría caracterizarse como la administración de burbujas económicas que fueron populares durante su largo encargo. Para la posteridad, Greenspan será el actor principal en la creación de esta crisis.
Muy a menudo, las entidades reguladoras facilitaron los excesos. La industria financiera se desreguló, la ley Glass-Stegall se derogó y se forjaron enormes fortunas. Los mercados de derivados se propalaron ante la falta de supervisión regulatoria; los agentes hipotecarios generaron miles de millones de dólares en hipotecas subprime, prácticamente sin ninguna vigilancia, y los bancos burlaron los requerimientos de suficiencia de capital al ocultar sus activos.
¿Cómo salir de la crisis? Evitar el completo desplome de los mercados internacionales de capital es un paso importante, pero insuficiente para conjurar una depresión mundial. Será también esencial que el gobierno estadunidense apuntale agresivamente la demanda global agregada mediante un nuevo y mayor paquete de estímulos fiscales. La única razón realista para el optimismo es que Washington tiene capacidad de acumular los billones de dólares de una nueva deuda. Su deuda total es de 9 billones de dólares, aproximadamente 65 por ciento del PIB de EU. La proporción de deuda pública con respecto al PIB de Japón es de casi 200 por ciento.
En 1981, durante la última recesión seria de EU, el gobierno controló el déficit presupuestario, que promedió 5 por ciento del PIB estadunidense durante cinco años consecutivos. La capacidad del gobierno para hacerlo de nuevo podría ser el factor decisivo que evite una depresión global.
La sobrendeudada economía global se tambalea al borde de una navaja. De un lado están la deflación y la depresión. Si el gobierno estadunidense no pudiera invertir lo suficiente para mantener inflada la burbuja crediticia global, el mundo se precipitará en ese abismo gélido. Del otro lado están la hiperinflación y la devaluación del dólar. Si las pérdidas derivadas se acercaran a 10 billones de dólares, la Fed tendría que financiarlas mediante la emisión de papel moneda. Esto destruiría el valor de las reservas de divisas del mundo.
Para evitar cualquiera de esos terribles escenarios, EU tendrá que evitar el derrumbe sistémico del modelo financiero e invertir otros 5 billones de dólares o algo así durante los próximos cinco años para conjurar un desplome de la demanda global agregada. Es probable que tenga éxito, pero se verá obligado a rescribir las reglas sobre la marcha. Sin embargo, el precio del éxito podrían ser tasas de interés e inflación más altas, una devaluación sustancial del dólar, y una prolongada recesión global.
Tarde o temprano tendrá que establecerse un nuevo sistema monetario internacional. El patrón dólar fracasó porque las instituciones de EU no pudieron mantener los principios que apuntalan el capitalismo: presupuestos equilibrados, dinero sano y comercio equilibrado. Si los líderes del mundo no son capaces de reconstruir un sistema monetario internacional con base en esos principios, recordarán la crisis actual como el preludio del colapso.
Fuente: EIU