Calderón: la evaluación olvidada
Los pasados dos años del gobierno que formalmente preside el señor Calderón bien pueden ser evaluados como la fase terminal de un modelo impuesto con mucha anterioridad (25 años) Las cuentas que se perfilan no son, para nada, halagadoras. El estancamiento económico y la mediocridad programática campean por todos los renglones de lo que puede entenderse como un ejercicio crítico del periodo llamado neoliberal. Pero, al mismo tiempo, resaltan otros componentes que describen tanto a los personajes como a sus actitudes grupales.
Con este enfoque destaca de inmediato la subordinación a ultranza que la elite decisoria del país ha ensayado respecto de los dictados externos. Ya sea que esta dependencia se formule a través de tratados (multi o bilaterales) o en las simples relaciones contractuales, los conceptos ideológicos o las relaciones académicas, el lugar predeterminado que se viene asignando al desarrollo nacional se ha aceptado con canturreada resignación. Al hacerlo de esa manera, impropia a cualquier medida de soberanía y dignidad, la consecuencia se perfila nítida: un entreguismo, compulsivo y cotidiano de la riqueza, las oportunidades y el futuro mismo de la nación.
Tales son algunos de los rasgos fundamentales que un análisis inicial puede arrojar de la pequeña historia que nos ocupa por ahora. Así ha sucedido durante el cuarto de siglo pasado y de una obcecada manera lo ha continuado haciendo el señor Calderón, patrones y acompañantes de ocasión, durante el primer tercio de su mandato. Los demás rasgos característicos del accionar reciente de las elites directivas pueden también observarse con facilidad.
El contubernio y la inveterada cleptomanía son distintivos y, al parecer, no hay, ni se ve, voluntad para el cambio. Con notable congruencia, que acepta pocas modificaciones o miembros suplentes, la clase gobernante se ha ido perpetuando sin grandeza alguna.
En la ruta de este accionar, lo que realmente importa no son las pocas características descritas, sino los efectos devastadores que tales conductas y actitudes de los gobernantes han tenido sobre la sociedad. El empobrecimiento se ha generalizado entre las mayorías nacionales. La postración de enormes reductos sociales se observa por doquier. México puede, hoy día, ser definido como un país de emigrantes desesperados que buscan fuera lo que dentro se les niega de manera reiterada.
Los horizontes de oportunidades están cerrados para aquellos que nacieron en las periferias del bienestar, que son, con mucha ventaja, los más. La capilaridad de otrora se terminó en medio de crisis y quiebres recurrentes ocasionados por la incapacidad manifiesta de las elites conductoras.
La vigencia de una cultura ciudadana se constriñe a pequeños islotes asediados por la deficiente administración de la justicia y el poco respeto a los derechos humanos. El ascenso a mejores niveles de consumo y educación queda amarrado por voraces monopolios y la sequedad de la hacienda pública, cuyos escasos recursos son empleados, en casi su totalidad, para preservar y aumentar los privilegios de unos cuantos. En fin, un panorama desolador que, con mínimas añadiduras, parece el porvenir de los cuatro años que al señor Calderón le faltan.
Mientras tanto, la profunda herida que causó la traición de Vicente Fox a la incipiente democracia continúa su sangrado. Cada vez que puede, el señor Calderón la agranda con sus dichos y hechos belicosos y torpes. Y, como si fuera un destino repetido hasta el cansancio, inaugura, con su militancia, la intervención que, desde sus vigiladas oficinas de palacio, hará en las próximas elecciones. Ha dicho que no se inmiscuirá, que permanecerá ajeno a la competencia venidera, pero acude presuroso a un tour por todos los micrófonos y las pantallas para iniciar la cargada para su partido.
Tendrán el señor Calderón y asociados los abundantes recursos que el presupuesto pone a su disposición. En 2009 serán todavía de consideración, aun en medio de la crisis interna y externa en macabro desarrollo. Y los usarán con el desparpajo y la irresponsabilidad usuales para la continuidad que los grandes jefes tienen programada. Ya se verá, esperan, qué suceda en 2010, cuando arrecien el tronido y rechinar de dientes.
Pero la cargada beligerante del modelo vigente no puede pasar sin provocar mareas contrarias. El despertar de la conciencia colectiva asoma por todos los rincones de esta depredada patria de los mexicanos. Son millones y están dispuestos a levantar la voz, a organizarse, a concurrir a las urnas, tal como hicieron en el 2006 de todas las trampas. Es un movimiento reivindicador que va conjuntando a las fuerzas de izquierda del país. No ésa que se dice dialogante, moderna, responsable, dispuesta a jugar dentro de las instituciones, todas ellas viciadas por lo demás.
Se requiere una izquierda comprometida, en verdad, con el pueblo. El cambio de jinete y de caballo no sólo es imperioso, sino que se debe visualizar la ruta de camino y de llegada. No habrá una oportunidad adicional a la que se viene gestando, con todo rigor y entusiasmo, a pesar de las enormes dificultades.
La plutocracia dominante no cejará. Las transformaciones que son indispensables tienen que hacerse en contra de lo establecido, cuyas lengüetas, de control y manipulación, alcanzan a tocar los mínimos espacios y renglones. Aun así, se les puede forzar a un cambio, a modificar actitudes y compartir beneficios. Todo dependerá de la astucia que se tenga para fincarse bien en las elecciones venideras de 2009 y crecer aún más para las de 2012.